Los meses pasaron sin prisa.
El aire cambió, las rutinas también.
Ya no había una historia de amor en el centro de la vida de Ana, sino muchas historias pequeñas que se entrelazaban con otras: risas, trabajo, tardes compartidas y silencios que ahora sabían a paz.
Cada una de sus amigas había tomado su propio rumbo, pero la amistad seguía siendo el punto de encuentro, el lugar al que todas volvían sin importar lo que pasara afuera.
Laura había empezado a trabajar en una empresa de diseño. Su carácter fuerte y su disciplina la convirtieron rápidamente en la persona a quien todos buscaban cuando algo se complicaba. Sin embargo, en medio del ritmo laboral, también se descubrió disfrutando de la soledad.
—¿Quién diría que iba a disfrutar un viernes sin nadie? —decía riendo—. Me estoy volviendo adulta.
—O libre, —le respondía Ana.
Camila, por su parte, vivía entre libros, clases y cafés nocturnos. Había recuperado la pasión por aprender y soñaba con viajar algún día.
—Ya no estudio por obligación, sino por curiosidad —le dijo una noche a las demás—. Creo que por fin estoy estudiando para mí.
Sara, la más sensible, había empezado un pequeño blog sobre amor propio y emociones. Lo escribió al principio como terapia, pero poco a poco empezó a recibir mensajes de personas agradecidas por sus palabras.
—Nunca pensé que lo que dolía pudiera servirle a alguien más, —confesó un día.
—Eso es sanar, —le dijo Ana—. Convertir el dolor en algo que ayude.
Y Ana… Ana estaba aprendiendo a quererse sin esperar validación.
El tiempo sin Christofer no fue vacío, sino espacio. Espacio para leer, escribir, trabajar, viajar cerca, redescubrir quién era más allá del “nosotros”.
A veces se extrañaban, sí, pero sin dolor.
Ella entendía que algunas personas llegan para enseñarte algo, y otras para quedarse de otra forma, en la memoria o en la piel del alma.
Un viernes, las cuatro se reunieron en la terraza del café donde todo comenzó.
Había música suave, luces pequeñas y el aroma familiar del café recién molido.
—¿Se dan cuenta? —dijo Camila—. Todas cambiamos.
—Sí —respondió Sara—. Y ninguna perdió lo esencial.
—Lo esencial, —repitió Laura, levantando su copa—: estar juntas, aunque la vida siga corriendo.
Brindaron.
Entre risas, promesas y miradas cómplices, entendieron que no se trataba de volver atrás, sino de caminar hacia adelante con quienes te hacen bien.
Ana miró a sus amigas y pensó que tal vez eso también era amor:
El que no exige, no compite, no duele.
El que te aplaude cuando floreces.
Mientras la noche caía sobre la ciudad, se sintió plena.
Christofer seguía en Madrid, su historia aún por escribirse,
pero su presente estaba lleno de ellas, de vida y de paz.
“A veces, la felicidad no llega con ruido,
solo con la certeza de estar en el lugar correcto,
con las personas correctas.”
Y así, entre risas y café, supo que lo que alguna vez se rompió, ya había sanado.
#6413 en Novela romántica
#2777 en Otros
#746 en Humor
comedia romantica, romance contemporaneo, ficción tecnológica
Editado: 15.11.2025