La oscuridad del Inframundo era opresiva, como una manta de ceniza que lo cubría todo. Los ecos de miles de almas condenadas resonaban a través de pasillos interminables, mientras los muros de piedra fría reflejaban los susurros y los lamentos de aquellos que jamás conocerían la paz. Yo caminé por esos pasillos con paso firme, pero el peso de lo que había dejado atrás me perseguía a cada paso.
Hades esperaba en la sala del trono, un lugar vasto y sombrío, donde las sombras se fundían con la oscuridad misma. Las deidades menores, aquellas que se encargaban del flujo y reflujo de las almas, estaban reunidas a su alrededor. Había tensión en el aire, un peso palpable que me envolvía al entrar.
“Charlie...” La sola mención de su nombre me hizo estremecer. No había un lugar en mi alma donde ella no estuviera. Cada rincón, cada sombra parecía recordarme su risa, su luz, su existencia en este mundo que yo ya no podía tocar.
“Bienvenido de nuevo, Muerte”, dijo Hades con su tono bajo y grave. Su mirada me atravesó, como siempre lo hacía. “¿Cómo te va con la humana?”
No necesitaba decir nada para que todos en la sala supieran a qué se refería. La verdad era que mi corazón, aunque vacío por su naturaleza, había sido alterado de una forma que jamás había anticipado.
“Ella está bien”, respondí sin emoción, mi voz casi vacía. “Pero no puedo quedarme mucho más tiempo. Lo que está sucediendo aquí… no puedo ignorarlo.”
Hades observó, su rostro impasible como siempre, pero su mirada decía más de lo que sus palabras podían expresar. “Sé lo que estás haciendo, Muerte. Y sabes que esto no puede continuar. Tienes que alejarte de ella.”
Mis ojos brillaron con furia, aunque lo intenté ocultar. “¿Qué sabes tú de lo que quiero? No entiendes nada. Ella me necesita, Hades. Yo… no puedo simplemente dejarla ir.”
Un susurro recorrió la sala, los dioses y las deidades menores intercambiaron miradas, pero ninguno se atrevió a hablar. La voz de Hades resonó como un trueno en ese silencio pesado.
“No es solo lo que ella necesita, sino lo que tú no puedes ofrecerle. Tú, Muerte, eres la encargada de llevar las almas al final de su camino. Tú no eres un ser que pueda vivir en el mundo de los mortales. Y lo sabes. Pero lo que más me preocupa es que, al quedarte, estás alterando el equilibrio de las almas.”
“¡El equilibrio!” exclamé, mis manos temblando de ira. “¿Desde cuándo el equilibrio ha sido más importante que el amor? ¿Más importante que lo que siento por ella?”
La sala quedó en silencio. Hades no se inmutó, pero su expresión se endureció aún más.
“Este no es un juego, Muerte. El amor humano, como lo llamas, no es algo que puedas comprender. Tú eres la Muerte, un ser que debe ser imparcial, distante. No puedes permitir que tus deseos interfieran en el destino de las almas. Y si lo haces, ya sabes lo que sucederá.”
Sabía lo que él quería decir, lo que significaba ese último suspiro de advertencia. Si no me alejaba de Charlie, las consecuencias serían fatales. No solo para ella, sino para todo el orden del Inframundo.
“La Muerte no tiene lugar en el mundo de los vivos”, dijo una voz fría, una de las deidades menores que había permanecido en silencio hasta ese momento. “Te has alejado demasiado de tu propósito. Es hora de que te enfrentes a lo que eres.”
Mi respiración se aceleró, y un sentimiento de desesperación se apoderó de mí. No quería escuchar lo que me decían. No quería admitir que tenían razón. Pero el miedo a perderla, a perder lo poco que quedaba de mi humanidad, me obligó a hablar.
“Yo no quiero dejarla ir. No quiero regresar a ser el ser frío que era antes de conocerla. No quiero seguir siendo solo la Muerte”, murmuró, mi voz rota por la emoción.
Hades se levantó lentamente, sus ojos fijos en mí. “Si quieres seguir este camino, entonces debes estar dispuesto a pagar el precio. Las reglas son claras, y no me importa lo que sientas. Pero si decides quedarte en el mundo de los mortales, si decides seguir a tu corazón, entonces ya no serás quien fuiste. Ya no serás la Muerte.”
Las palabras de Hades me atravesaron como una espada. No era solo una advertencia. Era una condena.
En ese momento, todo lo que había construido, todo lo que era, comenzó a desmoronarse. Las reglas, las leyes del Inframundo, todo lo que había conocido hasta entonces, se desvanecieron ante mis ojos. Estaba ante una encrucijada, y mi corazón, que ya no sabía cómo latir, me decía que el camino que debía seguir era el más doloroso.
“Te dejaré, Charlie”, susurré, mi voz quebrándose. “Te dejaré ir, aunque me parta el alma. Aunque te ame.”
Hades observó, su rostro impasible. “Recuerda, Muerte, que si eliges esa vida, ya no habrá vuelta atrás. No habrá perdón, no habrá regreso. El equilibrio se habrá roto para siempre.”
Y aunque en ese momento sentí que todo en mi ser se desplomaba, no pude evitar sentir que, por primera vez, estaba tomando una decisión que, aunque dolorosa, valía la pena. La muerte, mi existencia, mi destino, todo eso podía quedar atrás. Pero Charlie, ella era lo único que importaba ahora.