La luz del atardecer bañaba el pequeño rincón del bosque, el aire era fresco, como una brisa suave que rozaba la piel, pero para mí era un recordatorio de lo que no podía sentir. Ella seguía allí, con sus manos delicadas entre las flores, mientras mis ojos no podían apartarse de ella. Mi mente seguía en un estado de caos, dividido entre lo que era y lo que deseaba ser.
Quería estar cerca de ella. Quería sentir la calidez de su toque, la suavidad de su piel, el simple roce de su mano. Pero lo sabía, y ella no lo entendía. No podía tocarla. No podía permitir que su vida, tan preciosa y única, se desvaneciera por mi sola proximidad. Me estremecí solo de pensarlo.
"¿No vas a recoger ninguna?" preguntó ella, levantando la mirada hacia mí, aún con esa sonrisa inocente y abierta.
"Yo… no puedo," respondí, mi voz vacilante, intentando mantener una calma que no sentía. Me incliné un poco hacia adelante, como si mi presencia pudiera hacerle entender lo que me atormentaba. "Es complicado."
"¿Por qué? ¿Las flores te dan alergia?" Su tono era ligero, pero había un destello de preocupación en sus ojos. Esa pequeña chispa me hizo sentir algo extraño, como si mi existencia misma estuviera en peligro. ¿Cómo podría alguien como ella preocuparse por alguien como yo?
"No exactamente," murmuré, buscando una excusa. "Tengo una… una condición. Algo con mi piel. Hace que… no pueda tocar muchas cosas." El peso de la mentira se sentía como una carga sobre mis hombros. La verdad era mucho más compleja y oscura, algo que no podía revelar. Si supiera lo que realmente soy, lo que realmente represento, probablemente huiría. Mi sola presencia sería un recordatorio constante de que todo lo que toca la muerte, lo que se acerca a ella, está destinado a desaparecer.
"¿Una enfermedad de la piel?" repitió, levantando una ceja, pero sin desconfiar demasiado. "Eso suena serio. ¿Te hace sentir mal?"
"Sí," respondí rápidamente. "Muy mal. Solo al tocar cosas. Así que trato de evitarlo, sobre todo las plantas y… las flores. Ellas… pueden reaccionar de formas que no entiendo, y podría empeorar mi condición."
No era una mentira completa. Era cierto que mi contacto con cualquier cosa viva no me era permitido, pero no era algo tan simple como una enfermedad. Era la esencia misma de mi ser, de lo que representaba. Pero ella no podía saberlo. No quería que lo supiera.
"Eso suena horrible," dijo, su voz llena de empatía. "Nunca he conocido a nadie que tenga algo así. De todas formas, no importa. No te preocupes por las flores. Te las puedo mostrar desde lejos, si te gustaría verlas más de cerca."
La forma en que ofreció esa solución tan fácil, tan desinteresada, me hizo sentir más solo que nunca. Era tan pura, tan llena de vida, que lo que sentía por ella se volvía cada vez más insoportable. La frustración se acumulaba, y no sabía cuánto más podría soportarlo.
"Gracias," susurré, mirando cómo se agachaba nuevamente para seguir recogiendo flores. Ella parecía tan concentrada, tan ajena a la batalla interna que libraba en mi mente. Pero en el fondo, algo dentro de mí deseaba más. Deseaba poder tomar su mano, poder caminar junto a ella por el sendero. Poder ser humano, aunque solo fuera por un segundo.
Un silencio cayó entre nosotros mientras ella seguía con su tarea. Mis pensamientos eran un torbellino, y la mentira que había construido comenzaba a desmoronarse. Pero no podía detenerme. No podía arruinar lo que habíamos comenzado. Mi presencia, por más humana que fuera, estaba destinada a ser efímera, a desaparecer. Pero ella no lo sabía. Ella no sabía que yo era la Muerte. Y eso era lo único que me mantenía en pie.
"¿Te gusta la naturaleza?" preguntó ella después de un rato, sin apartar la vista de las flores que tenía en las manos.
"Me parece… fascinante," respondí, aunque no era cierto. La naturaleza me resultaba ajena, distante. Yo no pertenecía a este mundo, ni a sus maravillas. "Pero no me es fácil estar cerca de ella."
"Es una lástima," dijo ella, sin mirar hacia arriba. "Es lo más hermoso que tenemos. Aunque a veces, la gente olvida cómo apreciarlo."
Un silencio pesado se formó entre nosotros. Quería decirle que la muerte es parte de la naturaleza, que todo ciclo tiene un final, pero sabía que esas palabras solo traicionarían la verdad. Ella no entendería. Ni siquiera sabía quién era yo. Y mientras esa verdad pesaba sobre mí, me pregunté si alguna vez lo entendería. Si algún día podría.
"Lo sé," respondí, la voz casi apagada. "A veces, la gente olvida muchas cosas."
Ella levantó la vista y me miró con una ligera sonrisa. "¿Sabes? Yo creo que tú no eres tan malo como te ves. No sé, es como si… como si fuera fácil hablar contigo. Como si pudieras entenderme."
Sus palabras me dejaron sin aliento. Esa extraña conexión, esa chispa entre nosotros, crecía más fuerte cada vez. Aunque no pudiera tocarla, aunque no pudiera mostrarle quién era, estaba a su lado. Y eso, por algún extraño milagro, me hacía sentir vivo.