El alma del Lobo

Capítulo 23

 La noche tomó el control del bosque tras el paso de las horas. Después de una intensa caminata de regreso, me obligué a rendirme, con impotencia, una a conllevar lloros y gritos hasta que agotar el agua que filtra las lágrimas y romper mis cuerdas vocales. Pero sólo respiraba entre suspiro a suspiro y abrazaba mi cuerpo hecho un manojo de temblores al frío tras un árbol cubierto en un manto de musgo y setas de la primera estación. Miraba de soslayo a Tarih a lo lejos, siempre erguido con esas patas de roble. Me seguía cuando intentaba volver, pero manteniendo una distancia. Era como si supervisaba mi recorrido, y cuando avanzaba a él, retoma el suyo. 

— Malkolm tiene que estar hecho una furia —comenté en mi soledad—. Lo pagará con el pobre Farj, estoy segura —Cogí el móvil del bolso por trigésima vez.

El pitido de la anulación de llamada era frustrante. Lo guardé rápido porque las ganas de comprimirlo en mi mano suponían hacerlo trizas. 

Me fijé de nuevo en el caballo cuando emitió un bufido. En esas horas lo había insultado como si de una persona tratase. Era vergonzante, pero necesitaba desahogar mi desesperación. 

— ¿Qué te ha prometido Daiah? ¿Manzanas? ¿Alguna otra chuche que les encantan a los caballos? —Tarih respondió con una sacudida de cuello y empezó a patear la tierra impaciente, algo que ignoré. 

— Si mis pronósticos del futuro no se equivocan —Hice una súplica en mi interior a favor de sí por Malkolm—, Hoy no es la noche de nuestro encuentro. Si tanto quiere tener un bebé, no va bien si deja su horno fuera, abandonado en pleno bosque para que se congele o muera de deshidratación. 

Ojalá mis esperanzas fueran grandes de saber que Malkolm me encontraría o mejor, yo a él. Me ardía el pecho el sólo nombrarlo.

«Lo siento, Malkolm»

Pude ver que Tarih estaba más nervioso de costumbre a esas horas. Llegué a pensar que entendía mis palabras como las órdenes de Malkolm.  

Un escalofrío penetró mis huesos. El abrigo resultó ser de calidad pésima para aquella humedad invernal. Entre mis manos froté los contornos de mis brazos a tratarlos con caricias de efímero calor. Escuché las pisadas del caballo, alejándose. 

— No voy a seguirte... —Repliqué cruzando los brazos y colocando mi coronilla al tronco. 

El caballo trotó y trotó empezando a nacer una certeza que si no lo seguía, quedaría, efectivamente, abandonada. 

«Mierda»

Antes de perseguir al maldito Tarih, dejé como ayuda en mi búsqueda y una traba de pelo con un pañuelo de clinex. Cuánto pude, estiré mis pies y brazos a poder alcanzar una rama. Parecía un lazo a lo lejos flotante, de alas blancas y rosa de nudo. Sonreí, recé que el pequeño aporte sirviera de guía. 

Di un último vistazo al cielo nocturno donde se podía contemplar una luna menguante cobrabada de luz y protagonismo. 

Suspiré. Y seguí al caballo como mi guía a Daiah. 

El aspecto del bosque cambió relativamente. Había más flora fértil, próspera, considerando el escaso tiempo de la primavera. 

Tarih se detuvo frente a la ladera de una columna envuelta en un manto de hiedra hasta salpicar el suelo. Me acerqué al atisbar una superficie labrada en roca, sobresalía en dos bloques y uno en plano horizontal. Aparté como pude las raíces y tallos de los costados y mientras pude percibir un soplo saliendo de la abertura. Era un dolmen, o eso podía labrar una idea gracias a esas clases de segundo año del arte de la arquitectura. Una construcción megalítica compuesta por tres losas, formando la estructura de una puerta. Aquel mantenía capas y capas de tierra, llegar a formar un túmulo que la naturaleza se adueñó con sus árboles y plantas, y así sobrecoger la cámara interior. Y no dudaba que aguardaba una, pero con acceso a la de un túnel completo que daba a una salida al exterior por las ráfagas de aire. 

Tarih me dio un fuerte empuje a mi espalda con su hocico que me sacó dos pasos al frente y casi una caída de cabeza. Sorprendida, enojada y espantada, entendí qué quería. 

— No voy a meterme ahí ni loca, ni muerta —Señalé a la entrada.

Viéndolo en otro punto, parecía aterradora y la noche lo acentúa, como si cruzar la oscuridad de su interior te engullera para siempre. 

Quizás fuera Daiah quien lo tenía hipnotizado y podía entender mis expresiones, pues avanzó hacía allí de prueba, atravesando la hiedra y hacer desaparecer su cuerpo castaño. Escuchaba sus cascos en ecos durante buen rato. 

Miré desolada a mi alrededor más oscuro por una nube que ocultó la luz lunar. Apenas se ponía diferenciar el suelo con el horizonte. Era estúpido, pero la compañía del caballo traicionero me brindaba un poco de compañía y seguridad. 

Pero también tenía una certeza que al atravesar el conducto... Encontraría a Daiah. Mi oportunidad de arreglar las cosas.

Acaricié mi vientre por encima del saco de peto. 

«Si tengo la suerte de criarlo y un día se atreve a decir que soy una mala madre... Lo traeré a rastras para que vea lo que tuve que hacer por él o ella»

Recurrí una vez más al método de rastreo clinex. Até cuidadosamente la pieza desdoblada a un brazo colgante de hiedra. 

Pues sí.

Al final entraría loca en el túnel.

Fue complicado acceder. Me costó arañazos en la cara y manos y tirones de pelo por apartar la cortina frondosa. No tenía respuesta cómo el Tarih le fue tan fácil entrar. 

Después de una inspección a ojo ciego, palpando paredes rocosas igual a la textura de las losas, midiendo mis brazos  y calculando el diámetro de ancho y altura, más tanteando el suelo de restos de tierra pero lisa, deduje que no me equivocaba: era un pasadizo. El temblor siguiente no era de la humedad, sino de un miedo tan profundo como el final de aquel lugar que no hallaba luz. Sin embargo, me di un empujón imaginario y comencé a caminar a pasos cortos, siempre aferrada a las paredes y atenta a un desnivel.

Mientras lo hacía, podía notar  el ambiente adoptar un grado de temperatura más agradable al de una casa cueva. También el sonido de una cascada, pero sin percibir el filtraje del agua por el conducto. Hubo un momento que frené de golpe ante unas repentinas náuseas junto a un brusco espasmo. Creí que vomitaría. No lo hice. Me recompuse enseguida. Aunque se sentía pesado y asfixiante el aire. Como una presión atmósferica al despegue de un avión. Yo no tenía fobia por los espacios cerrados o estrechos, pero empecé a sentirlo como tal. 




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