El alma del Lobo

Capítulo 10

 
 




 

El whisky fue servido por Malkolm que se reservó de hacerlo conmigo, pues era cierto que negué tomar más alcohol hasta que pasarán los mareos. Llegó a encender las lámparas y a prender la leña de la chimenea. La tarde se había oscurecido en un abrir y cerrar de ojos; cientos de nubes negras con amenaza de tormenta se reunieron en el cielo de manera que se confundía con la hora nocturna. 

— Pues... —Tosí por el bizcocho de vainilla que se atascó en mi paladar y moldeó mi tono de voz a una superior—. Primero creo que deberías saber que hace poco recibí la fecha del juicio. Es para un mes.

Recibió la noticia con una media sonrisa pero después, la abandonó, de ver la falta de la mía. 

— ¿Y cuál es el problema? 

—¿No crees que es demasiado pronto? El abogado también lo piensa. 

— No lo sé, Sarah —Yo le miré cuestionando pues recordaba que Malkolm me ofreció ayuda en este caso y añadió en defensa—: No movería ninguna ficha sin tu consentimiento. 

 Era cierto, él se quedaría quieto, paciente, a la espera para actuar a mi orden como el dinero del abogado. 

— Hace unos días, mi abogado solicitó un acuerdo antes de recurrir al juicio pero no sabe de dónde está mi padre —Relataba y cuando lo hacía algo crecía en mi estómago que pesaba—. Antes pensaba que era una excusa para no reunirse. Ahora empiezo a dudar pues dicen que lleva semanas desaparecido. 

Vi cómo meditaba en el asunto con la mirada perdida mientras tomaba sorbos de whisky. 

— Me contaste que tu padre huyó de Escocia y se estableció en Grecia. Puede haber vuelto, o ido a otro país.

Era posible. Lo pensaría, pero ahora que conocía los motivos de Steven de ir tras la herencia de mi tía, no lo creería tan fácilmente. Era abandonar todo el dinero que una vez fue suyo cuando el estado griego quitó sus bienes y se los entregó a Susan como pago por la custodia. Recién salido de la cárcel, sin dinero y con pocos amigos fieles y clientes que pudieran salvarlo... A no ser que de milagro encontrará otro bote de salvavidas de buen provecho.

— ¿Y no sientes un poco de paz después de todo? —preguntó, sacándome de mis pensamientos —. Tu padre te acosaba, dudo que no agradezcas un mínimo saber de su desaparición. 

Recogí una uva suelta por el cuenco de frutas, lo partí y empecé a retirar sus semillas antes de llevármelo a la boca. No me gustó su sabor. Demasiado ácido el jugo y áspera la piel. 

— No sé si es paz —Pensé en voz alta y continué—. O puede que trame algo porque se sienta amenazado o puede que... Nada. Que simplemente se fue. 

Malkolm guardó silencio, pero sin apartar la mirada de mí. Despacio, deslizó su brazo por mi nuca, me atrajo hacia él y dejé reposar mi cabeza en su hombro. 

— Llegué a pensar que fue a por ti. 

— ¿Por qué pensaste tal idea? —Sonó a una pregunta trampa. Malkolm se movió antes de hacérselo saber—. ¿Has hablado con él? 

Esperé una represalia de su parte que nunca llegó.

— Tu padre no tendría poder para hacerme daño alguno. Porque antes, lo sabría y se lo haría a él. Y si lo hace contigo, no dudaría de devolvérselo el doble. 

Debería escandalizarme, asustarme más bien, Malkolm era un hombre con poder como sabía, y había mostrado que era capaz de aprovecharlo para su bien. 

O el mío. 

Estuve callada. Sin juzgarlo ni siquiera con la mirada. 

Definitivamente yo también tenía algo de corrupto como mi padre. 

Malkolm tomó mi mano y estudió mis dedos olvidando el antes. 

— ¿Es pintura? 

Observé los rastros de la pintura enterradas en las uñas. 

— Sí. 

Imaginé una sonrisa de aire orgulloso. Puede que recordara ese día cuando me animó a volver a probarlo.

— ¿Y qué pintas si puedo saberlo? —Sé que quería preguntar algo más pero se lo guardó. 

¿Qué estaba haciendo una pintura sobre él? Su rostro divino o su cuerpo plasmado en un papel o un lienzo era un reto para mí. Y cada intento era prueba de mi falta de práctica. Si algún día lo recreaba, debía ser digno de alabar como yo veía a Malkolm. 

— Sólo estoy practicando los matices en pintura y las perspectivas pendiculares paisajistas fuera de ella antes de empezar un proyecto serio. 

Malkolm me miró como si intentara entender a un alienígena. 

— Qué meticulosa son estos artistas. 

Me provocó que sonriera más que conocía ese tirón doloroso de las comisuras. 

— Malkolm, ¿por qué no me cuentas qué tal fue el viaje? —Era una pregunta arriesgada, lo sabía, sin embargo debía intentar abrir con mi puñal su corteza. Así podría entenderlo mejor y así, puede, que amarlo también. 

El whisky tembló de zafarse más al cristal. 

— No hay mucho de qué contar. 

Aparté mi cabeza de su hombro. Sí, ya empleaba ese ceño, el rechazo de mirada y cuerpo de piedra. 

— ¿Qué tal tu familia? Bueno, tu hermano. O primos si tienes, y de dónde son. 

Incómodo, tomó un trago y se limitó a decir:

— Están bien.

Al menos sé que tiene primos vivos. 

— Cuéntame más —Le animé, aguantando las ganas de sacudirlo.

— Sarah, recuerdo que acordamos no hablar sobre... —Descargó un suspiro en esa pausa y que yo imité uno más tenso sabiendo qué iba a traer—. Asuntos personales si uno no está cómodo con ello. Mi familia no es un asunto que me enorgullezca compartir, lo sabes desde que nos conocimos y cuanto menos sepas de ellos y de dónde vienen, mejor para ti. 

Tenía razón. Pero no pensaba que fuera tan reacio de dar mínimos detalles. 

— Bueno pues, háblame de tu trabajo. 

Pareció que su paciencia terminó, porque dejó el vaso y se inclinó sobre sus rodillas. 

— Sarah, ¿de dónde viene este interés tan insistente sobre mi familia y trabajo?




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