El alma que nunca se fue

Capítulo 13: La Confrontación con el Destino

La noche era más oscura de lo habitual, y sentí cada paso como un peso sobre mis hombros. La luz de la luna se filtraba entre las ramas de los árboles, proyectando sombras que se alargaban como dedos en la tierra. Pero no me importaba la oscuridad. Estaba frente a su casa, y en cada rincón de mi ser sabía que estaba a punto de tomar la decisión más difícil de mi existencia.

Cuando la puerta se cerró tras de mí, la sensación de inevitabilidad se apoderó de todo mi ser. Ya no había marcha atrás. Lo que sucediera a partir de ese momento cambiaría todo para siempre, para los dos.

Charlie estaba sentada junto a la ventana, como si me estuviera esperando, pero sin pronunciar palabra alguna. El aire a su alrededor parecía brillar, su presencia era tan viva que me sentía más muerto que nunca. Cada respiración que tomaba, cada latido de su corazón era como un recordatorio de lo que no podía ser. Ella era humana, vivía, y yo… yo no.

“Charlie…” susurré, acercándome a ella con la cautela que siempre había tenido. Sabía que no podía tocarla, no podía acercarme más de lo que ya lo había hecho. Pero ahora, mientras me veía, sentía que algo dentro de mí se rompía, algo que nunca había experimentado.

Ella levantó la mirada y me vio, sin miedo, sin repulsión. Solo había comprensión. Pero también había una tristeza en sus ojos que no sabía cómo manejar.

“Charlie, no sé si puedo continuar viéndote… No sé si es lo correcto”, dije, mi voz quebrándose por la carga que llevaba. “Estoy rompiendo las reglas. Estoy arriesgando todo por ti, y no sé si debo.”

Ella no dijo nada durante un largo momento. Su silencio era como un peso sobre mí, pero al mismo tiempo, su presencia me ofrecía algo que nunca había tenido: la aceptación.

Finalmente, habló, y su voz era suave, pero decidida. “¿Sabes? No te estoy pidiendo que rompas las reglas. No te estoy pidiendo que seas alguien que no eres. Lo único que quiero es que estés aquí conmigo, de la manera que puedas. No me importa lo que seas, Charlie. No me importa lo que hagas o lo que no puedas hacer. No me importa el futuro.”

Mis ojos se llenaron de una mezcla de dolor y esperanza. Esa esperanza que me arrancaba pedazos de mi ser cada vez que la veía. Porque sabía que lo que ella quería era imposible. Pero sus palabras me alcanzaron como un rayo en medio de la tormenta. Ella me aceptaba, a pesar de todo.

“No puedo… no puedo quedarme”, susurré, el miedo apoderándose de mi ser. “Si lo hago, si rompo esta regla, te haré daño. Y no quiero eso. No quiero que sufras por mí.”

Charlie se levantó lentamente y se acercó, pero al igual que siempre, mantenía una distancia. Era como si pudiera sentir mi conflicto, mi lucha interna. “¿Sabes? A veces creo que lo peor no es lo que hacemos, sino lo que dejamos de hacer. Lo que nunca decimos, lo que nunca arriesgamos. Yo también tengo miedo, Hades. Pero no quiero vivir una vida sin arriesgarme. No quiero vivir con miedo de lo que no puedo controlar.”

Fue entonces cuando entendí lo que me había estado diciendo todo el tiempo. Charlie no tenía miedo. Ella era humana, sí, pero su humanidad no se trataba solo de su vida, su cuerpo o su destino. Se trataba de su valentía para enfrentar lo desconocido, de su capacidad para aceptar incluso lo que no entendía.

“Entonces, ¿qué hacemos?” pregunté, mi voz cargada de incertidumbre. “¿Qué haces cuando sabes que lo que quieres está fuera de tu alcance?”

Charlie sonrió, un gesto cálido y sincero que me hizo sentir como si el sol hubiera salido en ese instante, iluminando por fin la oscuridad que me rodeaba. “Lo intentamos, Hades. Intentamos hacer lo imposible. Y si no funciona… al menos sabremos que lo intentamos.”

No sabía qué hacer con esas palabras. Sabía que lo que ella proponía era más difícil que cualquier cosa que había enfrentado en mi existencia. No sabía si iba a ser capaz de hacerlo, si estaba dispuesto a perder lo poco que quedaba de mí mismo. Pero había algo en su mirada, algo que me decía que valía la pena intentarlo.

“Entonces, ¿qué pasa ahora?” susurré, mientras mis ojos no dejaban de observarla, tratando de descifrar todo lo que me estaba diciendo.

“Ahora…” dijo ella con una sonrisa traviesa, acercándose un poco más, sin tocarme, pero lo suficiente para que nuestros cuerpos estuvieran más cerca de lo que nunca habían estado. “Ahora, viviremos este momento. Viviremos lo que sea que nos quede. Y si el destino nos separa… al menos sabremos que lo intentamos.”

Ese fue el momento en que todo cambió. No porque me hubiera arriesgado a tocarla, no porque hubiera cruzado alguna línea invisible, sino porque finalmente entendí que lo que ella me estaba ofreciendo no era un futuro sin dolor, sino un futuro en el que el dolor y la alegría coexistían. Y tal vez, solo tal vez, eso era suficiente.

Esa noche, cuando la vi desaparecer entre las sombras de su casa, su rostro fue lo último que vi antes de perderla una vez más. Sabía que el futuro no estaba de mi lado, que el destino no me permitiría quedarme con ella por mucho tiempo. Pero mientras la contemplaba, mi corazón, tan muerto como siempre, latió una vez más, por ella, por lo que habíamos compartido.

Y aunque sabía que tarde o temprano tendría que dejarla ir, en ese momento, por primera vez en mi existencia, no me importaba. Por primera vez, sentí que tal vez, solo tal vez, el amor podría desafiar al destino, aunque solo fuera por un momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.