El alma del Lobo

Capítulo 20

La verdad es que Malkolm tenía razón, al menos en sus brazos me sentí como una pluma cuando cargó conmigo con total facilidad y destreza hacia la cama, aquella donde deseaba compartirla con él. El olor de sus sábanas me recibió mientras ambos no separamos labios y manos de nosotros.

— Como mil años pasaron de volver a tenerte aquí —dijo, rompiendo el beso, pero reposando su frente en la mía; fruncí mi ceño en la tentativa de unos dedos corretear por mi costado, donde accedieron por la abertura abierta de la cremallera de mi vestido.

Lo próximo que dijo, me sacó de mi pequeño trance:

— Que deseo encadenarte a mi cama con tal de que no escapes.

Sonreí ligeramente, algo avergonzada, pero me gustó cómo se expresó. Se aferró a besar mi cuello alto y yo suspiré agradecida de la sensación que descargaba. Una concreta zona de mi piel se adhirió a sus labios, tirándolo levemente, y después saboreando su lengua, con tiempo, que supuse su propósito.

— Malkolm, vas a dejarme marca —protesté con una sonrisa encogido mi hombro para impedírselo y funcionó. Un rato.

— Con esta piel tan blanca y dulce sería un desperdicio no hacerlo —Masculló devuelta a dejarme sin aire con un beso de los suyos.

Sin embargo, no le di ese gusto. Le reté:

— Pues también lo haré, no me quedaré atrás.

Sus ojos parecían más brillantes mientras sonreía contra mis labios:

— No te lo impediré.

Me arrancó un gemido ante la sutil mordida a mi labio, lo cual, provocó que se hinchara más. Con mis manos, de a poco, hice resbalar de sus hombros la camisa y así disfrutando más del contacto directo de su piel ardiente. Malkolm se separó, se mantuvo erguido y apoyando sus rodillas en el colchón, terminando por quitarla y admiré la forma que sus músculos se contraían y las sombras que formaba mientras retiraba su cinturón. Fue algo extraño, no recordaba levantarme y colocarme como él. Era como si me dejara llevar por el deseo, tan habitual y común que el cerebro no guardaba detalles. Su mirada era pesada, presionando la mía y trasladándose a donde dejaba caricias. Estaba algo sorprendida que se limitara a dejarme hacerlo paciente o eso intentaba aparentar pues Malkolm solía ser impulsivo y prefería ser él quien tomara esta labor en mí. Tenía partes sensibles como su pecho y la parte alta de su espalda, percibía cortes de respiración. Después, fueron mis besos que empezaron a conocerlo. Le afectó. Me sujetó de la cintura y gruñía por cada uno, pero no me detuve. Disfruté mucho de sus reacciones y el sabor salado que me ofrecía su piel. Avancé a su cuello imitando las veces que lo hacía conmigo. Las venas de su cuello las palpé con mi boca y el nacimiento de su barba incipiente. Le dejaba una marca como la mía mientras el hombre en mi posesión se revolvía, conteniéndose, y así cumplí mi promesa. Malkolm, sin una gota más de paciencia, me tomó el rostro e hizo obligarme a verlo.

— Espero que estés satisfecha —masculló, pero sabía que compartía el mismo o mejor sentimiento de ser tocado y marcado.

Una vez más, le acaricié, con el dorso de la mano, maravillada del brillo de sus ojos, la fuerza de vida que mostraba con una pasada. Todo en él era de alabar. No solo por su atractivo, sino lo que componía él: un hombre comprometido, atento por el valor de sus seres queridos, con un carácter impulsivo, pero de esmero por el control que admiraba...

— Eres una obra de arte... Todo tu ser... —susurré en mi ensoñación y observé un nítido reflejo de asombro del hombre.

Avergonzada de admitirlo en alto, a pesar que no era la primera vez que lo hacía con palabras similares, me negué en mirarle y despacio, corté el contacto. Pero él no lo quiso. Me impuso a mantenerlo con su mano asegurándolo.

— Me encanta escuchar tus pensamientos sin titubeos.

Un beso me entregó como prueba.

La tela de mi vestido fue alzándose y dejando un sentimiento de desproccteción. Un poco dudosa, le ayudé a quitármelo, estiré mis brazos y voló de mi cabeza.

Estaba algo aturdida que dejé que Malkolm se aprovechara de mi boca a su antojo así al igual con mi cuerpo que dejé caer de nuevo y él acorrolarme con el suyo. Pero, me encogí dolida cuando reclamó en un toque posesivo uno de mis pechos por debajo de la copa del sujetador.

— Intenta no... —Me revolví como una oruga mientras protegía mis pechos formando una equis con mis manos—. Es que, los tengo sensibles y llegan a dolerme —Admitirlo fue difícil.

Pude atisbar una sonrisa comprensiva, lejos de una decepcionante que imaginaba, pues le encantaba jugar con esa parte de mi anatomía.

— No los tocaré, ¿pero puedo besarlos así? —Me lo mostró: depositó un casto beso por la cima y repartió otro.

Apenas percibí molestia, sino un radio de calor. 

Yo asentí, sonriendo despreocupada y contenta de ese afecto. Y le animé a besarme y perderme de nuevo con él dentro de aquel mundo que alejaba el mal y se respiraba paz y pasión.

Malkolm adoptaba sonidos cada vez más sonoros. Y fue un momento, perdido de control, donde sus ojos verdes hicieron un efecto de imán en los míos. Me atrajeron y quedé atrapada. Ligeramente mordió su labio inferior y me creó el apetito de hacerlo con mis dientes sobre ellos. Capturó una de mis manos y la condujo por su abdomen que se contrajo y así avanzó, traspasando la barrera de la costura de su ropa interior. Se pegó a mi frente, su aliento compartiéndolo conmigo y miradas enlazadas. 
Compartiendo ese nerviosismo y a la vez deseo de tocarnos, escucharnos y sentirnos.

No era experta en la intención que él me requería, solo una o dos veces que practiqué con mi anterior pareja resultó ser vergonzosa e incómoda y me prometí no volver a pasar por tal momento. El primer sentimiento no se desprendía de mí, pero tenía esa necesidad de conocer otra de sus caras de placer que tanto me fascinaban y me excitaban.

Los hombros se me tensaron de sentirlo tan potente y rigurosa como a la mano de quien me acompañaba. Un suspiro mezclado con un gruñido soltó lentamente. Malkolm me intrujo en su ritmo deseado a la par de descargar el peso en su codo a mi lado. Notaba cómo su cuerpo reaccionaba a cada movimiento y se presionaba contra el mío, cada vez más acelerado e imposibilitandome seguirlo, lo cuan sensible, vulnerable que podría ser y más cuando quería que me enfocara en el comienzo de su masculinidad extendiendo el flujo. Yo apartaba la vista o cerraba los ojos, abrumada del calor de mi cara y mi libido, frunciendo mis labios del tumulto de sensaciones, pero volvía a enfocarme, pues no había imagen más perfecta que verlo sucumbir de placer por mí. Un poder que disfrutaba usar.




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