El alma que nunca se fue

Capítulo 16: El Río de las Almas

La oscuridad del inframundo parecía consumir todo a su paso, un vacío que nunca dejaba de latir, como un eco sordo que resonaba en mi ser. Caminaba a través de él con una determinación feroz, mis pasos firmes y rápidos, mientras los ecos de las advertencias de Varkael seguían retumbando en mi mente. Pero nada de eso me importaba. Nada podía detenerme.

El Río de las Almas estaba cerca, lo sentía. El flujo de las corrientes de almas era palpable en el aire, como un murmullo constante, como un susurro lejano de todas las vidas que alguna vez existieron y que ahora vagaban sin rumbo, buscando su destino en las aguas eternas. Este río, este lugar sagrado para el equilibrio del universo, era donde las almas se purificaban antes de ser reclamadas por la muerte, donde el ciclo de la vida y la muerte se mantenía intacto. Pero yo había decidido romperlo.

El agua del río brillaba con una luz fría, azul y plateada, un resplandor que reflejaba el tormento y el reposo de miles de almas. Allí, entre las aguas oscuras, estaban ellos. Los Atropos.

No los vi de inmediato, pero los sentí. Su presencia era tan antigua y temible como el propio tejido del destino. Los Atropos no eran simples seres. Eran las parcas del inframundo, las tejedoras del destino, las que cortaban el hilo de la vida de los mortales. Su poder era absoluto, imparable. Pero hoy, hoy iba a desafiar su autoridad.

La niebla alrededor del río se espesó, y entonces los vi. Tres figuras sombrías, cada una con un aspecto aterrador y solemne. No mostraban rostro, solo una oscura capa que se desvanecía en la negrura infinita. En sus manos, unas tijeras gigantescas, forjadas en el vacío mismo, esperaban para cortar el hilo de las vidas que se les entregaban. Los Atropos no eran de este mundo, ni de ningún otro. Ellas eran la encarnación de la inevitabilidad, la manifestación de lo irremediable.

"¿Qué haces aquí, Muerte?" La voz de la primera Atropos resonó en el aire, como el crujido de un viejo libro al abrirse. No era una pregunta, era una condena.

"Vengo a reclamar lo que es mío", respondí, sin titubear. Mi voz estaba cargada de la fuerza de una voluntad inquebrantable. No podía darme el lujo de dudar. No podía permitir que me detuvieran. "Vengo a reclamar el alma de Charlie."

Las tres figuras se movieron como una sombra que se desliza a través de la niebla. El aire se volvió más denso, pesado con la tensión del momento. Los Atropos no se movieron ni un ápice, pero sus tijeras brillaron con una luz fría que cortaba el aire mismo.

"Desobedeces el ciclo", dijo la segunda Atropos, su voz un susurro helado que cortaba la quietud. "Lo que has hecho es un acto de traición. El alma de esa humana no está destinada a regresar. Ha cumplido su propósito. Su hilo ya ha sido cortado. Y tú, Muerte, no eres más que un instrumento del destino. No puedes cambiarlo."

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía ser que la vida de Charlie, su existencia entera, estuviera destinada a disolverse de esta manera? Yo la había conocido, había sentido su alma, su amor, su alegría. No podía permitir que todo eso se desvaneciera sin hacer nada.

“Ella merece vivir”, respondí con un tono que retumbó en el aire. "No puede morir. No de esta manera."

La tercera Atropos levantó sus tijeras, como si su mero movimiento pudiera deshacer el flujo de tiempo mismo. "Eso no te corresponde a ti, Muerte. Este es el destino. No puedes desafiarlo. El equilibrio es necesario."

Y fue entonces cuando sentí el peso de sus palabras. La verdad absoluta, el poder irrefutable que contenían. La muerte no era más que una pieza en el tablero del destino, pero ahora esa pieza se había alzado contra el tablero entero. Sentí cómo la tensión se acumulaba en mi ser, cómo el frío de la verdad me envolvía, pero no podía parar.

Con un rugido interno que resonó en todo mi ser, di un paso adelante, desafiando todo lo que representaban. La furia que había guardado tanto tiempo se desbordó en un torrente de pura desesperación. Mi alma, mi ser entero, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para traerla de vuelta.

“¡No voy a permitir que la destruyan!” grité, un grito que se elevó más allá de los muros del inframundo.

El río comenzó a temblar, el flujo de las almas se detuvo, como si el propio tiempo se hubiera detenido, esperando a ver qué sucedería. Los Atropos alzaron sus tijeras, pero antes de que pudieran mover un dedo, lancé mi voluntad contra ellas, rompiendo la quietud que las rodeaba.

Las tres figuras vacilaron por un instante, como si la esencia misma de mi desafío estuviera alterando la estructura de su existencia. Fue entonces cuando su mirada cambió. Ya no era la mirada fría y distante de seres que conocían todo el universo. Ahora, en sus ojos había algo más: una grieta, una duda.

“Lo que haces no tiene vuelta atrás”, dijo la primera Atropos, su voz ahora teñida de algo que podría ser tristeza o advertencia. “Este es un acto irreversible.”

"Que así sea", respondí. "Si debo enfrentar el fin de todo para traerla de vuelta, lo haré. Ella no es solo una pieza en este juego. Ella es alguien para mí."

Y en ese momento, decidí romper la regla más antigua de todas. El equilibrio. El flujo del río. Romperlo todo por el alma de Charlie.

El tiempo se detuvo por un instante. Y entonces, con un grito sordo, la lucha comenzó.




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