El algoritmo del amor

Capítulo 17 – "Celos con sabor a café"

El semestre ya estaba a la mitad, y el aire de la universidad olía a estrés, café y corazones confundidos. Ana se había vuelto más tranquila, más centrada. Seguía saliendo con sus amigas, riendo de las pequeñas tragedias diarias, pero también se tomaba más en serio sus momentos sola.

Esa tarde, estaban en la cafetería del campus. Sofi contaba cómo había empezado a salir con un chico de ingeniería que usaba más memes que palabras, y Laura confesaba que había dejado de stalkear a su ex “por salud mental y porque ya no había nada nuevo que ver”.

Ana escuchaba, sonriendo con un latte entre las manos. No decía mucho, pero se notaba distinta: más ligera.

—Y tú, Ana —preguntó Camila con una sonrisa traviesa—, ¿cómo va el corazoncito? ¿Ya le diste like al karma o sigues en detox emocional?

—Estoy bien, —dijo ella encogiéndose de hombros—. Estoy aprendiendo a no esperar que alguien venga a arreglarme el día.

Todas aplaudieron teatralmente. Sofi incluso gritó:
—¡Desarrollo de personaje desbloqueado!

Entre risas, Ana miró por la ventana y vio a Christofer en la acera de enfrente. Estaba con Julián y otro amigo, con su sonrisa fácil y una gorra al revés. Por un segundo, el tiempo se le detuvo. Él también la vio, y esa mirada fue rápida pero eléctrica, de esas que dicen: "aún no hemos terminado esto".

Poco después, mientras recogía sus cosas para irse a clase, el celular vibró:

Christofer: “¿Ya no saludas o qué?”
Ana: “Pensé que estabas ocupado jugando a ser interesante.”
Christofer: “Lo soy. Pero me aburro sin ti.”

Ana sonrió sin querer, y Sofi que la observaba de reojo, soltó un grito:
—¡Lo sabía! ¡Cara de mensaje prohibido!

El resto de la tarde fue un torbellino de recuerdos. No sabía si quería verlo o no. Pero el destino, o el mal timing, decidió por ella.

Esa noche, cuando salió del trabajo, lo encontró esperándola afuera.
—No me odies —dijo él—. Solo quería hablar.
—No te odio, —respondió—. Pero no sé si eso sea bueno o malo.

Caminaron sin rumbo, hablando de todo y de nada. De música, de tonterías, de lo mal que se portaban sus amigos. Pero bajo esas risas había una tensión silenciosa, como una cuerda que ninguno quería soltar.

Al despedirse, Christofer le rozó la mano sin querer.
Y fue suficiente para que todo el autocontrol que Ana creía tener se tambaleara un poco.




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