Ana se estaba acostumbrando a respirar sin sentir el nombre de Christofer en cada inhalación.
No era que lo hubiera olvidado, simplemente había aprendido a vivir sin esperar su mensaje cada mañana.
Esa tarde, estaba en la oficina terminando un informe cuando Laura se acercó con esa sonrisa traviesa que siempre traía problemas.
—Amiga, no quiero alarmarte, pero... adivina quién está en recepción.
—¿El del agua? —preguntó sin mirar.
—No. Peor. Christofer.
Ana levantó la cabeza tan rápido que casi se le cae el mouse.
—¿Qué? ¿Qué hace aquí?
—No sé, pero trae flores. Y cara de “sé que la cagué, pero igual vine”.
Ana cerró los ojos y exhaló. —Dios mío, dame paciencia, o lo voy a usar de pisa papeles.
—Tranquila, si lo matas, yo te ayudo a esconder el cuerpo —susurró Laura con una sonrisa cómplice.
El ascensor se abrió y ahí estaba él.
Camisa blanca, ojeras nuevas, el mismo perfume que siempre le revolvía el alma.
En las manos, un pequeño ramo de girasoles.
Nada pretencioso, solo... sincero.
—Hola, Ana —dijo, con esa voz que mezclaba miedo y esperanza.
—Hola, Christofer. ¿Qué haces aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Quería verte. Y pedirte que no me borres del todo.
Ella soltó una risa corta, más nerviosa que divertida.
—No sabía que necesitabas venir en persona para eso.
—Ya sé que mandarte mensajes no sirve. Así que vine a hablar de frente.
Por un momento, el silencio se volvió incómodo.
Él jugaba con el papel del ramo; ella lo miraba sin saber si quería abrazarlo o empujarlo.
—Mira, Chris… —empezó ella— no te odio. Pero tampoco sé si quiero volver a empezar.
—No vine a pedirte eso. Solo… me dolió verte tan lejos.
—No estoy lejos —respondió ella con calma—, solo estoy en paz.
—¿Y el tipo nuevo? ¿Ese Mateo? —soltó, sin poder evitarlo.
Ana arqueó una ceja.
—¿De verdad viniste a hablar o a investigar mi vida?
—Solo quería saber si ya me reemplazaste.
—Nadie reemplaza a nadie, Christofer. La gente simplemente ocupa el espacio que otro deja vacío.
Él bajó la mirada, derrotado.
Por un momento, el hombre orgulloso se deshizo, y quedó solo el chico que no sabía cómo no perder lo que amaba.
—Lo arruiné, ¿cierto?
—No lo sé —dijo ella con voz suave—. Tal vez solo se acabó lo que tenía que acabarse.
Él asintió, sin fuerza para discutir.
Le dio las flores y dijo, apenas audible:
—Solo quería verte sonreír otra vez. Aunque no sea por mí.
Ella las tomó, no por cariño, sino por respeto al intento.
Y mientras él se alejaba, sintió que el peso en el pecho no era solo tristeza… era también alivio.
Esa noche, Ana llegó a casa, dejó las flores en un florero y se quedó observándolas.
Eran hermosas, pero no la hacían llorar.
Y eso, sin saberlo, fue su verdadero cierre.
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Editado: 28.10.2025