El alma del Lobo

Capítulo 34

 
 


El confín del vestido marino barría el empedrado suelo del pasillo y aquel tenía una altura inusual con una exagerada iluminación de nichos respecto a otras alas. La respiración se me hacía difícil de compensar por los nervios y el cambio de ropa a uno más ceñido de busto hasta el vientre no ayudaba. El colgante de cuencas de oro sujeto por dos botones del pecho se mecía con cada movimiento. Mi mano se entrelazan en un nudo de dedos con las de Malkolm. Vestía de forma elegante pero más básica: una ancha camisa de color esmeralda de textura suave y bordada en oro en sus mangas y cuello en pico. Pantalones de un profundo negro y pulcras botas. 

Y para cuando llegamos y traspasamos las puertas, mi mirada viajó de un lado a otro, explorando el gran espacio que invadía mi pequeña presencia, sin contar la de Malkolm, que me aferraba a su cercanía. Esperaba sentarme en los bancos de piedra del comedor, no de retacadas sillas con una mesa de madera maciza, en un entorno cerrado, no abierto, de cara a un balcón de la misma piedra. Los cambios no me desagradan valorando que formaba parte de los aposentos de Breyton porque el hecho de no tener guardias custodiando las puertas, me daba la sensación de la privacidad que se acordó para la cena. La cruzamos en silencio, mientras apreciaba con celeridad la imagen rústica de los muebles, con el toque tradicional de lo artesanos de época, nada novedoso del resto que albergaba las demás salas que conocía; todos tenían su uso, ninguno como una simple decoración o para llenar huecos. Un tronco sobresaliendo de la pared servía para dejar caer las cortinas oscuras como una cascada sobre la bien proporcionada cama... 

Breyton nos esperaba de pie apoyado en la mesa, con una copa colgando de forma perezosa de la mano y el aire mecía algunas hebras fuera del cabello en libertad. Un jubón de tinte rojo oscuro, abierto, que enseñaba una camisa blanca que se fundía con su piel. De resto, cojuntaba como Malkolm. Tras un corto trago, una sonrisa presuntuosa sin llegar a enseñar los dientes nos dio la bienvenida. 

— Siempre tan puntual...— dijo con tono jocoso a Malkolm. Seguí el mismo perfil al de mi pareja, silenciosa y neutral, mientras Breyton dejaba la copa y tomaba asiento. Con una señal de dedos en el aire y un mensaje de voz casi inaudible nos invitó a empezar la velada.  

Tomé asiento donde me indicó Malkolm que quedaba de cara al suyo y cerca de la esquina terminal de la mesa, allí donde lo cubría Breyton lidiando con nosotros en ambas partes. Había un apetitoso desfile de grandes platos de variedad de frutas y panes, pasteles donde algunos reconocía su sabor como el limón, otro de verduras troceadas acompañado de una salsa espesa y dulzona como si llevara miel; y jarras colmadas de cualquier bebida alcohólica; tenía sabido que los cambiaformas les encantaba el sabor más el hecho de intentar embriagarse y aunque, si esto último fuera el principal propósito, les costaría hacerlo al tener mejor rendimiento en contra a las drogas. Teníamos cada uno preparado una sopa con semillas parecidas a las judías blancas y con trozos de carne. No me demoré en dar mi primer sorbo, movida por el hambre insaciable sin ser consciente del silencio de los hombres que no se suavizó hasta el segundo plato. Continuaban enfadados pese a la reunión en el patio que sólo arregló algunas de las controversias. Algunas, repito, no todas. Los miré a ambos con un gesto irritante. 

— Breyton... —Le llamé discretamente. Él no tuvo reparos de atenderme sin rencores, es más, parecía exhausto—. ¿Por qué cenamos aquí en vez del comedor? 

— Yoreg solicitó un lugar privado para la cena y mi alcoba personal fue el más adecuado ... —Aclaró. Y a partir de ahí, se concentró en mi pareja—. ¿Has enviado el remitente a aquel familiar tuyo?

— Lo enviaré a la mañana.

— ¿No deberías esperar una respuesta antes de partir?

La mandíbula de Mal se mecía levemente al masticar la carne, que podría interpretarse un rasgo de la tensión o era su mente, invadido de pensamientos, o ambas cosas.

— Partiré en tres días, es suficiente  —dijo con una voz estoica.

Tres días. Ocho aproximadamente de viaje. Dos de vuelta a su mansión. Así me lo llegó a explicar. Tragué con esfuerzo la suma numérica.

— ¿Tan confiado estás que Ghulmiir será el líder regente que merece tu clan? Me preocupa porque es demasiado joven para un cargo de tal alto de responsabilidades.  

— Siempre ha servido a mi familia con buenos resultados. Y no lo infravalores por su edad, puede enfrentarse sin problemas a grandes adversarios y conoce la dirigencia de un líder. 

Breyton hundía y giraba la punta del cuchillo en la yema de uno de sus dedos, el cual conservaba un anillo plateado y podía entrever el colgante del mismo material medio oculto en su camisa. Yo me esforzaba por ignorar su jugueteo, pues aún tenía el picor del miedo con las armas, cualquiera con punta, hasta me costaba usar el mío propio. Me entraba una gran curiosidad como sorpresa el día que sería capaz de disparar una flecha. 

— Tiendes a excederte con la confianza familiar. 

En eso estaba de acuerdo respecto a su hermano Áric y podría decirse de él también. Pero no podía mostrar una oposición a mi pareja en un caso tan personal como en aquella cena. 

Mal no gruñió como reprimenda. Y no aportó ninguna respuesta oral, pero su masticar no dejó de tener ese ritmo pausado más con aquella rigidez facial. 

— ¿Áric está de acuerdo? —Preguntó de nuevo el dueño de la mesa; ahora su cuchillo lo usaba según su función y con doble: cortar la carne con otro, clavar y llevarla hasta su boca. 

— Recuerdo que habíamos tenido esta contienda anteriormente. 

Supuse que el lugar debió ser la reunión en el patio. Malkolm me advirtió que Breyton solía desarrollar una táctica cuando estaba desacuerdo y había más de un involucrado o compañero cercano del objetivo: provocar un enfrentamiento. Y él sabía nuestra flaqueza –como cualquier relación estrecha amorosa– sobre los secretos y la falta de información compartida.




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