El tintineo provenía de unas gruesas piezas de llave bajo el poder de Breyton. Aparte del negro de su cabello, vestía una túnica corta con mangas largas; bordados de oro lo decoraban como su cuello en barco y un cinturón de cuero que se ajustaba a la cadera. El pantalón era de otro tono oscuro, y sus botas parecían ser sus favoritas, pues eran las mismas del viaje o eso se intuía en mi lugar. Fue extraño no verlo con su arco y carcaj, rompiendo la imagen de Robin Hood pero él no usaba sus armas a robar a los ricos por los pobres. Nos quedamos mirándonos, en silencio, recurriendo a ese juego de quien resiste antes.
— ¿No vas a abrir la boca? —Sus cejas acentuaron la frente despejada por su medio recogido y no sabía qué decir —por si metía la pata— hasta que Breyton dijo tras mi falta de respuesta—. Estarás consternada —supuso.
«Asqueada, dolida, hambrienta...» enumeré mis síntomas mentalmente.
¿Y sabéis por qué no lo expresaba? Porque no tenía voluntad ni para probar en romper las cadenas. Me sentía destrozada conmigo misma en ese mundo que daba bienvenida a la sangre, bestias lobunas luchando contra otras y demostrando el cruel encanto que tienen los dioses de jugar y pactar con los débiles como las leyendas siempre nos recuerdan. Que suponía de gran esfuerzo ser valiente.
Afiancé mejor el abrazo de mis piernas a la defensiva cuando comenzó a acercarse.
— ¿Duele?
Me mostré confusa hasta hallar la relación. Articulé la cabeza en modo negación con una ira creciente.
— Es una buena noticia —Sonrió aliviado.
Me pegué más a la pared por instinto de tenerlo arrodillado y así enlazar un contacto visual y físico más cercano.
— ¿Recuerdas lo que pasó en el bosque?
No hablé ni gesticulé, pues intentaba no darle satisfacción en cada respuesta.
— Sí, lo recuerdas —afirmó con un matiz de decepción. Se concentró en buscar una llave de su manojo—. Voy a abrir las cadenas y espero que contengas tu genio mientras lo hago. ¿Entendido?
Casi broté un gemido ante el primer roce cálido que contrastaba en la mía: de hielo; intenté resistir ese impulso de abofetearlo y escabullirme. Dolía reconocer el miedo de recibir un castigo de otra flecha. Mi cuerpo se acomodó de no sentir la lacerante opresión de los brazaletes gracias a Breyton. Acaricié el contorno de mis muñecas mientras terminaba de liberar mis tobillos.
— Quiero mostrarte una cosa —contestó a mi pregunta que asomaba mi expresión y enderezó sus piernas. Le seguí después, con esfuerzo y dolor en mis miembros de estar tantas horas sentada y en la misma posición. Él tenía puesto un ojo sobre mí y los músculos tensos por si hacía un movimiento imprudente.
El hombre me condujo a salir sobre una mano a mi hombro donde antes residía la herida de flecha. Dos toques suaves con la punta de la bota contra la puerta brindado de metal y Nerelyn apareció tras abrirse y puso los brazos en jarras. La imagen de un lobo de piel blanca se reveló como una visión, clavando sus fauces en el cuello de uno, el que según supe me seguía el rastro y se decía ser Áric. Mis tripas se retorcieron subiendo la bilis a mi garganta. Le dirigió una mirada junto a una mueca desalentadora en el rápido repaso que me entregó.
— Rompió la nariz de Kenril —Le recordó en un reproche que no peligraba en contra del respeto que profesaba como jefe—. Es imprudente transportarla sin seguridad...
Mi cara era de espanto, no sólo por provocar una lesión sino a quién. Al gigantón moreno del grupo. Ese que nada más vernos, mostró su mayor aversión hacia mí y no menguó en los días de viaje. Deseé que no fuera cierto.
— Bien hecho, Ner; ya la has asustado —Se aquejó Breyton.
Nerelyn suspiró resignada. Y entre manos mostró un pañuelo.
— Vamos a vendarte los ojos hasta llegar —Informó Breyton, mientras tomaba la tela y Ner recibió una mirada que la convenció de retirarse.
Lo poco que pude atisbar bajo el vendaje, fue unas luces tenues, cálidas de las antorchas. Escaseaba la ventilación del lugar y supuse por el andar firme y desvíos de esquina, se trataba de pasadizos. Se filtraba sonidos de animales, de personas en murmullos y cuando escuché gritos y golpes contra puertas, me obligué a frenar aterrada de recibir uno.
Una proporcionada mano asió el contorno de mi brazo.
— Vamos, continúa —animó Breyton.
Él me advirtió de una subida de escaleras. Giraba levemente el transcurso como si tratara de una escalera de caracol. A medida que avanzaba, percibí el sonido de las olas. Atravesé un umbral abierto pues impactó contra mi piel el frío viento que traía la sal del mar, que podía saborear entre mis labios. ¿La construcción estaba dentro una costa? Nos adentrarnos de nuevo en el interior. Las infinitas vueltas y peldaños empezaron a marearme y crecer la incertidumbre que los medí por los latidos del corazón y la presión abdominal. Pensé en empujar al demonio, o conseguir zafarme de él, quitarme el vendaje y escapar basado en mi instinto de supervivencia. Sin embargo, mi lógica me convencía de aguardar, observar y descubrir qué traía entre manos y planear después. Tampoco quería volver a una cámara de prisión encadenada.
Al fin, el vendaje se desprendió y abrí más mis ojos del inesperado lugar. Era una habitación espaciosa y más iluminada gracias al gran ventanal central, con un enrejado impidiendo escapar o entrar; atisbé el horizonte de un mar. Y acogida en calor por un sobrecogido hoyo donde asomaban brasas de fuego bajo las rejas protectoras y donde el humo escapaba por una pequeña abertura de la pared. Había una robusta cama de dos plazas, y bien mantenida de mantas, mil veces mejor aspecto que el camastro que usaba. Una clase de biombo recto, sostenido con patas que ocultaba otra parte de la habitación espacio allegado a la privacidad, de cambio de vestuario tal vez.
— Tu nueva alcoba —anunció Breyton con un tono forzado a ser afable y yo mostré un surco facial de aprensión.
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Editado: 12.03.2021