El alma del Lobo

Capítulo 31



 


 


 


 


Mi mirada se enfocaba a lo lejos con determinación, rozando la obsesión sobre el círculo rojo central. Las flechas fallidas marcaban los iris de azul y blanco pintados sobre el disco de paja y muchas enterradas de punta en la hojarasca. En mi mano sostenía una, y en la otra, el arma que diría el impulso: un arco que parecía un arpa fruncido en onda en el intermedio. ¿La razón de estar en el terreno de entrenamiento del castillo de Breyton practicando tal arma? No lo había. Debería tirarlo por miedo de mí misma y de los otros. Sin embargo, el deseo de mi interior era tan fuerte y seguro de sí mismo que me venció: dar en la diana. Coloqué la flecha entre mis dedos y la cuerda antes de realizar la postura de disparo. Las plumas blancas de la flecha  rozaron mi mejilla hasta dejarla al inferior mientras flexionada mi brazo. Erguí mi espalda y de repente, se hizo presente el recuerdo de una voz masculina en forma de eco:

« “Inspira, hincha el pecho hacia adelante y contén el aire hasta soltar la flecha” »

Y lo hice.

El sonido cortante era el de mi flecha, pero esta fue desviada por otra desconocida impidiendo mi principal objetivo. 

Alguien me sacudía el hombro llamándome con ahínco como si no respondiera a la primera y para cuando mis párpados se abren, me tansporté en otro espacio.  Breyton estaba conmigo que se enderezó rápidamente apartando su agarre sobre mí. Era la habitación donde dormía en Bejt Dubh. Jadeé atragantada del asombro y llevé la mano a la cabeza mareada al incorporarme. 

— Bien, no intentas lanzar puñetazos cuando uno quiere despertarte —Parecía un reproche rencoroso que un comentario de broma y su consuelo—. ¿Estás bien? —añadió Breyton ahora acogido de la preocupación que me hacía dudar siempre. 

Yo asentí confundida con un hecho en susurro. Al mirar más allá de él, estaba Nerelyn que me miraba extrañada y la criada con su rostro neutro, pero atenta a mi lugar. 

— ¿Qué ocurre?

— Buena pregunta —dijo Breyton—. Nerelyn acudió a mí al no conseguir despertarte. 

— Estabas pálida como la leche y no me escuchabas como si estuvieras inconsciente —agregó ella con su temple impoluto de emoción que otros no emplearían con su descripciones. 

La tensión de mi frente se limitaba al esfuerzo por encontrar respuestas ante las misteriosas declaraciones de los presentes. Me había olvidado de ellos, como si una parte de mí aún estuviera en el limbo de los sueños que respondí con una pequeña reacción de sorpresa cuando Breyton me llamó:

— Sarah, ¿mando traer a Yoreg? 

Imaginé la dramática actuación que haría de sólo decirle sin tapujos que no despertaba. 

— ¡Oh, no, no! —Sacudí mis manos—. No hace falta. A veces me pasa por tener sueños profundos —Mentí indecorosa—. Y me encuentro bien, perfectamente. 

Una dura crítica recibí en su mirada rojiza, más oscura que se comparaba con el color de las cerezas maduras. Aquella vez decidió dejar los elegantes semi-recogidos para lucir la libertad de su cabello azabache. 

— Compadezco a Yoreg con los sustos que le habrás provocado —Suspiró resignado y se dirigió a Nerelyn—. Ve al comedor con los demás. No tardaremos. 

En vez de asimilar lo que significaba la orden de Breyton, me fijé en el suelo, en la fuente de luz del día surgido de la ventana. Mi cuerpo se sentía lánguido como si una horrible gripe me hubiera obligado a tumbarme en cama un día entero en vez de tomarme una corta siesta de la tarde. 

—¿Cuánto tiempo llevo dormida? —pregunté a Breyton sin pensar que debía de acortar toda comunión posible con él. 

— No lo sé, pero sí que llevas rinconada en esta habitación desde la tarde anterior. Yoreg decía que era normal y me obligó a prevenir que nadie lo interrumpiera. 

La tarde anterior. ¿Cómo pude dormir tantas horas seguidas alcanzando un día? No le di más vueltas al tener en cuenta que mis costumbres biológicas estaban descolocadas por un embarazo fuera de lo común. 

— Así es —Asentí pensativa y le miré con una sonrisa forzada que dolía—. Gracias. 

Entonces comprendí la gravedad que suponía la única presencia de Breyton en la habitación tras no ver signo de despedida. Se quedó ahí, inmóvil, fingiendo interés por su inmobiliario o tal vez era una forma de sumergirse en sus pensamientos. 

— Entonces... —Deslicé mis piernas lentamente fuera de la cama en advertencia—: voy a prepararme para bajar. 

Breyton mostró una débil sonrisa con una afirmación. Sin embargo, sus pies seguían igual de pegados al suelo. Conté los dos metros de distancia que nos separaba justo al cruzar a su lado camino del biombo, mi refugio. Eché un ojo por la delgada abertura de entre las solapas a espiar la figura del hombre. Continuaba de espaldas tan tranquilo el maldito. Estaba nerviosa por él, tanto, que mis miembros se enfriaron. Intenté cambiarme de ropa rápidamente. 

— Breyton. 

— ¿Mmm? 

— ¿Podrías salir? 

— Temo que te desmayes o ocurra algún infortunio tras tu extraño despertar. No. Prefiero conservar mi puesto. 

«Qué considerado que seas tú precisamente»

No era tonta. Quería algo.

Enterré en mi garganta hasta el fondo un gruñido de indignación, pero mis manos exprimieron mi túnica como una esponja de baño. Vale, se notaba que estaba en esos días donde mis emociones eran animales salvajes y necesitaba la paciencia y valentía para adiestrarlos. 

— A él no le agradaría si sabe que estás aquí, a solas conmigo —subrayé las últimas palabras de la advertencia. 

— Le explicaría el motivo, no encantado pues, también carezco de tolerancia con sus sobresaltos. —Escuché una risa algo reprimida mientras yo lo hacía con un insulto—. Es un macho competente con su perfil sereno y confiado hasta que uno encuentra sus vulnerabilidades y los usa contra él, entonces, desata una tormenta de truenos y relámpagos. 




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