El alma del Lobo

Capítulo 14

 

Ninguno de los dos abrió la boca durante la vuelta al hotel. Sin embargo, fue fácil de detectar las emociones de Malkolm, notaba una agitación contenida, por cómo controlaba la fuerza de sus nudillos en el mando del piloto o meramente su austera respiración. 

Y mientras yo, tenía un perfil sereno reflejo de mi interior que navegaba una corriente pacífica y lo notaba por todas mis extremidades. Y cuando en realidad, no debería sentirme así. Como si desconociera las consecuencias de mis decisiones y del futuro. 

Tuve una teoría: Que cuando recién descubres la verdad, después de días de sin descanso buscándolo, te queda ese sabor de paz que sabes que de un momento a otro, desaparecerá porque todo descubrimiento tiene su lado oscuro. 

Para cuando entramos a la suite, Malkolm retiró su abrigo y lo dejó en el respaldo del sofá. Fue a dar con la botella de whisky y servirse una copa sin hielo. 

Me invitó a una y lo rechacé. 

— No puedo. 

Él me interrogó con la mirada y por más señales de gestos que le enviara, tuve tocar mi vientre para que pillara finalmente el mensaje; desvió la mirada avergonzado mientras tomaba los dos tragos a mitad de espalda. 

No sabía cómo empezar a abordar el tema de esterilidad y milagros sin que sonora a un relato de la biblia. 

— La doctora recomendó alejarme unas semanas del trabajo debido a los niveles de "estrés" que mostraba la analítica —Mi pausa involuntaria fue notoria de saber el motivo que atraje al completo la atención de Malkolm—, por eso tengo el justificante para la baja laboral. 

Él estaba por responder hasta que, no pude evitarlo y lo interrumpí:

— ¿Por qué no lo negaste? O por los menos, cuestionarte si tanto crees que no podías ser padre. 

Tenía dos caras en cuánto le revelara a Malkolm que estaba embarazada: un Malkolm negando tal hecho real y preguntándome quién era el responsable —cuando no había ni hubo ningún otro hombre— y la otra, que fue la selectiva al parecer, asimilándolo tan rápido que era prueba de mentirme o estaba equivocado respecto a su fertilidad. 

— Sólo puedo confesarte que nunca haría tal columnia. Estaba seguro de que era imposible. Yo me encargué personalmente de que ocurriera —Su defensa era honesta, o eso parecía y en verdad, no sabía qué tipo de falla visible podría entrever lo contrario—. Pero si hubo una posibilidad, y pasó...—Suspiró arrepentido ante al hecho y prosiguió—. Lo creo, por supuesto. 

Yo no sabía a quién creer. Esto se me iba de la comprensión lógica.

Esa joven tuvo que mover mano desde el día que me acorraló a proponerme tal trato para ser posible todo esto.

Las fechas coincidían. Y entonces, Malkolm, también sería una víctima.

— ¿Sarah? —Me llamó por mi aislamiento. 

Decidí relatar el suceso completo del bosque. 

Malkolm se había levantado y marcó sus pasos con vueltas en un torrente de enojo ante la revelación.

— Pensaba que era un mal sueño por la época que pasaba... Por eso no lo hablé contigo para evitar preocupaciones innecesarias —Agazapado mi cabeza, con aire culpable mientras le seguía de reojo. 

— Se aprovechó de tus miedos para engañarte... —Murmuró para sí mismo acariciando su mandíbula con rudeza y mirada perdida. 

Se aprovechó. Sí, vaya que sí. 

— ¿Qué pasaría si... Rompo el trato? —Me lancé a cuestionarlo.

Sentí que estaba en territorio de arenas movedizas. 

Porque si cabía una posibilidad, iría tras ella. 

El verde de sus ojos eran flechas de acusación al dar conmigo. 

— No pienses en esa opción —Me prohibió, y sí, era una orden. 

Pero no me conformé en seguirla sin ninguna buena razón. 

— ¿Por qué? 

— Si es un juramento con sangre, es inquebrantable. Yo lo intenté... Y es mejor que no conozcas el castigo —Su expresión fue concedida de advertencia. 

— ¿Qué juramento me hablas, Malkolm? ¿¡Daia está metida!? — Exigí, alarmada, me levanté hacia él hervida de una rabia que estalló como una olla en ebullición.

Malkolm se mantuvo rígido a mi asalto. Ni siquiera se dignó a mirarme a la cara. 

— Confesarlo viola el juramento.

Y al no ver que no daba alguna respuesta válida, guiada por la frustración, grité:

— ¡Pero no puedo tener un bebé y entregárselo como si nada!

— Eso no ocurrirá —Alzó su voz determinante que aquietaba temblores—. Encontraré un modo de arreglarlo —Observó mi vacilación. Se acercó a la compañía de una nueva mirada de comprensión y plena seguridad—. Este problema nos concierne a ambos, Sarah, por más que intentes convencerte de lo contrario. 

Mis dedos jugaron entre ellos de un nuevo temor, menos grave que el anterior pero... 

— ¿Y qué pasará si se arregla?

— ¿Pasar el qué? —Captó algún matiz en mí que llegó a concluir—: ¿No quieres tenerlo? 

— No he dicho eso —«Pero lo pensé y sería justo con los problemas que arrastraba»—, además, precisamente querías evitar esto en tus planes de vida. 

— Sí, no lo tenía pensado. Pero... —Suspiró y repasó un masaje en su nuca—. Me haré responsable. 

Le miré incrédula. Hacía un rato verificaba que fue su elección —sin seguridad de intervención médica— no engendrar hijos y sin tener ninguna experiencia tratando con embarazadas y así una larga lista de pruebas en citas donde entraba el ejemplo de un bebé en el mismo banco del parque que compartimos y un Malkolm que establecía una distancia exagerada con la nariz arrugada como si fuera la peste misma. 

— Malkolm, hacerse cargo de un niño es para pensarlo debidamente y con tiempo. 

— Bien. Lo haré. 

No confié su precipitada respuesta. 

— Lo digo en serio. 

— Y yo también —Cruzó sus brazos mostrándose seguro como un líder. 

Le volví enseñar mi reproche en silencio pero no desistió. 

A partir de ese entonces, prometimos no sacar el tema de "juramentos de sangre" y la mínima mención de la primera responsable hasta cuando asimilaramos mejor aquel drama.




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