El alma que nunca se fue

Capítulo 7: El Lamento Silencioso

La Muerte es paciente, pero también implacable. En mi mundo, no hay lugar para la duda. No hay tiempo para la reflexión. Cada alma que debe partir lo hace en el momento que está destinado. Ese es el ciclo, el flujo, el orden que siempre ha existido. Pero hoy, mientras me dirigía hacia la casa de una anciana que estaba a punto de cruzar al otro lado, mi mente no podía dejar de pensar en ella.

Cada paso que daba me llevaba más lejos de su presencia, y, sin embargo, nunca había estado tan cerca de comprender lo que era vivir. No tenía nombre, pero en ese momento, mientras caminaba por el reino de las sombras, sentí que, por primera vez, podría llegar a ser algo más que la Muerte.

Mi trabajo era tan sencillo como lo era cruel: llevar las almas de aquellos cuya hora había llegado, guiarlas más allá del velo. Y, sin embargo, hoy el peso de mis pasos parecía más pesado de lo habitual.

En la sala de una casa que se encontraba en un barrio silencioso, una anciana yacía en su cama. Su respiración era débil, su vida se apagaba con la luz del día. La puerta estaba entreabierta, y su hija lloraba en la esquina de la habitación, sabiendo lo que estaba por suceder, pero no preparada para enfrentarlo.

Me acerqué lentamente, mi capa arrastrándose por el suelo, mi presencia como un susurro en el aire. La anciana no me vio al principio. Su mirada estaba perdida, como si no comprendiera lo que estaba ocurriendo. Pero no me importaba. Sabía lo que tenía que hacer. Lo sabía de memoria.

Me incliné junto a su cama, observando su rostro arrugado, las huellas del tiempo marcando cada línea. Estaba tan cerca de ella, y, sin embargo, tan distante. Era la misma rutina, la misma escena que había presenciado innumerables veces. Y sin embargo, esta vez, algo en su rostro me hizo detenerme. ¿Qué pensaba ella al final de su vida? ¿Qué recuerdos la acompañaban mientras se deslizaba hacia el otro lado?

"Es hora," murmuré, mi voz un eco vacío en la habitación.

La anciana giró la cabeza lentamente, y sus ojos, aunque nublados por el tiempo, parecían ver algo en mí. Algo que nunca había visto antes. Quizás era mi nombre, aunque yo no lo tuviera, o tal vez la comprensión de lo inevitable. Con un suspiro, ella aceptó lo que ya sabía, lo que siempre había sabido. El final había llegado.

La hija se acercó, un llanto ahogado saliendo de su pecho. Yo no podía tocarla, ni consolarla. No era mi lugar. Solo podía hacer lo que tenía que hacer. La anciana cerró los ojos por última vez, y, al hacerlo, sentí el flujo de su alma desvanecerse, como un susurro en la brisa.

Mi tarea estaba terminada. Pero, mientras observaba el alma de la anciana ascender, sentí una presión en mi pecho que no podía entender. Era el peso de la muerte misma, sí, pero algo más también. Algo que solo el contacto con la vida podía despertar. Algo que ni siquiera yo había conocido hasta ahora.

Me di la vuelta y salí de la casa, mi capa ondeando en el aire, mi figura desvaneciéndose en la oscuridad. Pero mientras caminaba de regreso al reino de las sombras, el pensamiento de ella, de Charlie, no me abandonaba. La vida, el calor, la luz... todo eso seguía siendo un misterio para mí. Pero ahora, esa pequeña chispa de lo que podía ser... me quemaba, y no sabía si podía soportarlo.

Mi siguiente destino me llevó a un joven llamado Tomás. Estaba en un hospital, rodeado de máquinas y tubos, esperando lo inevitable. Como siempre, la escena era la misma, pero la sensación en mi ser seguía cambiando. No era solo que me acercaba a las almas; ahora, también me acercaba a una pregunta que nunca antes había considerado: ¿Qué se siente al ser parte de este mundo?

Me apareció ante él, como siempre, en la penumbra. Su madre estaba a su lado, sujetando su mano, sus ojos llenos de dolor y desesperación. No podía salvarlo. Nadie podía. El joven había luchado mucho, pero su cuerpo ya no tenía fuerzas para seguir.

"Tomás," murmuré, y la habitación se llenó de un aire frío. "Es hora."

Él no reaccionó de inmediato, pero sus ojos se abrieron lentamente, buscando algo que no podía ver. Yo era una figura sin forma, algo intangible. Pero aun así, su mirada parecía comprenderme, como si hubiera esperado mi llegada.

El joven, aunque consciente de que su vida llegaba a su fin, me miró con una calma sorprendente. ¿Era aceptación? ¿Era miedo? No lo supe. Solo sé que al final, dejó escapar un suspiro y cerró los ojos.

De nuevo, la sensación de llevar a alguien más se apoderó de mí. La conexión con esas almas se había vuelto más fuerte, más intensa, desde que la conocí. Mi ser, que siempre había sido un vacío oscuro, ahora estaba agitado por algo que ni siquiera podía nombrar.

Tomás, como todos los demás, cruzó al otro lado, pero no sin dejar una huella en mí. Cada alma que guiaba ahora parecía resonar en mi ser, y esa resonancia... me destrozaba.

Al finalizar mi labor, me retiré al reino de las sombras, pero mis pensamientos no me dejaban en paz. Volví a ella, a Charlie, como siempre lo hacía. En cada alma que llevaba, en cada vida que terminaba, su imagen estaba allí, persistente y clara.

"¿Qué haré cuando ya no pueda ignorar lo que siento?" murmuré en la oscuridad, mi voz perdida en el vacío. "¿Cómo puedo seguir siendo la Muerte cuando lo que más deseo es estar con ella?"

Mi trabajo había terminado, pero la batalla dentro de mí recién comenzaba.




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