El alma del Lobo

Capítulo 6

Después de aceptar quedarme en su casa esa noche, llegué a creer que lo haríamos allí mismo. Me imaginé en el sofá bajo él, piel contra piel desnuda y el espacio se reunía al sonido del placer... Hasta que mi traba tiraba de mi cabello desaliñado, mi ropa y cuerpo como si me hubiera restregado en la tierra como un cerdo. Y lo sorprendente que Malkolm lo pasaba desapercibido.

Pero acordamos detenernos. Reconocíamos que ambos necesitábamos un descanso y una ducha.

Y, sobre todo, yo necesitaba recapacitar lo sucedido.

El calor delira las mentes como estar perdido días en un desierto.

Era una pausa. Malkolm me lo dejó claro con el lenguaje de su mirada después de dejarme en la habitación.

 

 

La ducha y el descanso no me cambiaron de idea. Tocaba mis labios extrañando los suyos sin culpa alguna. Mi pecho lo llamaba como si algún momento lo escuchara igual a una telefonía y sonreía tontamente cuando veía el vendaje; sus manos tratando mi herida.

Ese tiempo no diferenciaba la atracción y el enamoramiento.

Nunca estuve enamorada y cuando creí que sí, fue con Ryan. Así acabó: yo, abriendo los ojos en una relación sin sentimientos que no fueran a los de una amistad. Y él, en fin... Saber si realmente estaba confundido como yo y lo negará, aun así, o si me amaba después todo, sería un misterio de por vida.

Era difícil de contar el final de Ryan. En alguna parte de esta historia quizás tenga voluntad para hacerlo.

 

Mientras tanto, continuaré donde lo dejé:

 

Era la primera vez que recorría sola los pasillos en la noche; daban una sensación a película de terror entre la escasez de luz que ahuyentaran las sombras. Sin decir de las estatuas colocadas en fila como una exposición próxima al comedor. Juraba que alguna se movió al pasar delante. El chancleteo de mis sandalias —bueno, de Blaire, como el resto de mi ropa—, impactaban a ecos y luego rebotaban en mi cabeza. La falda hasta podía considerarse vestido de su longitud y la flotante camisa sujetada a un cinturón daba una vista de moda ochentera. Menos el short de pijama que usaba como prenda interior y el sujetador se salvó.

Podría olvidarse de encontrar algo sexy de mí. Pero no me importaba. Y viendo lo visto, a él tampoco.

 

Era entrar en la sala y caer presa de mil sentimientos. Sus ojos verdes estaban ahí, abiertos e iluminados de recibirme. Malkolm siempre iba arreglado para mí o eso me gustaba pensar. Vestía como un hombre de oficina que ignoraba usar la chaqueta y se quitaba en cuanto podía la corbata. Le daba un atractivo innovador la camisa ancha que estrecha.

Los nervios facultaban mi voz hasta que poco a poco, tomé control y me relajé en la cena. Malkolm no apartaba la mirada sobre mí. Sonreía conmigo, pero a veces recuperaba la línea recta de sus labios. Y no me disgustaba. Me atraía de igual manera. No era un hombre de sonreír tan fácil como yo.

Después de un rato de silencio, pendientes de la comida, Malkolm se atrevió a preguntar tras tomar una larga toma del vino:

— ¿Has elegido un abogado?

Me agradó que sacará el tema. No sabía cómo hacerlo sabiendo que... Lo que pasó hace horas. No quería aprovecharme de fuera lo que fuera aquello que hubiera entre nosotros.

— Mark Carter, tal vez. Es inglés, pero por lo que leí, ha tenido éxito en muchos de los tribunales del país en los últimos años.

— El lunes contactaré con él y acordaré una cita contigo —decidió y frunció su ceño—. ¿Qué ocurre?

Conté hasta tres para decirlo.

— Esto que hay entre ambos... —Señalé con el dedo y lo retiré de lo raro que fue—. ¿Cómo se llamaría? Sé que sólo fue un... Beso.

— Para mí no fue sólo un beso, Sarah —aclaró Malkolm de forma tajante.

Quedó claro que no lo era.

— Para mí tampoco.

Me miró sin apenas pestañear. Suspiró entonces y se rascó la barbilla.

— Se que no estás preparada para el compromiso, yo tampoco, a decir verdad —Me enfoqué en él, en su escurridiza voz y palabras honestas—, creo que será mejor empezar como amantes. Y no tienes de qué preocuparte. El dinero del abogado no influirá en lo nuestro.

Me reservé sin saber qué decir.

Amantes.

Esa palabra se empleaba más en las relaciones escondidas, concretamente a las personas comprometidas de algún modo con otras y quieren olvidarse de ello.

Amigos con derecho. Se diría hoy en día.

Pero Malkolm lo dijo como una relación más especial, íntima tal vez, ligada al deseo y de libertad.

Torcí los labios de recordar lo que dijo después.

— ¿Cómo estás seguro sobre el dinero?

— No mezclo el dinero en las relaciones —Y zanjó el asunto retomando su comida.

También lo seguí, me centré en la ensalada, pensativa y sin muchos motivos por los que hablar hasta que Malkolm me llamó:

— Sarah.

— ¿Sí?

— ¿Aún te duele la pierna?

— Ahora no. Bueno, solo cuando estoy mucho tiempo de pie —Acaricié mi pierna por encima de la falda negra—. Blaire me dejó la caja sanitaria por si empapaba las vendas en el baño y unos antinflamatorios. Es muy atenta.

— La próxima vez intentaré que vaya a la cuidad a comprar ropa de tu talla.

Bajé mi vista donde residía la suya. Dejé el tenedor sonrojada a abotonar hasta arriba la camisa. Sí, definitivamente llevaba menos talla que Blaire. Le debía demasiado a la chica.

Sus labios besaron la copa de vino. Fui consciente que quien lo acosaba con la mirada era yo. La atracción estaba ahí. Esa que me llevó a besar a Malkolm en la tarde.

Una atracción incuestionable.

— ¿Has terminado? —Se limpió su barbilla.

Miré mi plato medio vacío.

— Creo que sí.

Malkolm dejó su silla y rodeó la esquina de la mesa a paso lento. De solo verlo, sabía qué pensaba.

— ¿Ahora? —cuestioné sintiendo mi cuerpo arder a su ansiosa mirada y percibiendo su perfume como a sales de baño.

Él no abrió boca, salvo en la mía. Fue corto, como el primer bocado de degustación para después devorar. Mi silla rodó en su dirección en solo un empuje de su mano. Buscó mi cintura, y yo su camisa. Y un momento a otro, estaba sentada sobre la mesa mientras mi cuerpo respondía a las acaricias y presiones del suyo, arrasando mis labios con ansia. Sabía explotar al máximo un beso como si el mundo estuviera en llamas; a veces me costaba seguirlo, pero ahí está la necesidad de nunca abandonar la partida. Y a veces tenía la sensación que otra lucha se libraba, pero dentro de él, contra algún impulso. Él dejó mis labios para besar más allá. Mis carrillos, seguramente los dejaría más sonrojados, mi mentón también, mi cuello con marcas... Y rompí una risa y luego otra, hasta que mis piernas se sacudieron en el aire cuando se disponía a lamer y morder mi oreja. Le golpeé la espalda para que detuviera aquella tortura. Malkolm replegó su ceño, pero con una sonrisa.




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