El algoritmo del amor

Capítulo 13 – “Preparativos, nervios y teorías de amor barato”

El viernes llegó más rápido de lo que Ana esperaba.
Toda la semana había intentado convencerse de que no estaba nerviosa, de que era solo una salida más, de que no pasaba nada.
Pero en el fondo lo sabía: sí pasaba. Pasaba de todo.

Se miró al espejo por quinta vez.
—¿Demasiado pintalabios? —preguntó, girando la cabeza hacia sus amigas.
Laura, sentada en la cama, levantó el pulgar.
—Perfecto. Ni mucho ni poco. Nivel “estoy bien sin ti pero igual me veo hermosa”.
—Amén —agregó Sofi, riendo mientras se alisaba el cabello frente al espejo del clóset.
—Aunque si me preguntas, —dijo Camila desde el sofá—, yo le subiría un poco más al perfume. Que cuando lo abrace le quede el olor por tres días.

Ana soltó una carcajada.
—Ustedes no ayudan a los nervios, ¿sabían?
—Claro que sí —respondió Laura—. Somos tu comité de crisis emocional, versión mejorada.

En la mesa del comedor había un caos de maquillaje, aretes, y mensajes sin responder.
El grupo de WhatsApp no paraba: “Mándanos foto antes de salir”, “no le hables mucho de trabajo”, “si te pregunta si lo extrañaste, cambia de tema”, “y si te mira mucho… míralo más”.

Ana suspiró.
—No sé si estoy yendo a una cita o a una entrevista de empleo emocional.

Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, Christofer también tenía su propio comité de “apoyo”.
—No la invites a lugares raros —decía Julián, mientras le planchaba la camisa (mal, por cierto).
—Ya sé, ya sé, —respondió Christofer, ajustándose el reloj—. Es una salida tranquila, solo un café, nada más.
—Ajá… “solo un café”, las tres palabras más peligrosas del idioma.

—Cállate, —rió Christofer—. Quiero hacerlo bien esta vez.
—Entonces, consejo rápido: no hables de tu ex, no revises el celular y no digas nada tipo “te soñé”.
—Eso fue tierno.
—No, eso fue raro, bro.

Los dos rieron. Julián le dio una palmada en la espalda.
—Suerte, que los dioses del ligue te acompañen.

A las siete y media, Ana llegó al café.
Era un sitio pequeño, con luces cálidas y olor a pan recién hecho. Sonaba música suave, y las mesas de madera daban una sensación de calma que contrastaba con el torbellino que llevaba por dentro.

Christofer ya estaba ahí. Se levantó al verla, nervioso, como si no supiera si debía abrazarla, saludarla con la mano o fingir que no la había visto.
Finalmente, ambos optaron por el clásico saludo incómodo: medio abrazo, medio choque de hombros.

—Llegaste puntual —dijo él, intentando sonar relajado.
—Milagro, ¿no? —contestó ella, dejando el bolso sobre la silla. —Si supieras las veces que el universo intentó que llegara tarde hoy.

Él rió.
—Bueno, entonces el universo hoy está de nuestro lado.

Pidieron café y una porción de pastel que Ana insistió en compartir. La conversación empezó con frases sueltas, comentarios sobre el trabajo, las series del momento, y lo mal que iba el clima.
Pero poco a poco, se soltaron.

—A veces me pasa —dijo Ana, mirando la taza— que pienso que ya aprendí todo sobre mí… y de pronto hago algo que me demuestra que no tengo ni idea.

Christofer la miró con atención.
—Creo que eso nos pasa a todos. Pero al menos tú lo admites.

Hubo un silencio breve. No incómodo, sino suave. Como si por primera vez los dos hablaran sin máscaras.
Ana bajó la mirada.
—No sé qué espero de esto.
—Yo tampoco —dijo él—. Pero sí sé que no quiero volver a hacer las cosas mal.

Ella lo miró, y por un momento, ambos sonrieron sin decir nada más.
No era una reconciliación, ni una promesa, ni un final feliz.
Era solo un punto medio: un reencuentro entre dos personas que aún no sabían si querían seguir siendo pasado o volver a intentar ser presente.

Cuando salieron, ya era de noche. La ciudad estaba tranquila, con ese aire fresco que huele a nuevas oportunidades.
Caminaron juntos unas cuadras, sin plan, sin prisa.
—Gracias por venir —dijo él.
—Gracias por no llegar con flores —respondió ella, riendo—. Eso habría sido muy cliché.
—Entonces la próxima vez llevo un cactus. Dura más y pincha menos.

Ambos estallaron en risa.
Fue un final simple, pero con algo diferente: esa paz que queda cuando uno siente que, tal vez, el caos empieza a ordenarse.

Esa noche, Ana escribió en su grupo:

“No sé si fue cita o terapia, pero me sentí bien.”

Y Laura respondió:

“Eso, amiga, es lo más cerca al amor real que existe.”

Ana sonrió mirando el techo.
Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía perdida.
Solo… curiosa.
Y a veces, eso es suficiente para empezar otra vez.




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