El algoritmo del amor

Capítulo 18 – “Entre lo que fuimos y lo que queda”

Habían pasado semanas desde el último mensaje.
Ana pensó que el silencio sería una especie de cura, pero en realidad fue un espejo. Entre tareas, cafés con las amigas y noches de música en auriculares, seguía apareciendo su nombre en los pensamientos que intentaba esquivar.

Una tarde nublada, mientras caminaba por el centro con un café en la mano, lo vio de nuevo. Christofer estaba saliendo de una librería con su mochila colgada al hombro y los audífonos puestos. Tenía el mismo aire distraído, pero algo en él parecía distinto.
Menos niño. Más consciente.

—¿Ana? —dijo cuando la vio.
Ella dudó si saludar, pero la sonrisa se le escapó sin permiso.
—¿Christofer? Vaya, el universo tiene un humor raro.

Caminaron juntos un rato. Ninguno sabía por dónde empezar, así que hablaron del clima, del café, de cualquier cosa que no doliera. Pero las pausas eran más elocuentes que las palabras.

Se sentaron en una banca del parque.
—No pensé que me ibas a volver a hablar, —dijo ella, mirando los árboles.
—No pensé que me ibas a volver a mirar, —respondió él, medio sonriendo.

Hubo un silencio que no pesaba, más bien flotaba.
Ana jugueteó con el borde de su vaso. —Creo que necesitábamos tiempo, ¿no?
—Sí, —dijo él—. Tiempo para entender que el orgullo también cansa.

Ella lo miró. —Y que no todo lo que se rompe, se repara igual.

Christofer respiró hondo. —Yo la embarré, Ana. Quise ser gracioso cuando debía ser honesto. Quise gustarte sin mostrarte lo feo que soy por dentro.

—Todos hacemos eso, —dijo ella, con una risa suave—. Pero al final, lo feo también necesita cariño.

Él sonrió, más con los ojos que con la boca. —Me haces querer ser menos idiota, ¿sabes?

Ana bajó la mirada. —Y tú me haces recordar que no todo lo bueno asusta.

Por primera vez, no hubo drama. No hubo lágrimas ni frases de película. Solo dos personas que habían tropezado una y otra vez, sentadas en un banco, reconociendo lo mucho que habían crecido.

Christofer sacó algo de su mochila. Era un libro, viejo y doblado.
—Te lo guardé, —dijo—. Dijiste que querías leerlo cuando todo estuviera más tranquilo.

Ana lo tomó. En la primera página, había una nota escrita a mano:

“Por si algún día volvemos a coincidir sin querer. —C.”

Ella sonrió. —Siempre te gustó dejar finales abiertos.
—Porque contigo nunca supe cuándo terminaba algo o cuándo empezaba otra cosa, —respondió él.

Se quedaron ahí, viendo cómo la tarde se volvía naranja.
No se besaron. No se prometieron nada.
Pero algo en el aire cambió, como si por fin se hubieran perdonado sin decirlo.

Cuando se despidieron, Ana caminó con una calma nueva.
No sabía si volverían a ser pareja, pero sí sabía que habían aprendido a hablarse sin miedo.

Y a veces, eso ya era amor.




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