El alma del Lobo

Capítulo 11

 

 

No me quedé en la habitación, no después de lo que vi y me ocurrió. No hubo más signos de lo que aparentemente era fiebre, el calor en mi piel se reemplazó por frío, como la superficie de un lago congelado. Los mareos cesaron, pero mi cabeza no era la misma. Estaba entre páramos del pasado. Tanto que, cuando oí la voz de Malkolm, me di cuenta que estaba en su habitación, con una manta de lana alrededor de mis hombros y sentada sobre un sofá:

— ¿Necesitas un baño?

Negué y me agazapé con la manta. Malkolm se alejó a buscar el teléfono de cable. El sonido del marcaje de la rueda era como escuchar los huesos de mis dedos encogerse.

— Traerán la cena en breve. Un plato caliente puede ayudar —Añadió una delgada sonrisa mientras giraba el sillón de mi lado y lo acercó hacia mí, en vez de compartir asiento en el mismo sofá, respetando una distancia que él consideró oportuna—. Sarah, no sé qué has visto que te impide hablar con libertad sobre ello. Esperaré a que me cuentes qué ocurrió cuando estés preparada.

Bajé la mirada a mis manos entrelazadas. Y el silencio permaneció, salvo algún comentario de Malkolm sobre la comida cuando llegó y mientras tomábamos a sorbos el caldo. Dejé intacto el plato para mi sorpresa y la bandeja de plata la coloqué sobre la mesa.

El calor de la sopa proporcionó un calor agradable en mi estómago, —antes de piedra—, que mejoró mi estado.

Era temprano para dormir, ya no me encontraba fatigada, pero necesitaba tumbarme. Relajar esa parte de tensión en mi cuerpo que residía en mis extremidades. Y pensar y pensar... Al fin de al cabo, ¿qué haría si no después de lo que vi?

Había hecho un tramo hacia la cama, y, sin embargo, me apoyé al bastidor de esta; perdí el interés de terminar el día acostada y sabiendo que el próximo volvería a mi vida normal. Que una vez que despertara, mi mente intentara convencerme que fue un sueño o una alucinación.

— No fue algo, sino alguien quién me asustó —Mis palabras salieron disparadas, es decir, sin duda o recelo de confesarlo.

— ¿Quién? —inquirió Mal, y noté cierta inquietud y rabia contenida en su tono tan propio de él por su sobreprotección que ni me extrañó.

Mi frente tocó la madera y mis mechones acortados a las sienes resbalaron por mi cara. Recordé a un ser callado, frío y pálido, sin un ápice de luz que vislumbrara vida en sus ojos obsidiana. Un ser muerto. Sí. Pero de presencia solemne como un arcángel.

Me encogí con un gemido y deseé esconderme como un caracol en su concha de ser tocada sin aviso. Malkolm continuó acariciando mi espalda. Y poco a poco, la tranquilidad me inundó.

¿Tanto me había afectado esa aparición que mi cuerpo desconfiaba de una de las personas más cercanas de mi vida?

.

— Sarah, puedo ayudarte —Susurró temeroso de otro susto de mi parte.

Yo negué. Negué porque me avergonzaba desarrollar una escena donde podría haber una burla o un dedo señalándome.

— No me vas a creer.

— Algo similar dijiste una vez y te creí —Su defensa me dejó sin dar con las mías.

Sí. El primer accidente inexplicable que ahora sólo recordaba unas lagunas.

Suspiré. Y le miré directamente afrontando su próxima expresión de incredulidad.

— ¿Tienes fantasmas en tu mansión?

Y ahí apareció claramente como el reflejo de la luna en el mar.

— ¿Fantasmas?

— ¿Lo ves? —Sacudí los brazos indignada mientras rodeaba la mitad de la cama—. Hasta tú no lo crees.

— En ningún momento lo dije. Me ha sorprendido tu definición solamente —No le creí del todo hasta que preguntó—: ¿Cómo era físicamente?

Su expresión era rígida, y sin rastro de duda o burla en lo que decía y sobre mi extraño acontecimiento. Otro más.

— ¿No es relevante? ¿O vas a ir tras ella como un caza fantasma? —Mi sonrisa era producto de los nervios que también afectaban a mis entrañas y más de obligarme a recordar y describir los rasgos impasibles de la chica.

Y sabiendo que podría ser responsable de lo que ocurrió en el bosque.

Malkolm se acercó tanto a mí que por un momento me sentí acorralada. Él estaba en modo alerta y bien atento sobre qué podría salir de mis labios.

— ¿Ella? ¿Es una mujer?

Me abracé a mí misma ante su exigente mirada. Malkolm intentaba calmarse; su respiración se había vuelto brusca y sus dedos inquietos, sin saber cómo maniobrarlos.

— Sí. Y es... Es joven —Balbuceé—. Unos años menos que yo, o eso me pareció porque tenía cara de adolescente.

— ¿Cabello rubio y ojos verdes?

— No, ojos verdes no. Eran oscuros o eso recuerdo.

Y también en el bosque.

Malkolm perdió la mirada mientras acariciaba su mentón pensativo. Ahora yo intentaba aproximarme y él alejarse.

— ¿Conoces al fantasma?

Casi pudo sonreír de considerar mi pregunta con un toque de humor. Más, sería siniestro. Me miró con aire de curiosidad.

— ¿Por qué crees que es un fantasma?

Como dije anteriormente: Era muy supersticiosa en ese tema.

— Desapareció —Me encogí de hombros—. A no ser que ahora tengas un cadáver en tu patio por si cayó del balcón.

— Olería la sangre —Su directa respuesta y sin ironía detrás me dejó perpleja y lo olvidé a su pregunta—. ¿Habló contigo?

— No. Me miraba en silencio —contesté; un escalofrío escaló por mi espalda—. ¿Crees que es peligrosa?

Malkolm recuperó su armadura de caballero.

— ¿Te hizo daño?

Mordí mi labio frustrada de no tener seguridad. Podría haberme caído por un despiste como cualquier accidente, después o antes de haberla visto.

— Recuerdo su cara y su nombre cuando te esperaba en el bosque. Se llama Daiah — En mi voz, su nombre sonó a un canto que resonó en eco por en el fondo de un barranco. De luz, no de oscuridad como apareció y por eso, poco creí lo que me cuestioné después—. ¿Crees que tuvo algo que ver en mi caída?

— Pienso que no podría hacerte daño —contestó con la seguridad que no poseía en ese momento—. Creo que es responsable de tu curación. No tienes fiebre. Aparentemente estás... —Hizo una leve inspección en mi cuerpo—. Bien.




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