El alma del Lobo

Capítulo 39


 


Cuando Breyton tenía algo preparado, deseoso de mostrarselo a la persona que iba dirigida, mi instinto decía de guardar un arma si la sorpresa no me gustaba. A riesgo mío no lo seguí de mantener mi faceta pacífica, pero no hubo falta, porque, de un piso a otro, tocando el terreno del patio y bajando unas escaleras, me vi en un cuarto rodeada de ellas y al alcance de la mayoría. Se trataba del almacén de armas para los entrenamientos de los miembros del castillo o eso me hice a la idea superficialmente. La única luz natural que conseguía filtrarse era de una pequeña abertura. De resto, el fuego se encargaba de iluminar y aún así escasamente llegaba a los recovecos de sombras que crean los soportes de artilugios y el tamaño y cantidad de las armas. Y tenía mi olfato avanzado, fiel en ayudarme a profundizar las características del ambiente: detecté el olor de tejidos de cuero mal tratado, como si estuvieran expuestos a la humedad, el óxido de metales -como era obvio-, a polvo, que decía que nadie se encargaba de limpiar a menudo, y otros más que no me entró ganas de adivinarlo... Mi guía volvió hacia mí, tras acercarse a una estantería que parecía ser donde guardaban material textil. Había cogido unos brazales de cuero que se me hicieron familiares hasta caer quien los cargaba a menudo. Él. Breyton. No eran idénticos, los suyos eran artísticos ¿Y para qué los usaba? La mayoría de su tiempo practicaba el arco que une a las espadas o luchas cuerpo a cuerpo. Lo miré con los ojos bien abiertos, con un temblor en mi estómago que lo hacía encoger como una gamba dentro del agua en ebullición.

《Creo que sé qué hago aquí. Y me gusta poco. 》

Me pidió alzar los brazos hacia él.

—Tengo miedo... —le advertí, pero sonaba inocente, a broma, de lo que pretendía de ser una dura—. Y no lo digo en broma.

Breyton me miró a los ojos con una sonrisa que albergaba malicia, orgulloso de mi temor. No estaba segura de nada de lo que leía en él, pues a veces tendía a usar la confusión, el engaño, como un juego de estrategia. Pero sí lo estaba de mi visión, la que mostraba que aprendía a disparar un arco. Se acercaba claramente, podía olerla como el metal viejo de allí. Y con eso, alguien que entraría.

Su mano de gesto en invitación se acercó, con la esperanza que confiara en la mía, mientras que con la otra sujetaba los brazales. Dejé salir por mis fosas nasales un resoplido, la señal previa de bajar el portón de mis murallas y dejando que accediera, pero no incluía que tirara las armas. Arremangue las mangas de mi camisa y expuse mis brazos hacia él. El tacto de Breyton directa en mi piel era inclemente, sin timidez. Cálida, eso sí, pero era propio de su naturaleza de cambiaformas como Malkolm si no, juraría que sería gélida.

Ajustado los antebrazos, se giró hacia un expositor de baldas que colgaban en el aire corazas del mismo material que los brazales.

Alguien accedió al almacén y aunque Breyton tenía un excelente sentido de percepción, lo ignoró y continuó buscando entre las corazas. Cóndor fue directo al infinito expositor hasta que se sobresaltó al verme como si fuera una aparición fantasmal. Me encogí de hombros con la boca torcida diciendo en respuesta de incógnita mi presencia: "No sé qué hago aquí".

—Condor, encuentra una talla de mujer y mediana para Sarah —dijo Breyton sumergido en la búsqueda.

Condor cumplió la orden de su jefe aunque su cara se jactaba de ello. Evitó mirarme y hacer lo posible de no traspasar el metro de distancia que él mismo impuso, como en las cenas o pasillos. Encontró la coraza, se la entregó a Breyton y fue a encargarse de su tarea que lo trajo hasta allí. Dos espadas envainadas se llevó. Aún recordaba al chico hablador del grupo, ahora, en mi presencia, era el mudo.

Breyton me pidió alzar los brazos de nuevo, pero abrirlos en ala.

—¿Por qué Condor no me dirige la palabra? —pregunté a Breyton abrumada de curiosidad a la vez que me entraba la coraza por mi cabeza.

—Era como si pasara el período de celo detrás de cada hembra de buen pecho. Y ahora que te deja en paz, ¿cuál es el problema?

—Ya, pero... ¿qué ha cambiado de un momento a otro?

Observé que Breyton pasó a un rictus de gravedad que afilaba sus facciones y tornaba de mayor palidez su tez asemejándose a la visión de una criatura de la muerte.

—Desde que supo que tú tenías pareja y sospechó que era un cambiaforma, se echó para atrás —declaró secamente.

Ah, ya. Esa vez me preguntó si estaba comprometida. La sospecha de que fuera uno de los suyos era de pertenecer al Primer Mundo y al portal donde era territorio y custodia de Malkolm. Al menos me consolaba que se alejara su acoso por ello tenía que seguir los motivos de sus compañeros inspirados en el odio.

Breyton se inclinó hasta tocar la rodilla en el suelo para acometer el proceso de atar los nudos de los costados.

—¿Y por qué tan evasivo o es con todas las mujeres emparejadas de cambiaformas?

Él me acusó en silencio de un cargo que desconocía.

—¿No tienes la más mínima idea?

—No.

—Esfuérzate. Usa tu cerebro humano.

Un arisco bufido le solté, pero me esforcé a pensarlo. Por orden silenciosa, me giré al otro lado que faltaba para ajustar el equipo.

—Porque es conflictiva tu especie —sospeché ante las conversaciones tomadas por Breyton y Malkolm.

—Se nos conocen por serlo, pero no siempre lo somos. A Áric lo conocen por cometerlas, y Yoreg es su hermano, es inevitable que piensen que puede seguir su agresiva conducta.

Iba a defender a Yoreg, que no se comportaba de tal modo... hasta que recordé que si no fuera porque intervine yo, mi pareja le habría cortado la cara a Breyton por atacarme y ocultarlo.

—Esto me asfixia —Me quejé de la coraza con un gemido lastimero y tirando de la abertura del cuello.

—No puede ir floja.

—Es que... —mordí mi labio avergonzada de admitirlo—. Me aplasta el pecho y mi vientre.




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