El alma del Lobo

Capítulo 13

 
 


De niña, cuando empezaba a conocer a mi tía, preguntaba de vez en cuando por mi padre, el motivo de sus crueles acciones. 

Susan intentaba explicármelo con las palabras más fáciles de tratar. Me hablaba de su infancia con él. Decía que fue un niño difícil de tratar; era distante y tozudo. Pero tenía cierto respeto y cariño con su familia. Pero cuando sus padres lo internaron, cambió a ser un joven más frío y hasta cínico. Y cuando se independizó, cortó contacto con su familia. Mi tía dijo que volvió a verlo en su boda. Creía que había cambiado y que tenía la oportunidad de recuperar la relación de su hermano. Y sí, pasó por un tiempo. Se fue de Escocia sin dar muchos detalles a mi tía. Se acostumbró a sus idas y vueltas. Sin embargo, fue a Grecia de vacaciones tras su divorcio. Conoció a mi madre, la hija del jefe del hostal, sin saber con quién estaba por casarse. La primera vez que lo contó, esbozó una sonrisa al contar su cara de sorpresa de encontrársela en la zona común de huéspedes camino a buscar a su prometida. 

Y luego, sus labios dejaron de tensarse y dejó un silencio de penumbra. 

No sé qué más pasó para repudiar a su hermano y negarse de volver verlo, pues nunca deseó hacérmelo saber y las cartas a mi madre tampoco daba constancia de los hechos, aunque ciertas ideas tenía y era evidente quién era el culpable. 

 
 


El agua caliente de la ducha caía sobre mis hombros que sonrojaba mi piel y aún así, podía sentir ese crudo frío marcándome hasta mi alma. Hacía rato que vi las corrientes llevarse consigo la sangre al sumidero. Me habría pasado una hora dentro del baño según recuerdo no escuchaba a Malkolm hacer acto de presencia en la habitación. No me importaba. Ahora mismo mi mundo lo veía oscuro. 

Y mi cuerpo rojo.

Y como antes de entrar a la ducha, me estudié en el espejo. Recorrí los dedos por mi cuello, buscando un rastro de marca, o un dolor de las secuelas de intento de asfixia... O el apuñalamiento mortal en mi abdomen. 

Estaba limpia como en la mañana. Y eso provocaba sacudidas de confusión en mí como si hubiera un mar embravecido. 

Podría decir que esperaba el episodio, no con detalles del entorno y cuándo. Daia me mostró el horror de mi rostro y el de mi asesino padre, el intenso dolor de mis entrañas, mi cuello como si me ahorcaran una y otra vez... 

¿Y para qué mostrar esas horrendas barbaridades que sufriría si no pude evitarlo? 

Decidí salir con el albornoz del hotel y con el pelo libre y húmedo sin enrollar en una toalla como tenía de costumbre. Me senté en la cama doble. Mis ojos se desviaron de mis pies desnudos a Malkolm que se acercaba a dejarme una de las mudas de ropa traídas de mi casa. La recogí y la abracé sin soltar palabra alguna. 

— Estás roja... —Se contuvo de tocarme, vi esa mano retroceder justo cuando una corriente de temblor me atravesó.  

— Me pasé con el agua caliente... —Intenté alzar la voz pero la tenía apagada, sin fuerzas.

Escuché un soplido de su parte y tuve esa sensación de que Malkolm se preparaba a hablar sobre el asunto.

— Puedes acudir a las autoridades, no te lo impediré pero, antes me gustaría hacerte saber que tenías razón —Se sentó y pude diferenciar el olor a ron—. No son de fiar. Hay compinches relacionados con los amigos de tu padre. Empresarios, con negocios cruentos detrás, y es seguro que intenten culparte a la mínima sospecha contra ellos —Sentí su mirada intentando leer la mía que no se inmutaba a nada—. Sé que me consideraras un criminal por ofrecerte mi ayuda y no te juzgo. La casa estará como antes y me aseguraré que ningún vecino malinterprete lo que sucedió. 

Malkolm creía que estaría en contra como un ciudadano que intentaba hacer lo políticamente correcto. Pero cambié en un grado drástico desde el momento que sujeté el martillo. Había valorado mucho antes de salir de mi casa qué sería de mí si me entregaba. Mi abogado le advirtió sobre los fiscales antes de la primera reunión: La discreción que debía conservar en mis palabras que podían usarse en mi contra en algún llamamiento oficial de interrogatorio si la demanda llegaba.

— Si vas a involucrarte hasta el final, podrías perderlo todo, Malkolm —Le advertí asustada.

Aunque ya estaba metido en mi fosa desde el principio... 

Se mostró determinado, no a un hombre de negocios que reza y teme por su futuro que constantemente echa los dados en un juego de azar. 

Suspiré por esa cabeza tozuda y agradecí el aire que acondicionada libremente mis pulmones. 

— Haz lo que mejor creas entonces. 

 
 


Me costó medir el tiempo con exactitud si no fuera por el reloj de mano de Malkolm. Se encendió las lámparas, que parecían farolillos y odié la televisión con toda mi alma por esas voces que mi mente malinterpretaba. Demonios con sus habladurías. Asesinatos y atentados en las noticias. Engaños en los programas de entretenimiento. Y cuando Malkolm se encerró en el baño, dejé la cama, y lo apagué, hasta arranqué su cable del interruptor y con deseos de tener un bastón para romper la pantalla. 

Porque realmente tenía ganas destrozar esa elegante suite que no merecía estar. 

Había una peligrosa rabia en mí. Y aún no sabía por qué. 

Pero me dejé tirar en el suelo como un juguete inservible durante largos minutos. 

— Sarah. 

Malkolm se alzaba con una toalla en sus hombros, con el pecho descubierto y reluciente de hilos de agua; partía desde su cadera un ancho pantalón de esos que usaba antes de ir o salir de la cama. 

— Tenías razón, Malkolm —Esa disonante voz no la reconocía—. Siempre sobrevivo en las desgracias. Pero en esta... —Mis ojos escocieron como si me rociaron ácido y limpié la primera lágrima—. Me ha convertido en él y no puedo soportarlo. 

Y al escucharme supe que mi rabia era conmigo misma. 

Malkolm se arrodilló. 

— Los monstruos no saben qué es la culpa, Sarah. 




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