La oscuridad envolvía a Hades, como si fuera una tela espesa, impenetrable, que lo aislaba del resto del universo. La casa en el bosque se había desvanecido completamente, como si nunca hubiera existido. No quedaba ni rastro de la ilusión de Charlie, solo el vacío helado y una profunda sensación de pérdida que lo invadía hasta los huesos.
Hades se quedó allí, inmóvil, respirando con dificultad, como si el aire se hubiera vuelto espeso. El peso de su condena lo aplastaba. Cada vez que intentaba acercarse a lo que amaba, sentía que algo lo alejaba, lo desvanecía, como si estuviera destinado a nunca poder sostener lo que más deseaba. La figura de Charlie se desvaneció de nuevo, y él no pudo hacer nada para evitarlo.
"¿Por qué?", susurró, mirando al vacío. "¿Por qué no puedo tener lo que más quiero?"
Varkael, el tejedor de destinos, apareció una vez más, su presencia era una sombra que lo observaba en silencio, esperando que la desesperación del dios de la muerte lo alcanzara por completo.
"No lo entiendes aún, Hades", dijo Varkael, su voz resonando en la vastedad del vacío. "El amor es un destino que no puedes controlar. Cada intento que hagas por cambiarlo, por alterar lo que debe ser, te llevará a la misma conclusión: la soledad."
Hades no lo miró, pero las palabras de Varkael penetraron profundamente en su ser. Sabía que era cierto. La muerte había intentado desafiar el orden natural, desafiar los hilos del destino, y había pagado el precio. Había amado, y ese amor lo había destruido.
"¿Entonces, qué debo hacer?", murmuró Hades, como si hablar consigo mismo fuera la única forma de calmar el dolor que lo consumía.
Varkael observó en silencio, pero sus ojos brillaron con una mezcla de sabiduría y dureza. "Tienes que aprender a vivir con lo que has hecho. Aceptar que no todo en el universo puede ser cambiado. A veces, el amor está destinado a ser una ilusión. Y cuando lo es, debes dejarlo ir."
El dolor de Hades era profundo. Había perdido a Charlie, a la única persona que había tocado su corazón con un amor verdadero, y ahora sabía que no podía recuperarla. La muerte no podía amar, ni ser amada, sin destruir lo que más deseaba.
"¿Qué haré ahora?", preguntó, su voz rasgada por la desesperación.
"Vivir con el conocimiento de que el amor no es tuyo para tomar", respondió Varkael, su voz llena de compasión y condena. "Cada día será una lucha, porque en el fondo, siempre buscarás lo que has perdido. Pero nunca podrás alcanzarlo."
La oscuridad a su alrededor se espesó, y Hades sintió cómo su ser se hundía más y más en la abismal soledad de su condena. Por un momento, pensó que podría rendirse, que no había nada más que pudiera hacer. Pero, en algún rincón de su alma, una chispa de algo permaneció: una idea, un pensamiento, una última esperanza.
"Entonces… ¿todo está perdido?", susurró, la esperanza titilando como una vela en la oscuridad.
Varkael, por un momento, guardó silencio. Como si estuviera evaluando la pregunta, o tal vez, el mismo destino de Hades.
"No todo está perdido", dijo, finalmente. "Pero la redención nunca será fácil para ti. Lo que debes hacer ahora es caminar en la oscuridad, aprender de la soledad, y tal vez, si algún día logras entender lo que significa realmente vivir, entonces, y solo entonces, podrás redimirte."
Hades asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras. Su viaje no había terminado. La oscuridad lo rodeaba, pero debía aprender a vivir con ella. A caminar sin la luz de Charlie, sin el consuelo del amor que había perdido, buscando algo en su condena que pudiera enseñarle a ser más que un dios de la muerte.
"Es una lección amarga," dijo Hades, con una voz baja y grave, "pero la tomaré. Y aunque duela, sé que debo seguir adelante."
Varkael desapareció en las sombras, dejando a Hades solo, en el abismo de su propia alma. Pero ahora, en su dolor, había algo más: la posibilidad de encontrar algo más allá de la desesperación. Algo que aún no comprendía, pero que, tal vez, al final de su camino, podría redimirlo.
Hades caminó hacia la oscuridad, la imagen de Charlie desvaneciéndose por completo en su mente, y con cada paso, se alejaba de lo que había perdido. No sabía adónde lo llevaría este nuevo viaje, pero estaba dispuesto a enfrentar lo que viniera, por muy doloroso que fuera. Porque, al final, el tiempo y la muerte no eran lo único que podía cambiarse. Tal vez, solo tal vez, el alma podía encontrar la paz en su condena.