El alma del Lobo

Capítulo 26

La luz era como la estrella que guiaba a los perdidos en el alta mar o en medio de un desierto. Caminé hacia ella y no me detuve, salvo calzar mis tenis y continuar sin lastimar más las plantas de los pies. Recuerdo que algo atravesó mi cuerpo, una expansión de energía que debilitó mis músculos, pero no lo suficiente para perder el equilibrio. Y me di cuenta, que no había más luminiscencia por seguir. 

Al fin, estaba ahí para corroborarlo. Y era real: Los oscuros árboles estaban ahí, tan altos y enlazados en forma de cruz. Las plantas vivían en la noche y la luna parecía concentrar su energía lumínica allí. Y sólo faltaba ella. Y no tardó, y fue más intenso de lo recordaba de mi visión, pues se manifestó como lo haría un ángel: con un halo de esperanza celestial, que incluso, lo creí un instante. Qué estúpido. Aunque tuviera el aspecto nacido de uno, su alma era la de un demonio. 

Había sentido el frío miedo, angustia y hasta terror, por llegar hasta ella. Sacrificado mi vida, afectando a las personas que quería... 

Y eso era suficiente para no dar marcha atrás y enfrentarla, a riesgo de un cruel castigo como lo haría un dios. 

Daiah jugueteaba con uno de sus infinitos rizos de oro antes de levantar la mirada y hacer contacto con la mía. Avanzó, recogiendo un puño del vestido del color a la pureza como una novia. Toda escena se regía igual a mi visión. 

— Noches atrás... 

— Llevas escuchando mis llamadas. Y aquí estás en respuesta —La interrumpí, terminando por ella. 

Daiah entreabrió sus ojos débilmente, apenas afectada de la sorpresa. 

— Predeciste este encuentro —concluyó y su paso al frente impuso su cercanía—. Entonces, tendrás las preguntas preparadas —Tomó una sutil sonrisa. 

Mi lista mental desapareció de una corriente. 

— ¿Y bien? —repuso ella a mi falta de habla. 

«Esto no empezaba así.» pensé nerviosa.

— Yo... —Mis dedos cobraron nerviosismo y dije, con voz cortada al primer pensamiento y recuerdo surgido—. Esto acaba cuando dudas que protegeré a mi hijo. 

La expresión de Daiah cambió a una meditabunda que surfeaba el interior de mis ojos. 

— También desconfías de ti misma de protegerlo —adivinó una vez más. 

— Sí —admití con un temblor en mis párpados; era una estupidez fingir—. No sé si seré capaz, pero tampoco estoy dispuesta a dejarte ir —Carecía de rudeza para marcar mi determinación, pero no me importó lo que pensara. 

— Dejarme ir...—Una risa de contraataque—. Porque eres valiosa y tienes algo que me pertenece, sino, te recordaría a través de una lección el amenazar a un ser superior a ti. 

No iba a mentir. Daba miedo Daiah. Sin duda trataba con una diosa. Como se mostraba en las religiones y mitologías, ellos se creían hechos de autoridad inexpugnable y sin piedad a dar castigos. 

Más, una fuerza mayor que el miedo dijo por mí:

— Quien primero provocó esto fuiste tú —Mis manos se hicieron de puño—. Y motivos de sobra tengo de hacerlo porque cuando nazca... —Recogí aire para calmar la presión de mi pecho—. Y me lo quites —dije al fin—, será otra pérdida en mi vida que no puedo ni quiero soportar. Haré lo imposible para cambiar este acuerdo que me has malmetido por miedo. 

Su mirada a la de un verde oscuro se entrelazan con la mía sin intención de suavizar.

— Comprendo el amor de las criaturas y el miedo a perderla, con sus grandes locuras que pueden alcanzar en desatar guerras y que marcan historias y leyendas... —Se perdió en su narrativa y unos delgados dedos tomaron un largo mechón de mi semihúmedo cabello; contuve la respiración y las ganas de apartarla—. Pero, tranquila, Sarah, no entra en mis planes hacer ningún mal a tu sangre, a ti hijo. 

No recordaba haber mencionado aquel temor. Pero empecé a preguntar si poseía alguna habilidad que percibiera tales sentimientos.

— Pero sí a sus padres —Le miré sin rebajar el grado de acusación y Daiah no se opuso a ella—. ¿Qué te hemos hecho para merecer esto? ¿Por qué nosotros? 

El aullido de un lobo nos interrumpió. Lo recordé por mi visión. Significaba que el tiempo con Daiah se agotaba. Pero ella no movió músculo a retirarse a pesar de desviar su rostro a un horizonte de imagen tranquila aunque éramos conscientes que un lobo se aproximaba con evidentes intenciones mortales. 

— Dime, Daiah —Pareció mostrar interés por nombrarla—. ¿por qué? 

— Tu don es valioso —Empezó a decir, repitiendo ese adjetivo que ya sentía asco de oírlo—, y la única manera de hacerme con el es con tu descendencia. Y eso es lo más importante que necesitas saber por el momento. 

Con mi cabeza en pleno desate de confusión, retrocedí dando tumbos con lo escuchado. Me avergonzaba sentir odio a mí misma, y de un don que no pedí y cuando en realidad, Daiah era quien me condenó a ese destino. Deseaba gritarle a la cara tantas cosas, vulgaridades por su avaricia injustificable.

«"Por el momento"» recordé en cuánto planeé sonsacar más de sus intenciones acerca de mí.

— ¿Y Malkolm? —La joven divinidad frunció su ceño de quien no comprende la relación de dicha mención—. ¿Tiene algo que ver con el juramento de sangre? ¿Por qué le niegas hablarlo? 

Entonces, su rostro pétreo se quebró, al confesar un secreto prohibido, que sólo ella y Malkolm conocían y nadie más debería. 

— No me obligues a dar más de lo que pides, porque sólo estás obrando a tu contra —Su sentencia era la firmeza y grandeza de los árboles a nuestro alrededor. 

La segunda llamada del lobo era la advertencia de culminar el encuentro y yo no podría detenerla. Si antes se evapora en el aire, lo haría de todas formas aún si intentara frenarla con mis propias manos. 

— Entonces, si no vas a escucharme o castigarme, ¿qué necesidad tienes de traerme a este mundo? 

Había anticipado esa pregunta, pues su sonrisa era de quien saborea la recompensa después de la espera. 

— Me llamaste pensando que podrías obtener victoria, pero una parte reconoces que no había ninguna y tras lo visto, estabas en camino —apuntó pero sin la soberbia común en esas palabras de otra persona con poderío—. Esta es mi oferta donde tienes una buena oportunidad de ganar: Vivirás en este mundo y para ello debes aprender de sus leyes y criaturas. Si considero que estas preparada, podrás volver a tu anterior vida y criar a tu hijo, pero siempre cerca de mí —atajó y esto último, intenté no mostrar el desacuerdo en mi cara. Y prosiguió tras un silencio de pausa de su parte que podía escuchar mi atronador corazón—: Pero, si no, te quitaré el derecho de hacerlo y no volverás a verlo. 




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