El alma que nunca se fue

Capítulo 6: El Llamado del Infinito

La tarde se desvaneció lentamente, y el cielo se pintó de tonos rojizos y morados. Estábamos sentados junto al río, las sombras de los árboles proyectándose sobre nosotros, como si el bosque mismo estuviera abrazándonos en silencio. Pero no era el abrazo que yo deseaba. Aunque sus palabras, su presencia, llenaban el vacío que siempre había conocido, algo dentro de mí me decía que no podía quedarme mucho más tiempo.

El mundo humano, con toda su belleza y caos, no era mi lugar. No importaba cuánto deseara estar allí con ella, mis horas, mis días, estaban contados. Mi trabajo me llamaba. No podía permanecer entre los vivos sin pagar un precio.

"¿Sabes?" comenzó ella, su voz suave como el murmullo del agua. "Hay algo que nunca te he preguntado."

La miré, un nudo en la garganta. Sabía lo que venía, lo que ella necesitaba saber, pero no estaba preparado para responder. Nunca lo estaría. "¿Qué es?" dije, aunque mi voz sonaba distante, casi fría, por más que intentaba ocultarlo.

"¿Qué haces cuando no estás conmigo?" Su mirada era curiosa, pero había una pizca de inquietud en sus ojos. "¿A dónde vas?"

Mi corazón se apretó con fuerza. Cada vez que me hacía esa pregunta, cada vez que tocaba ese tema, era como si me arrancara algo de dentro. No podía mentirle para siempre. Sabía que tarde o temprano descubriría la verdad. Pero no podía ser hoy. No podía enfrentar esa mirada llena de esperanza y decirle que yo no pertenecía a este mundo, que mi existencia se reducía a traer el final.

"Trabajo," respondí, mi voz vacía. "Trabajo en... lugares donde nadie más puede ir."

Ella asintió lentamente, como si mi respuesta no la satisficiera del todo, pero no insistió. Había algo en ella, una pureza que hacía que todo fuera más difícil. Como si su simple presencia me cuestionara constantemente. Me hizo sentir, por primera vez en miles de años, que podía ser algo más que la Muerte. Algo más que una sombra sin nombre.

"Entiendo," dijo, su tono casi pensativo. "Debe ser complicado."

Lo era. Era complicado, era doloroso, y cada vez que me alejaba de ella, un pedazo de mí se quedaba atrás. Pero mis responsabilidades, mis deberes, me llamaban con fuerza. Tenía que seguir adelante. No podía quedarme, aunque deseara con todo mi ser lo contrario.

El silencio se hizo pesado entre nosotros, y por un instante, el peso de mi verdadera naturaleza amenazó con aplastarme. No podía mentirle mucho más. Cada minuto que pasaba a su lado me recordaba lo que no podía ser. Cada sonrisa que ella me regalaba me desgarraba por dentro, porque sabía que no podía ofrecerle lo que realmente deseaba. No podía tocarla, ni abrazarla, ni ser el ser que ella creía que era.

"Es tarde," dije finalmente, poniéndome de pie con dificultad, mi cuerpo que no sentía, pero que, sin embargo, parecía estar agotado por la lucha interna que experimentaba. "Tengo que irme."

Sus ojos se levantaron hacia mí, un brillo triste reflejándose en ellos. "¿Ya?" dijo, como si mi partida fuera algo que temía, algo que no quería aceptar. "¿Cuándo regresarás?"

No respondí inmediatamente. Sabía que, aunque quisiera regresar, no podría hacerlo tan fácilmente. Había cosas que no podía dejar sin atender. "No lo sé," murmuré, sintiendo cómo las sombras del bosque parecían tragar mi alma. "A veces, el tiempo no es algo que yo pueda controlar."

Con esas palabras, me di vuelta para irme, pero antes de que pudiera dar un paso, sentí su presencia a mi lado. Sus pasos suaves llegaron hasta mí, y, por primera vez en días, ella se acercó lo suficiente como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo.

"Charlie," susurró.

Era la primera vez que me llamaba así. Me había llamado de muchas maneras, pero ese nombre, ese "Charlie", me atravesó el alma como una flecha. La Muerte no tenía nombre, nunca lo había tenido, pero ahora, ella lo había dado. Me lo había entregado sin saberlo.

Me giré lentamente hacia ella, mi rostro oculto por la capa, pero mis ojos, esos ojos vacíos de vida, se clavaron en los suyos. "No puedes," dije, mi voz quebrada por el dolor. "No puedes acercarte más. No te puedo tocar, no puedo permitir que lo hagas."

Ella me miró fijamente, como si ya hubiera aceptado la gravedad de lo que estaba sucediendo, pero, aún así, había una determinación en su mirada. "No te estoy pidiendo que me toques," dijo suavemente. "Te estoy pidiendo que no me dejes ir. Que sigas regresando."

Mis manos temblaron bajo la capa, pero no por el miedo que siempre había conocido. Era un miedo nuevo, un miedo que nacía del deseo de no perderla, de no dejarla ir. Pero sabía que no podía quedarme, que el deber que me llamaba era más fuerte que cualquier deseo humano.

"Lo prometo," le dije, sintiendo el peso de esas palabras más que nunca. "Lo prometo que regresaré."

Ella sonrió entonces, una sonrisa que contenía toda la tristeza y esperanza que me había brindado durante todo este tiempo. "Eso es todo lo que necesito saber."

Y con eso, me di vuelta y me alejé. No podía quedarme. Había trabajo que hacer, y aunque mi corazón deseaba lo contrario, sabía que no podía abandonar mi lugar en el ciclo eterno. Pero algo dentro de mí, algo que nunca había sentido antes, me decía que todo esto no había terminado. Que, tarde o temprano, la Muerte y la Vida volverían a encontrarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.