El alma que nunca se fue

Capítulo 23: La Redención del Eterno

El tiempo en el abismo no fluía como en el mundo de los vivos. Para Hades, cada día parecía una eternidad, y cada noche una breve pausa en su doloroso viaje hacia la comprensión. Había caminado solo durante lo que parecían siglos, enfrentando la soledad y la desesperación con la misma fuerza con la que enfrentaba la muerte misma. El castigo que le había impuesto el destino era su compañía constante: un vacío profundo e interminable, como una herida abierta en su alma que nunca sanaba.

Al principio, Hades había luchado contra esta soledad, buscando maneras de llenar el vacío. Pero con el tiempo, algo en su interior comenzó a cambiar. Empezó a ver el mundo no como una condena, sino como una oportunidad para aprender, para entender algo más allá del amor perdido y la muerte que gobernaba su existencia. Había una lección en todo eso, aunque no la entendiera completamente al principio.

Una noche, después de caminar por lo que parecía una interminable extensión de oscuridad, Hades encontró una pequeña aldea. Era un lugar simple, lleno de casas modestas y campos verdes. Había gente que vivía allí, gente común, ajena a la presencia del dios que los observaba en silencio. Se dio cuenta de que había algo especial en ellos: aunque llevaban una vida difícil, se preocupaban unos por otros, compartían lo que tenían, y encontraban consuelo en la compañía mutua.

Se sentó a observar, desde las sombras, cómo las familias se reunían alrededor de las fogatas, cómo los niños jugaban y las parejas se abrazaban. Fue entonces cuando comenzó a entender. El amor no era solo la pasión que había conocido en Charlie, ni la desesperación que sentía por su pérdida. El amor era también la conexión, la compasión, el cuidado, la entrega desinteresada. Era el lazo entre las almas, el nexo que los seres humanos creaban entre sí para atravesar los momentos difíciles.

Hades entendió que había estado buscando algo más grande que eso: algo eterno, algo perfecto. Pero el amor real no era perfecto. No estaba exento de dolor, pero precisamente por eso era valioso. Era lo que le daba sentido a la vida, lo que hacía que incluso en la oscuridad más profunda, una chispa de esperanza pudiera encenderse.

Se acercó a la aldea, sin ser visto, y comenzó a observar más de cerca a las personas. Vio a un hombre que cuidaba a su anciana madre, a una mujer que, a pesar de sus propias dificultades, siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Vio cómo los corazones de aquellos que se amaban se curaban mutuamente, cómo los actos de bondad, por pequeños que fueran, mantenían el mundo en equilibrio.

Una tarde, mientras caminaba solo por el borde del bosque, Hades escuchó el susurro de un río cercano. Se acercó y vio a una niña pequeña llorando junto a la orilla. La niña estaba sola, perdida. Hades, en su forma humana, se acercó a ella con cuidado. La niña lo miró con ojos grandes y asustados.

"¿Estás perdida?", le preguntó suavemente.

La niña asintió, con una lágrima resbalando por su mejilla.

"Tranquila," le dijo Hades, sin pensar. "Te ayudaré a encontrar a tu familia."

La niña sonrió, aunque todavía parecía temerosa. Hades la tomó de la mano y, juntos, caminaron hasta que encontraron a su madre, que había estado buscándola desesperadamente. La mujer abrazó a su hija con fuerza, agradeciendo a Hades en un susurro.

En ese momento, Hades sintió algo que nunca había experimentado. Era la sensación de haber hecho algo bueno, algo que había ayudado a sanar a otro ser humano. El dolor en su pecho, esa herida que nunca se cerraba, se atenuó por un instante, reemplazada por una paz tranquila. No necesitaba más que esa conexión, esa sensación de ser útil, de haber hecho una diferencia en la vida de alguien.

El eco de las palabras de Varkael resonó en su mente: "Cada vez que busques una conexión, esa conexión se desvanecerá antes de que la puedas tocar." Pero ahora Hades entendía algo que antes no podía comprender: tal vez el amor no siempre consistía en tocar a alguien, en mantener a esa persona cerca para siempre. Tal vez el verdadero amor estaba en dar, en cuidar, en permitir que otros vivieran sus vidas con libertad y amor, aunque eso significara no tenerlos para siempre.

Día tras día, Hades siguió caminando, haciendo pequeñas acciones, ayudando a aquellos que encontraba en su camino. Aunque su condena no desaparecía, la comprensión de su propósito comenzó a iluminar su corazón. Ya no buscaba la perfección ni el amor eterno. En su lugar, encontró algo más valioso: la redención a través del sacrificio y la entrega desinteresada.

Finalmente, un día, mientras se sentaba en lo alto de una colina, observando el atardecer, Hades sintió una presencia a su lado. Era Varkael, quien apareció con una mirada que ya no estaba llena de juicio, sino de aceptación.

"Has aprendido, Hades," dijo Varkael, con una suavidad que nunca antes había mostrado. "Has comprendido lo que significa vivir, lo que significa redimirte. El amor no siempre es posesión, no siempre es lo que esperas. A veces, el amor es dejar ir, es aceptar el dolor, y aún así seguir adelante."

Hades, con una sonrisa triste pero sincera, asintió. "He comprendido. Y aunque el dolor siga siendo parte de mí, ya no me consume. He aprendido a vivir con él."

Varkael lo miró por un largo momento. "Entonces, puedes encontrar la paz que tanto has buscado, Hades. La redención no es la ausencia de dolor, sino la capacidad de encontrar propósito en medio de él."




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.