El alma del Lobo

Capítulo 16

 
 


Esperé a Malkolm en la habitación con la luna ya desfilando el cielo nocturno. Ese sueño dejó de lado las ganas de descansar en la cama, así que, de ver la hora en el reloj de sobremesa expuesta en la repisa de la chimenea dando la primera hora de la madrugada, decidí buscarle o reclamar su paradero a quien pudiera encontrar por la mansión.

Tanteaba el terreno para evitar ruidos en dirección a la habitación de Malkolm. Llamé repetidas veces y respondió el dueño del silencio.

Suspiré decepcionada y me encogí sobre mi abdomen. Un hambre doloroso me llamó que tuve que priorizar. Encontré las escaleras a la planta a intentar buscar la cocina o alguna persona que me ayudara. Mi única ayuda para guiarme por la mansión eran las débiles luces de pared que se dejaron por mantener encendidas. Antes de pensar en cruzar la esquina frené en seco al escuchar unas voces. Eran de Malkolm y Farj. Provenían tras unas compuertas. Me acerqué con los nudillos preparados para tocar la madera, pero mi nombre dentro de su conversación se hizo uso y aguardé.

— Si no les convence el dinero, usa tus estrategias y vete cuánto antes —Instrujo Malkolm.

— ¿Y si preguntan por el padre de la señorita? —Era la voz de Farj y quedé intrigada a su consulta.


El traslado de unos zapatos se escuchó que no llegó más lejos para plantearme hacer acto de presencia. 
 

— Diles que soy el responsable, sin muchos detalles y recuerda: sin mencionar el paradero del cuerpo, ¿entendido?

Retrocedí cuando supuse que uno de los miembros estaba por retirarse.

— Señor, antes de retirarme —Se reservó Farj, su voz de moldeó a una cautelosa como el modo de formular la pregunta—: ¿Podría hacerle una pregunta?

Hubo un largo y cargante silencio por Malkolm como si considerara a fondo su asequible demanda.

Sabía que Farj, desde que lo conocí, hacía preguntas indiscretas que delataban su perfil de hombre reservado.

Y cuando habló, entendí que su jefe se lo permitió con un asentamiento o mirada. 

— Sí confía tanto en ella más de lo que debería, ¿por qué le oculta la deuda de su padre?


Fue un golpe seco que aterrizó directo a mi corazón seguido de la sensación de tirón a la de una fina pero tensa cuerda.

¿Malkolm me lo ocultaba?

No hubo respuesta, salvo una orden seca y directa:

— Puedes retirarte.
 

Debería esconderme. Pero quería la respuesta a la pregunta. Así pues, cuando una de las puertas se abrió, los ojos de Farj descendieron y hallaron a una Sarah de brazos cruzados y expresión fría; se mostró imparcial de verme y no era de extrañar, y podría deducir que tuvo constancia de mi presencia desde mucho antes. En cambio, Malkolm no. Él sí que reaccionó que se atragantó con su whisky.

— Contesta a la pregunta, Malkolm: ¿por qué ocultarme la deuda de mi padre?


Malkolm dejó su vaso tragando los últimas dosis de alcohol y rodeó la mesa de despacho mientras Farj dejaba espacio para que accediera. 
 

— Por favor, no vayas, Farj —Le detuve de saber que se escabullía a cumplir su misión—. No tienes que hacerlo por mí ni por él.

Desvió sus ojos, y dijo:

— Tendré cuidado, señorita Taélis. Buenas noches.

Acto seguido, cerró la puerta y sentí a Malkolm tras de mí.

— ¿Estabas espiando? —Estaba usando su carácter encrespado, y eso me enervó.

— Y mereció la pena al parecer —respondí recuperando mi postura solvente volviéndome a él—. ¿De qué deuda hablaban?

Harailt enseño las líneas de su frente marcadas como una montaña de sábanas dobladas.

— Lo hablaremos mañana —Me enseñó su espalda.

Atrapé un puñado de la camisa impidiendo su marcha y la solté cuando tuve de nuevo su atención:

— Si lo pasas para mañana esta conversación, te arrepentirás.


Malkolm apreció mi amenaza e hizo bien no subestimarla.

— Bien, te explicaré: Tu padre robó a un magnate mientras realizaba uno de sus trabajos. He acordado con él de pagar la deuda a cambio de evitar que la cobre con tu herencia.

No me sorprendió sobre el robo y de cobro de mi herencia, lo que sí, que Malkolm lo ocultara y se hiciera pasar por el verdugo.

— ¿Y tan complicado fue decírmelo?

— Lo hacía para protegerte, para que te ahorrarás el abrir esa puerta que te costó cerrar —Se atrevió a respaldarse con tal excusa. Porque, ¿él qué sabía si había pasado página o no?—. Y ahora, no sé cómo voy a convencerte de que no tienes que devolverme ninguna libra como si me debieras un favor.

Odiaba a ese Malkolm "Salvador". Se las diera de tener derecho a decidir el bien de otros.

— Malkolm, no puedes hacer este tipo de cosas a mis espaldas. Es mi vida y tienes que consultarme aunque esté o no de acuerdo, me afecte o no. Y Farj no tiene que estar metido en esto.

— ¿Se puede saber cómo os habéis hecho amigos en un sólo día?

— Al menos él no se mete dónde no le llaman —Defendí.

— Y no tiene por qué si no está en peligro tu seguridad —Malkolm se apoyó en su mesa de escritorio enredando sus brazos por encima de su pecho.

El teléfono independiente estaba a su lado y leyó mis intenciones.

— Sarah, no pienses llamar a tu abogado a estas horas.

Pensaba llamarlo con el teléfono de rueda de mi habitación al día siguiente. No era tan tonta como creía.

— Tenía pensado hacerlo mañana.


Liberó un suspiro de exasperación. Y sí, no iba a desistir. Hasta me acerqué a él y le planté en cara retomando el debate:


— Nadie, ni mi pareja u otra persona, decidiría lo que es mejor para mí.


Malkolm dejó el escritorio tras mirarme entre asombrado e indignado, sabía que mis palabras fueron certeras. Lo tenía tan de cerca que podía sentir su calor corporal. 
 

— ¿Puede ser que seas demasiado orgullosa que no puedes permitir ayuda alguna? No eres un poste de acero que los vientos no pueden derribar, Sarah. Eres humana.




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