Desde que Malkolm me prohibió pisar su despacho sin tenerlo como supervisor, sentía esa presión que todo lo que tocaba o miraba como el muerto ordenador, o incluso antes de hacerlo, tenía que buscarlo con la mirada si quebrantaba alguna norma y más tras lo que pasó en el desayuno. No aparentaba estar distante conmigo, sino tranquilo, portando una cara de libre de preocupación.
Era desesperante.
— Bien, estaré atenta a su llamada. Gracias y buen día. —Colgué mientras expulsaba un largo suspiro.
Escuché el relieve del colchón de la silla de Malkolm que acomodó la espalda en ella sin soltar una ficha grapada a otra.
—¿Y bien?
— Le ha surgido una urgencia a última hora y su secretaria me avisará de su regreso —Me apoyé al costado de la mesa con los brazos cruzados, cansada—. Olvidaba que es estar así: pendiente del teléfono, calculando el tiempo para salir y volver...
Malkolm abrió uno de sus cajones de mesa dejando de prestar atención a mi queja que no culpaba. Lo vi rebuscar a fondo, ante el sonido de papeles y piezas metálicas hasta que dio con lo que buscaba; colocó delante de mí un móvil y cuando levanté la mirada comprendí que me lo ofrecía, pero aún así pregunté para asegurarme:
— ¿Y esto? —Señalé con el mentón.
— Para tu libertad, privacidad, o si surge una urgencia —Se inclinó de nuevo levemente sobre su mesa a escribir una serie de números en un bloque de notas adhesivas. Me lo tendió y añadió—: Memoriza el número. Y por favor, considéralo un regalo de cumpleaños adelantado.
Seguro se cuestionó a sí mismo si recogería el número, negándome a aceptar un regalo caro, pero me sentía conmovida y entusiasmada de las tres palabras al darme el móvil que olvidé mi orgullo y sólo atendí a mi deseo caprichoso.
— Pues sería adelantadísimo porque mi cumpleaños es dentro de dos meses — apunté, pero mi sonrisa era imborrable, tocando las teclas de los números del nuevo móvil. Mi móvil—. De todas formas, te doy las gracias, de verdad. —Malkolm me miró con una ceja levantada, incrédulo de lo que dije—. ¿Y esa cara?
— ¿Por qué con un móvil usado no opones resistencia de aceptarlo, pero sí pagarte una deuda o hasta un simple café?
— Buena pregunta —consideré sin dar una explicación.
— ¿Aún tienes en mente pagarme la deuda? —preguntó tras mi silencio.
Casi lo había olvidado entre el drama del hermano de Áric, Malkolm y Daiah...
— Sí, cuando tenga el dinero de herencia. —Respondí y sentí la garganta algo áspera—. A este paso veo que será para verano, o con el dinero de la casa.
Debería haber excluido la última parte, pues Malkolm, sorprendido, me lo cuestionó si escuchó correctamente:
— ¿Has dicho qué piensas vender la casa?
— Si no estoy cómoda viviendo allí, si no me acostumbro... —«Por mi padre» deseé agregar, pero me contuve—. Lo tendré que hacer. —Observé la figura del lobo con su propósito de atraer muchas miradas y dar un toque atractivo a la mesa—. Además, mi tía tenía pensado alquilarlo desde que empecé la universidad. Era una casa que le costaba tiempo mantener y no le agradaba el vecindario y era normal con esos vecinos tocanarices... —Chasqueé la lengua y bruscamente intercambié mi foco de atención a mis dedos, cuando el pesar en mi pecho aumentó que hacía arder mi garganta. Necesité expresar mis sentimientos—. Me arrepiento y lo haré el resto de mi vida que mi opinión negativa le influyera a cambiar de idea. Se lo merecería aunque fueran unos años...
Hubo una reversa de ruido, similar al silencio sino fuera porque el segundero del reloj lo interponía.
— Sabes que no aceptaré el dinero de tu testamento o casa —Malkolm se levantó y la silla, por impulso del abandono, rodó atrás hasta tocar el ventanal. Me obligó a alzar la barbilla mientras volvía a enlazar mis brazos esperando a soportar más de su ya bien sabida retracción—. Eres mi compañera, Sarah. Y tenemos un hijo en camino, comprometidos nuestro de derecho de reclamarlo. Lo bastante unidos para permitir que el dinero nos separe como hace con esta sociedad.
«Faltó decir que un crimen lo ataba a mí» pensé después.
Sin embargo, admiré y atesore sus palabras, incluso, llegaron a persuadir.
— Soy bastante testaruda sobre el dinero —reconocía—. Por eso, creo que debería suavizarlo contigo como pareja.
— Hacer excepciones. —sugirió, pero sonaba más a una dura corrección. Le miré de nuevo en desacuerdo.
— Tampoco te pases.
Puso los ojos en blanco, sin encargo asomó una delgada, casi imperceptible a cualquier ojo que no lo conociera bien, una sonrisa comprensiva, para después ver cómo si sus pensamientos lo encerrarán en una cúpula sin dejar de ser su foco de atención. Y sin previo aviso, su mano me atrapó, la cubrió y luego la otra entre las suyas.
— Tienes los dedos fríos.
— Siempre los tengo fríos —Le recordé, pero él ya lo sabía, sólo hablaba para sí—. Al menos te tengo a ti para calentarlos, ¿no?
La comisura de sus labios se estiraron, pero, dejó de sostenerla para entregar besos en mis nudillos. Una acción subido de nivel por su demora de hacerlo y mirada asomante.
— Puedo calentar cualquier parte que desees.
Mis ojos aterrizaron en uno de sus botones por culpa de su comentario que sin falta de tocarme una vez más hizo arder mi cara. Con ambas manos, tomó mi rostro. No me besó como mi primera idea en mente. Deslizó una sonrisa como si viera un gatito juguetón que suspirabas de ternura.
— Es curioso tu morfología... —Estudiaba cómo un científico a su espécimen—. Tu temperatura desciende en las manos como si la sangre no lo alcanzaran, pero aumenta en el cuello y cara. Puedo percibir el calor con solo acercarme.
— ¿Es una forma sutil de decir lo fácil que soy para sonrojarme como un pimiento frito? —Fingí molestia y aparté con disimulo sus manos que faltaba por tomar un cachete y pellizcar como el lado maternal de Marie o una Daisy bromista e insoportable.
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Editado: 12.03.2021