Era un sueño. Debía serlo, pues el bosque nunca había mostrado tanta vida como en una cálida noche de verano en vez de una noche fría y solitaria que convencía de resguardarse en el hogar. Las plantas desprendían parte de la luz de la luna llena media escondida tras las copas de los árboles y nubes. Había un ave nocturno que piaba tímidamente y que callaba cuando pisaba la tierra. Mi bolso pesaba de mi hombro y notaba mi peto vaquero húmedo y sucio en mis rodillas como si hubiera recibido una caída.
Me detuve y contempleté anonadada unos misteriosos árboles gemelos. Poseían unos delgados troncos, tan negros como las escamas del carbón. Se entrelazan entre ellos en un lazo íntimo formando un arco de entrada.
Bajé mi vista y reprimí un salto de implantarse la presencia de la Bruja. Con toda blancura de traje y piel que se fundían en uno, con ese cabello rebelde que tenía la medida de su columna el cual uno de sus dedos jugueteaba con un rizo y volcaba la mirada... ¿Verde? ¿Azules? No podía distinguir el nuevo rasgo de ese color de ojos.
— Noches atrás llevo escuchando tus llamadas... — Cerró los ojos meditabunda apreciando algo en mí que desconocía y sostuvo un puño de tela de su vestido mientras de reunía conmigo —. Aquí estoy en tu respuesta, pero debes apresurarte con tus preguntas porque mi tiempo se agota.
Abrí mi boca, pero ninguna pregunta salió de tantas.
Un afilado gemido me fue arrancado por los fríos dedos de la bruja que tomaba mis manos. Los inspeccionó y me recordó a Malkolm.
— Cómo deduje: estás tan asustada que no recuerdas la paz, perdida, confusa con este don. ¿Sabes qué eres? ¿Qué puedes hacer con este don que te ganaste? ¿Lo cuán valioso que las más inimaginables criaturas harían lo que fuera por obtenerlo?
— ¿Qué me gané? —Fue la única pregunta que brotó de mis labios, incrédula y arisca sobre aquella definición y rechacé su contacto bruscamente.
Yo no pedí nada. No me sentía orgullosa de ganar nada.
Entonces, un aullido propio a la de un lobo, se alzó sobre los dominios del bosque que el miedo estranguló mi pecho. Daiah retrocedió calmada, pero tenía la sensación de que se preparaba para desvanecerse ante mis ojos. La retuve a tiempo atrapando su muñeca.
— ¡No! ¡Antes dime qué harás con el bebé una vez nazca!
Sí, estaba desesperada. Y nadie me detendría en apaciguar mis grandes dudas.
La bruja me lanzó una mirada maligna y formó un puño aunque sin zafarse de mi agarre. Dio un paso que sentí cómo el suelo tembló o eso creí imaginar.
— ¿Y piensas que a tu lado estará a salvo?
Fue horrible de presenciar esas palabras. Una parte de mí lo reconoció y me ahogó; atrapada en una pecera de agua. Necesitaba aflojar ese dolor a través de un lloro o una descarga de fuerza contra un árbol.
Otro sonido lobuno a la de un gruñido, más cercano y amenazante.
Un aviso que tardé en comprender.
Me desperté acelerada, buscando a Daiah en el lugar donde me hallaba pero antes me enfrenté a una escena confusa donde apresaba la muñeca de Malkolm sin piedad. Estaba de pie frente a la cama, inclinado levemente su cuello, con la mirada alarmante y un músculo de su facción facial tiritando de esfuerzo. Pretendía sacarme del sueño y yo lo ataqué inconsciente.
— Malkolm —Libré mis dedos de él que costó convencer mi cuerpo defensivo. Enseguida, la culpa me acarreó—. Lo... Lo siento... No pretendía hacerte daño.
Malkolm se quitó el botón de la manga de su camisa oliva de lana con la intención de extenderlo y ocultar la zona afectada. Me enderecé preocupada, a comprobarlo, pues reconocía mi descontrolada fuerza, pero él se desinteresa, olvidándose el tema y dijo:
— Blaire me avisó que estabas indispuesta, razón de faltar al comedor, pero no esperaba que estuvieras realmente...
Aproximó su mano a tocar mi frente. El roce de su piel me hizo temblar y la aparté con una rudeza también de forma inexplicable.
— No, no estoy enferma. Estoy... —Busqué una excusa, cual sea, pero mi cabeza no funcionaba acorde a mis órdenes. ¿Qué le iba a decir para convencerlo?
Sentí cómo me evaluaba y no pude evitar imaginar a Daiah, profundizando en mis emociones y pensamientos en esa visión del futuro.
Tenía que serlo.
Me agarré a esa esperanza, confié en ese don.
— Parece que no estás enferma sino alterada, como si pasaras por una situación de estrés —Terminó de estudiar—. Dime, ¿qué soñaste?
— Es el embarazo —Encontré respuesta e ignorando el sueño, pero después usó una expresión disuadida.
No me creyó.
Yo me escabullí a la otra cara de la cama. Sí. Lo esquivaba. Un segundo más bajo su mirada y podría adivinarlo. No estaba preparada para contar que era una clase de vidente como mi abuela, que mis predicciones no eran un tanto consoladoras que desencadenaba a temer constantemente del futuro. Y lo peor: que planeaba encontrarme con Daiah a sus espaldas.
— Como si un embarazo contrarresta la importancia de tu salud y seguridad —Repuso en alto Malkolm mientras me colocaba mi bata de dormir.
Me reservé en silencio tras atarla a mi abdomen aunque mi corazón, siempre leal a los sentimientos, admiró su lado protector.
La corrida de las cortinas fue causado por Malkolm. Abrió las compuertas del balcón y las fijó al suelo con los pestillos de las esquinas de los pies. La claridad de la habitación aumentó drásticamente y mis retinas protestaron aún más; me di cuenta que llevaba demasiado tiempo en cama, a oscuras, como si pretendiera hibernar.
— Deberías aprovechar el buen día y respirar aire fresco —Su consejo sonaba más a una orden.
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Editado: 12.03.2021