El alma del Lobo

Capítulo 15

 

Como se dijo: al día siguiente, Malkolm abandonó la cuidad a atender sus responsabilidades de trabajo. Mientras yo, prometí volver el próximo día, tiempo justo para arreglar papeles, organizar mi equipaje y despedirme de mis amigas. No estaba convencido de dejarme sola y la verdad, aunque me doliera admitirlo por ese rechazo a la dependencia de otra persona que era bien sabido de mí, coincidí con él, pues aún no me sentía preparada para caminar por las calles sin una compañía que me brindara un ápice de seguridad o distracción, o visitar la casa de mi tía con el anclado pensamiento de que otro loco volviera a atacarme y acto seguido, cobrara otra vida, la mía o la del atacante; sí, creía que era capaz de volver a matar.

En cuanto a Farj, el secretario de Malkolm, visitó la habitación de hotel ofreciendo cualquier ayuda, con esa esquiva mirada y tono seco, presentí que no sería fácil de lidiar con aquel hombre.

Cabe destacar que era un buen “chófer”. Cedía sin objetar o señalar algún hastío allá donde indicaba ir. Después, se mantenía callado e ignorando mi presencia si no le requería de mi atención.

El primer destino fue el más duro: entrar en la casa de mi tía. El miedo dificultaba mi avance, pero todo avance tiene su final y el mío fue llegar a la puerta, buscar las llaves de los bolsillos de mi abrigo y empujar la cerradura. Cuando subí el escalón que transpasaba el interior del hogar, detecté la falta de ventilación y el olor característico a madera y pintura. Esa nostalgia me animó a continuar y recorrer el salón. Todo estaba limpio y ordenado, como si nunca hubiera pasado ese horrible tornado que provoqué tropezando con muebles y estos perdiendo la estabilidad de sus objetos decorativos; que viendo su ausencia, fueron imposibles de remediar su arreglo. Observé la entrada a la cocina y ahí me planté como un roble. La escalera plegable había desaparecido y las herramientas que estaban desperdigadas por el suelo sobre el mar de sangre, igual.

«El martillo, también»

El arma que usé.

Si cerraba los ojos y los volvía abrir, como esas noches de intentos por dormir, seguramente vería la representación de esa escena de calamidad roja.

Cada parte de mí saltó de escuchar unos pasos a metros de distancia, pero respiré aliviada y mi corazón menguó su acelerado ritmo de ver el cuerpo de Farj en el umbral del salón.

— ¿Necesita ayuda?

— No, gracias. Por ahora no, creo —Pasé a su lado para subir la escalera del segundo piso con un temblor en mis huesos que se podía apreciar fácilmente y le miré por encima—. Termino enseguida.

Sentí el plomo de su mirada mientras dejaba atrás los escalones. 

 

Todo lo necesario —considerando semanas de hospedaje— estaba dentro de una gran mochila de gym que encontré en las extrañas de mi armario; como mi tía y yo no viajábamos a menudo o de largas estancias, las maletas que tenía eran pequeñas y poco huecas. Mi blog y los materiales de dibujo los incluí y estaba por hacerlo con las cartas de mi madre para estudiarlas detenidamente. 
 

Cuando bajé, me sorprendió ver a Farj en el mismo sitio donde lo dejé hacía una hora.

— Me falta recoger unos papeles y podremos irnos —Le informé en voz reservada y dejé sobre el suelo la mochila.

Costó seguir el trayecto hacia la cocina, más que la primera vez, como si me encaminara a un matadero. No pude evitar recordar el oxidable olor de la sangre, mi estómago se contrajo de dolor como si volvieran a apuñalarme de nuevo y mi blusa tras mi abrigo se pegara a mi piel por la herida... Pero ni los productos de limpieza podría eliminar la oscuridad de mi interior.

Como me temí: mi mente empezó a colapsar de imágenes del criminal acontecimiento. Olvidé respirar y mantener erguidas mis piernas. El sudor de mis manos y espalda fue frío como el agua descongelada.

«Tranquila, es un ataque de pánico, es normal»

Y luego me vi echando mi desayuno en la concavidad del lavaplatos. Podría ser los síntomas tardíos de mi embarazo que mi doctora me avisó o resultado del trauma. Fuera cual fuera el motivo, el olor de mi vómito impregnó mi ropa y el ambiente.

— ¿Quiere que la acompañe a una clínica? —preguntó detrás de mí Farj, de tono discreto que, aún así, me asusté de su repentina presencia. 
 

— No, estoy bien —Cubrí mi boca tras toser provocada del sabor de los jugos gástricos. 
 

Abrí el grifo durante largo tiempo e intenté que desviar el agua a los lados para que se llevara los restos.

No permití dejar ver mi estado y que pudiera detectar el brillo acuoso de mis ojos que deseaban librar lágrimas.

El secretario se distanció a cortar una pieza del rollo de servilleta; Yo lo escuché. Alargué mi mano libre a tomarla de sentirlo a mi lado y murmuré con la cabeza entre mis hombros:

— Gracias, señor Dorshon.

— Puede tutearme.

Le miré desconcertada. ¿Era educación solicitada por Malkolm o era sincero su propósito de crear una relación llevadera entre ambos?

Le volví a agradecer en su nombre.

Y al parecer, Farj no era tan mal acompañante.


⚜️ ⚜️ ⚜️



Lo segundo más difícil fue ir a la floristería. Había llamado a Marie el día antes para informar de mi baja laboral. La doctora destacó sólo el motivo sin añadir el embarazo como "problemas de estrés y ansiedad" tal como pedí y descubrí que tenía derecho de hacerlo. Necesitaba guardar un poco más de tiempo la noticia a las personas de mi entorno como Marie y hasta que, incluso yo, lo asimilara al cien por cien.

— Lo siento mucho, Marie. Créeme que no es por el trabajo, estoy muy a gusto, es sólo que...— Corté por el chasquido de lengua de la mujer. 
 

— No tienes que dar explicaciones, cielo. Notaba desde hace tiempo que necesitas un descanso temporal —Su sonrisa que marcaba siempre sus pliegues de la cara, desaparecían por una mueca de honesta preocupación.




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