El alma del Lobo

Capítulo 17


 


Como mencioné anteriormente: el hermano de Malkolm supuso un giro para mi historia.

Yo esperaba en la habitación de Harailt, después de tener que obligarme a dejarlo con él. A paseos inquietos intentaba calmar mis emociones entre esas paredes que parecían encogerse.

Además, necesitaba ver ante mis propios ojos que volvía a salvo. Aunque fuera su único y menor hermano —según recordaba en unas de las poquísimas conversaciones que entraba—, no me fiaba un pelo por cómo me agarró y me miró. Me sorprendió en parte que no dejara marca en mi codo de la fuerza que empleó. Si se lo propusiera, podría desencajar un brazo en un giro, pero eso restaba importancia ante otros hechos. El más que dejaba una agitación imposible de controlar era ese idioma que usó para comunicarse con Malkolm. No se trataba de alguna rama gaélica, pues en Escocia se estudiaba y practicaba y el actual poco dista del antiguo. Aquel sonido, acento, las asonantes, me conducían al sueño donde aparecía el hombre de ojos rojos.

Esos sueños no se presentaron cuando desperté en la cama de Malkolm sin recordar cómo llegué hasta ahí o cómo demonios pude dormir, pero ver a Blaire recogiendo toallas en el fondo del dormitorio, lo ignoré. La saludé con la voz adormecida antes de preguntar por su jefe:

— Blaire, ¿sabes si ha venido Malkolm a la habitación?

Se encaminó a dejar la cesta de mimbre cargada de ropa y toallas usadas. Ella lo afirmó, pero prefirió dejarme una nota que tenía preparada con todo detalles. La letra pertenecía a Malkolm; era una invitación a un destino sin nombre que a partir de las diez, Blaire me conduciría. Observé el reloj. Faltaba casi una hora.

Y como la empleada parecía estar al tanto de quien entraba o salía en la mansión me atreví a formular otra pregunta descartando las palabras "herido" y "hermano":

— ¿Y sabes cómo está el hombre que nos visitó anoche? El que se parece a Harailt.

Blaire quedó un momento desconcertada con una mueca de labios, después, se encogió de hombros y sacó su pequeño bloc de notas.

Me tendió el trozo de papel y lo leí en silencio.

"Creo que se refiere a su hermano Áric. Yo sólo tengo conocimiento que descansa en uno de los aposentos de la mansión pero no me es posible visitarlo sin el permiso del señor"

—Pero, ¿cómo en la mansión? Estaba gravemente herido. Debería estar en un hospital. —repuse incrédula de la descabellada idea.

Blaire vuelve a posar su incredulidad, hasta llegué a atisbar un signo de miedo.

«Vaya, me equivoqué. Ella no está al tanto de todo»

Decidí zanjar el asunto con ella y abrirlo en presencia de Malkolm.

El retortijón de mi estómago fue el aviso de comer que hasta la empleada se enteró. Me sonrojé delante de ella y se limitó a sonreír de forma forzada. Su naturaleza afable y atenta se transformó en una distraída e intranquila en el tiempo que servía mi desayuno en el comedor y hasta después de retirarse.

No le di importancia aquello. Es verdad que era lógico que la noticia del hermano de Malkolm mal herido y en la mansión, venido en extrañas circunstancias, aquietara al personal.

Cuando en realidad, la situación era distinta y aún no había caído mi venda.


 


El asombro adornaba mi cara de descubrir el lugar secreto. Recordaba que Malkolm dijo que tenía un viejo invernadero, pero no pensaba que esa fuera la "sorpresa" que prometió en Edimburgo y menos de tal magnitud y belleza. Parecía un jardín dentro de una gran jaula de hierro con cristaleras, similar a los de Kew Garden en Londres. Todo era luz y claridad que competía con el día exterior. Había una gran fuente en el centro desconectada, que hacía falta un lavado para quitar los despojos por el agua estancada. Unos bancos de mármol de mejor aspecto lo rodeaban y cada espacio separado lucían grandes macetas de cerámica blanca con sus plantas variadas a medio crecer. Había caminos serpenteados asfaltados de azulejos de jardín que se perdían por los gigantes helechos y árboles tropicales. Había unas plataformas de piedra, como si pertenecerán en un tiempo a otra parte de la mansión y quedaron en ruinas, pero tomaron parte de la construcción de vidrio. Sostenían el techo cubiertos de hiedra y más tipos de plantas trepadoras. Había una escalera mecánica por fuera de la instalación que me acerqué a verla. Me fijé que el invernadero se imponía en el terreno vasto de la mansión; podía apreciar los árboles al comienzo del bosque y las laderas elevándose bajo ellos. Olvidé a quien buscaba y los misterios por resolver.

—Pensaba que contemplarías el interior del invernadero que las afueras. —Alzó a decir Malkolm de lejos y me encontré con sus verdes centelleantes iguales al verdor de allí.

Las líneas marcadas de su frente no quedaba rastro de lo que fue anoche. Así también su cuerpo: Estaba relajado y de buen humor, las manos guardadas en los bolsillos de su holgado pantalón vaquero. El único fallo que podría sospechar era su falta de cepillado en esos flequillos del pelo que rozaban su mirada.

—¿Esta era la sorpresa que me tenías guardada?

Intenté sonreír, puesto que entendía que todo aquello era un regalo que esperó demasiado tiempo hacérmelo ver y parecía que quería dejar de lado el tema de su hermano.

«Por ahora» quería pensar.

—Sí. —Caminó hacia mí. Entreabrió los ojos e inclinó levemente su nuca hacia delante—. ¿Te agradó?

— Es... precioso. —murmuré dando un rápido rodeo al bello entorno y aparté unas hebras de mi cara para anclar en la traba de mi recogido-. Gracias, de verdad. No me lo esperaba.

—No está terminado, falta reforzar las cristaleras y limpiar, pero pronto lo estará y mientras, puedes entretenerte aquí —Tomó mi mano sin vacilación, sin darse cuenta que era pronto para hacerlo.

No era una persona rencorosa, siempre que, recibiera una disculpa, pero aunque Malkolm intentará solventar su error de ocultarme cosas de mi padre con la opción de pagar por mí misma la deuda...




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