El alma del Lobo

Capítulo 12

Era mi última mañana que consideraría casi "pacífica" . 

Las cortinas abiertas filtraban la luz del nuevo día, así que desperté al primer rayo y me ayudó a abandonar la cama, dejar al bello hombre durmiendo un rato más mientras yo buscaba mi ropa, o arreglaba, como mi prenda interior que tuve que anudar la tira y cargando el calor de mis mejillas. 

Observé una camisa de color oliva a los pies de la cama. No sé por qué me dio la necesidad de estudiarla. La extendí en el aire. Y mi olfato dedujo que el olor era de serrín al de las cuadras. Malkolm no llevó esa camisa anoche, al menos, no conmigo. Y parecía que mantenía —o sus empleados— un espacio ordenado a excepción de la intocable cama. 

Escuché un ruido del colchón. Allí estaba, sentado sobre la cama y con una rodilla que apoyaba su brazo, con sus ojos verdes abiertos y dando efecto donde se posaban como una luciérnaga en su charco nocturno. 

— Oh, buenos días —dije, con la voz desafinada e intenté vaciar mi cabeza y dejar la camisa a un lado. 

Malkolm me devolvió el saludo con una sonrisa de medio lado. Parecía estar despierto desde hacía horas. Sin legañas, o mirada de letargia y cuerpo pesado. 

— Ven —Palpó las sábanas—. Vuelve conmigo. 

Si volvía con él, no saldría de sus sábanas dentro de varias horas. 

— Ya es día —señalé. 

— Está amaneciendo, aún es temprano para el viaje. Acércate. 

Me convenció y rodeé la cama hasta su lado. Me besó la mejilla después de refrescarse con el olor de mi cabello. Y yo di con ese serrín de cuadras en el suyo confirmando mis sospechas. 

— Qué piel perfecta —Sus dedos en mi mandíbula parecían pinceladas y llegó a mi cuello donde ahí se estableció con interés como tantas veces que perdí hacía tiempo la cuenta. 

— ¿Dónde está mi camisa? —inquirió tras un tono burlón mientras acariciaba el bordado de mi blusa—. ¿No mencioné que luces preciosa con mi ropa? 

Sus halagos los ignoré. 

Dejé que sus labios jugarán con los míos, aunque yo no tuviera el ánimo de participar y él enseguida, se detuvo de notarlo. 

— ¿Qué ocurre? 

Estaba molesta y se podía reflejar más que en besos. 

— ¿Anoche saliste?

Malkolm se sorprendió, y buscó una pista en mí sobre el hallazgo, y lo encontró de dar con su camisa de oliva, pero no pensó siquiera en negarlo.

— Sí.

— ¿A dónde?

— A los establos. No podía dormir —Lo creí, en cambio, mi indignación no se rebajó y viendo su carácter relajado que solo lo marcó por su ceño, lo empeoró—. ¿Hay algún problema? 

Necesité alejarme de él y lo hice. 

— ¿Por qué te comportas...?¿Así?

Malkolm empezó a cuestionar con dureza. 

— ¿Así, cómo? 

— Lo que te ha pasado con esa chica o quien sea. Lo que nos pasó no es normal. Pero para ti... —Crucé mis brazos—. Parece que sí. 

Suspiró mientras acariciaba su cuero cabelludo.

— Fue hace mucho tiempo, Sarah. 

«Y eso no justifica nada»

— Yo creo confías demasiado en ella. Si no, no me hubieras dejado sola después de lo que me pasó en la habitación... —Noté ardor en mi garganta como síntoma de un lloro que no era propio de mí ni estaba dispuesta a descargar—. Podías haberme avisado. Y me sentiría más tranquila sabiendo a dónde vas a esas horas. 

— ¿Y despertarte después de tu esfuerzo por conciliar el sueño? No, Sarah. No soy así. 

— ¿Tú me crees? —La pregunta no lo pensé. Salió sin más. 

— Sabes que sí —Sin apartar su escrupulosa mirada, dobló su pierna y dejó reposar la otra al borde del colchón—. ¿Qué ocurre realmente? 

A Malkolm no le conté todo sobre la primera aparición de la joven. El servicio de salvarme de la muerte con un cobro especial. No sabía cuál era y si llegué aceptar. Por eso, las personas con tales ofertas, suelen tender a ser peligrosas como mi padre. 

E imaginar que tendría otra oportunidad de atraparme sola... 

— Nada. Da igual. Estoy siendo dramática —Mi sonrisa fue fugaz y cree otra distancia. 

Lo escuché dejar la cama tras de mí mientras tomaba mis últimas pertenencias. 

— Te despertaré si tengo intención de abandonar la habitación, ¿de acuerdo? 

Yo asentí. Creí que su promesa mitigaría mi angustioso estado. 

Pero no fue así. 

 

⚜️

 

 

¿Recuerdan esa misteriosa caja de música que encontré en el sótano? 

Lo había llevado a un cerrajero ese mismo día, después de descansar de la reunión de abogados y fiscales. Un manitas de allí se confió en solucionar el problema de la falta de llave intentando acceder a abrirla sin una. Y lo consiguió horas después. Dentro, se halló un paquete. Era un recopilatorio de cartas. 

La noche la pasé leyendo carta tras carta. 

Eran de mi madre dirigidas a mi tía. Me sorprendió su gran confianza entre ambas. 

Mi madre relataba sus días conmigo cuando apenas sabía hablar. La dura vida con su marido. El agradecimiento de enviarle dinero en sus épocas más difíciles. Llegó a suplicar de cuidarme en caso que resultara imposible de hacerlo ella. 

En las últimas cartas, mi madre respondió su motivo real y mi corazón latía con más ahínco a medida que leía. 

Mencionó a mi abuela Alejandra, — quien nunca conocí—, decía que tenía ciertas habilidades incomprensibles para la razón humana sobre hechos futuros. Mi madre lo creía de corazón. Y mi muerte a temprana edad estaba entre ellas por mi padre. 

Y en cuanto a mí... 

Ya no sabía qué pensar. 

Dos personas que predicen mi muerte no era fácil de lidiar. La primera era una desconocida y su naturaleza incógnita, además de tenebrosa. Y la segunda, la mujer que se sacrificó por mí más de una vez. Mi madre era de saber dónde pisar, aprendió hacerlo por mi padre. Era discreta y observadora. Era de creer lo que veía, o eso recordaba. Por eso, que creyera en tales cosas me resultaba bastante contradictorio. 




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