El algoritmo del amor

Capítulo 21 – Las cosas que ellas notan

El sábado amaneció con un sol tímido y el ruido del centro colándose por la ventana. Ana se preparó sin prisa: jeans, blusa clara y el cabello suelto. Tenía planeado almorzar con las chicas después de semanas sin verlas.

El grupo era el mismo de siempre: Laura, la práctica y directa; Sara, la romántica empedernida; y Camila, la que nunca se guardaba una opinión.

El café donde se reunieron olía a pan recién hecho y a historia compartida.
—¡Mírate! —dijo Camila apenas la vio—. Se te nota en la cara que algo cambió.
—¿Qué cosa? —preguntó Ana, fingiendo inocencia.
—No sé… —intervino Sara con una sonrisa—. Tienes esa mirada de quien volvió a dormir tranquila.

Ana rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse.
—No exageren. Solo estoy… más tranquila.

—Ajá, “tranquila”, —repitió Laura, arqueando una ceja—. Así decimos todas cuando nos reencontramos con alguien que nos mueve el piso.

Ana bajó la mirada, removiendo el azúcar en su café.
—No sé si llamarlo reencontrarnos. Solo... hablamos.

Camila apoyó el mentón en la mano. —¿Hablamos o desayunamos, paseamos, nos reímos y nos miramos como en película de domingo?

Todas rieron. Ana también.
—Bueno, sí, lo he visto un par de veces. Pero esta vez es distinto.

Sara la miró con ternura. —Distinto cómo.

Ana se quedó pensando unos segundos.
—Antes quería que me quisiera, ahora solo quiero que se quede si también lo siente. No pienso correr detrás de nadie.

Hubo un silencio suave, de esos que valen más que mil consejos.
Laura sonrió. —Eso, amiga. Se nota que ya entendiste que el amor no se mendiga.

El resto del almuerzo fue puro caos: risas, anécdotas viejas, imitaciones malas de exnovios y confesiones a medio tono. Pero, entre todo, las miradas de sus amigas coincidían en algo: Ana estaba diferente.

Ya no hablaba desde la herida, sino desde la calma.
Y eso se notaba incluso cuando contaba lo cotidiano, como si la vida finalmente le pesara menos.

Antes de irse, Sara le tomó la mano.
—Solo prométeme algo, ¿sí?
—¿Qué cosa?
—Que no tengas miedo de volver a ser feliz.

Ana sonrió, esa sonrisa que nace cuando el corazón ya no duele.
—Prometido.

Salió del café con la sensación de que el mundo, por fin, había vuelto a moverse a su ritmo.

En el celular, un mensaje de Christofer:

“¿Te guardo café o ya tomaste tres con tus cómplices?”

Ana respondió con un emoji de guiño y un corazón pequeño.
No era una declaración, pero sí una señal.
De que estaban empezando algo nuevo, y esta vez, sin prisa.




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