Había algo en sus ojos. Algo que me consumía lentamente, como una llama que no se apaga, sino que arde y arde hasta que todo lo que tocan se convierte en cenizas. Cada palabra que salía de su boca, cada movimiento de sus manos, cada mirada que cruzaba con la mía, me hacía sentir más y más como si no fuera de este mundo. Como si, por un fugaz momento, no fuera la Muerte, sino algo más... humano. Algo que no merecía ser.
Y todo en mí me decía que debía irme. Que debía dejarla ir. Lo que sentía por ella no era algo que pudiera sostener. Lo sabía bien, pero no podía evitar acercarme, y no podía evitar el dolor que ya sentía al estar cerca de ella, sabiendo lo que se venía.
"¿Vas a quedarte mucho rato?" preguntó Charlie, su tono suave, pero con una curiosidad palpable. Estaba sentada en el pequeño banco de su jardín, mirando las flores que ella misma había plantado. Sus manos estaban cubiertas de tierra, pero eso no le importaba. Su risa, su presencia... todo en ella me absorbía con una fuerza que no entendía.
"Solo un poco más," respondí, aunque sabía que era una mentira. Mi tiempo aquí era limitado. Ya había sentido el tirón, esa extraña sensación que solo ocurría cuando mi presencia era requerida en el Inframundo. Era el deber el que me llamaba. Y cada vez que me alejaba de ella, esa sensación se volvía más fuerte. Pero aún no podía. No podía dejarla.
Charlie sonrió, como si no estuviera preocupada. "Oye, quiero preguntarte algo," dijo, levantando la mirada hacia mí. "¿Por qué me miras siempre con esa tristeza? Siempre te veo... tan lejano, tan frío."
No pude evitarlo. Mi corazón, si es que aún lo tenía, dio un vuelco. ¿Por qué me miraba así? ¿Por qué veía a través de mí como nadie más lo hacía? ¿Por qué sentía que cada palabra que pronunciaba me dejaba más expuesto, más vulnerable?
"No soy... como los demás," respondí, con la voz quebrada, casi inaudible. "No pertenezco a este lugar."
Charlie se levantó lentamente, acercándose un paso hacia mí, como si sintiera el dolor que brotaba de mi voz. "No tienes que pertenecer a nada aquí," dijo, con una suavidad en su tono que me hizo querer rendirme. "Tú eres... tú. No necesitas ser otra cosa."
Pero yo sabía la verdad. Sabía lo que era. Yo era la Muerte. Y aunque ella no lo entendiera completamente, las reglas de este mundo, las reglas del destino, no podían ser cambiadas.
La sombra del Inframundo me tocó de nuevo, y la presión aumentó. Miré a Charlie una vez más, y mis palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Estaba tan cerca, tan cerca de ser lo que no podía ser. Pero no podía quedarme más tiempo. No debía.
"Debo irme," dije finalmente, casi en un susurro. "Tengo... cosas que hacer."
Ella asintió, pero su mirada era diferente. Había una preocupación en sus ojos, una que no había estado allí antes. "¿Volverás?" preguntó.
La pregunta me atravesó como una daga. ¿Volvería? ¿Volvería a estar cerca de ella? ¿Volvería a verla reír, a sentir el sol reflejado en su piel, a escuchar su voz llena de curiosidad y alegría?
"Lo haré," mentí. "Volveré."
Y mientras esas palabras salían de mi boca, supe que no podía hacerles justicia. No podía prometerle algo que mi naturaleza misma no podía permitir. Pero algo dentro de mí se negó a dejarla sin más, a dejarla sola.
Dando un paso atrás, la vi mirar hacia el jardín, como si lo viera todo por última vez. Pero yo no podía quedarme. Mi alma, lo que quedaba de mí, me empujaba hacia el Inframundo. Había otras almas que llevar, otros destinos que cumplir. Y ella... ella no podía ser parte de mi mundo.
Me volví, sin darme vuelta, sin mirar atrás, pero la sombra de mi pesar me alcanzó antes de que siquiera pudiera desaparecer por completo. Mi corazón, aunque vacío, latió con una fuerza que no entendía.
El Inframundo estaba oscuro, frío, tan vacío como siempre. Pero el peso de mis decisiones me aplastaba más que nunca. Mis pasos resonaron en el eco de la sala del trono de Hades, donde estaba rodeado por deidades menores que me observaban con esa mezcla de desprecio y desaprobación que siempre me era familiar.
Hades se acercó, sin palabras, solo observándome. No hacía falta decir mucho. Sabía lo que había pasado, sabía lo que estaba sucediendo. Y, aunque la verdad era que no debía haberme acercado a Charlie, el dios del inframundo parecía ser el único que no me juzgaba.
"Lo hiciste, ¿verdad?" preguntó, su voz grave pero no cruel. "Te acercaste a ella."
No respondí de inmediato. Mi mirada se desvió hacia el suelo, como si de alguna manera la gravedad de mis acciones me tuviera cautivo.
"Sabías lo que sucedería," agregó Hades, "pero no podías dejarla ir, ¿verdad?"
"Lo sé," murmuré. "Pero no pude evitarlo."
Un suspiro salió de él, y, por primera vez en mucho tiempo, Hades mostró una expresión de comprensión. "Eres un tonto," dijo, "pero entiendo. A veces, el destino no es algo que podamos controlar."
"¿Lo sabes?" pregunté, sin poder evitar la pregunta. "¿Sabías que ella sería mi perdición?"
"Lo sospechaba," respondió. "La Muerte nunca puede amar, nunca puede vivir lo que viven los mortales. Pero, por alguna razón, todos los que te observan, todos los que han caído en tu camino, parecen olvidar eso."