"El Alpha "

❤Capitulo 2 ❤

Olivia despertó con un grito ahogado desde el centro de su pecho y tardó un par de segundos en
ubicarse. Seguía estando en aquella habitación que le habían asignado. La misma en la que llevaba
encerrada desde que había llegado a aquel dichoso lugar.
El tiempo se estaba convirtiendo en una lenta agonía peor que su cautiverio al lado de Cody. Ya
apenas recordaba lo que era el aire fresco y el sonido de los pájaros. Deseaba sentir la lluvia sobre
su piel, el frío o el calor, si es que conseguía saber en qué estación estaba.
Merodeó por aquellos pocos metros cuadrados y reprimió el impulso de romper todo lo que tenía
a mano. Necesitaba salir, ya no era solo respirar el aire fresco, se trataba de más. El ser que tenía
bajo la piel picaba y reclamaba atención. Olivia se negaba a escuchar, pero la bestia se volvía más
fuerte con cada ciclo que pasaba. Era un tira y afloja entre ambas que sabía bien que no podía
evitar.
Gruñó presa de su enfado y quiso pensar en lo que la calmaba. Lamentablemente no funcionó,
Cody ya no estaba en su vida.
Había recordado su muerte cientos de veces, en busca de un resquicio de culpa. Él había muerto
en una decisión desesperada a la par que estúpida. Su vida se había desvanecido entre las manos
de Seth como si de un gorrión se tratase en las garras de un halcón.
¿Se iba a sentir mejor culpándose de su muerte? Tal vez no, pero lo necesitaba.
Sentía la imperiosa necesidad de fustigarse con su fallecimiento una y otra vez. Era algo que no
podía arrancar de su mente.
Le extrañaba, aunque de forma distinta al principio. El tiempo había provocado que ya apenas
recordara su voz. Lo que en antaño la había hecho vibrar, ahora era un leve susurro que no
alcanzaba a escuchar.
Él la estaba abandonando, de un modo inconsciente, pero lo estaba haciendo. Sus facciones ya
no eran claras; se estaban empezando a desdibujar como la pintura se diluye bajo el chorro del
agua. Todo él se estaba perdiendo y Olivia no estaba preparada para dejarlo marchar.
Suspiró dejándose caer de espaldas sobre la cama y se tapó los ojos con un brazo. A veces, en
silencio y si se concentraba, casi podía imaginarse allí, reviviendo una y otra vez todo lo que habían
llegado a vivir. Había agradecido al cielo que él fuera el cautivo de la jaula de al lado.
—Olivia, ¿estás bien? —La voz de Cody resonó lejana a pesar de que estaban a menos de dos
metros de distancia.
La joven respiraba sosegadamente. Hacía dos días que no le inyectaban aquella sustancia que
provocaba el cambio y lo agradecía. Eso la había ayudado a recuperarse. Todavía no estaba en
plena forma, pero ya había recuperado el apetito y casi podía tenerse en pie.
Después de estar muerta unos minutos habían conseguido reanimarla, una lástima porque eso
significaba que su pesadilla no iba a acabar allí. Sam había dictaminado que no se le administrarían
opiáceos hasta que el médico certificara que estuviera preparada para cambiar.
—Sé que me escuchas.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Olivia finalmente.
Giró la cabeza y se lo quedó mirando. Aquel hombre era atractivo muy a pesar de las heridas que
lucía a lo largo del pecho. Su última pelea había sido hacía menos de cuatro horas y no había
recibido atención médica.
En el poco tiempo que llevaba allí se había percatado que los reclusos no importaban demasiado.
Se les alimentaba una vez al día y se les duchaba con una manguera que apenas tenía presión
para salir caliente. Recibían las atenciones básicas para no morir y seguir peleando.
—El primer cambio es difícil, aunque ya tienes mejor aspecto.
Olivia le dedicó una sonrisa de medio lado. Aquel tipo era agradable, pero no comprendía que en
aquellos momentos únicamente buscaba soledad.
—No puedo decir que me alegre.
—Yo tampoco. Pronto te volverán a probar.
Las lágrimas golpearon las comisuras de sus ojos y logró contenerse. No podía venirse abajo
porque de todo aquello dependía la vida de Leah. Ella valía más que cualquier sufrimiento e iba a
tratar de soportar todo lo que el mundo le tirara sobre los hombros.
—No quiero cambiar —gimoteó aterrorizada.
—Ojalá pudiera ayudarte. Me cambiaría por ti si pudiera.
Su voz hizo que cerrara los ojos y se centrara en sus palabras. Él era dulce y agradable, unas
cualidades escasas en aquel lugar. No sabía el tiempo que iba a durar su cautiverio, pero algo le
hizo desear que siguiera siendo a su lado. Sentirse “algo” protegida era halagador.
—No tienes por qué preocuparte por mí.
Cody asintió, se sentó en el suelo y removió las manos como llevaba haciendo un largo rato. Fue
en ese momento en el que se percató que, entre sus manos, llevaba una especie de trapo
envolviendo algo.
—Tendrías que acercarte un poco —susurró él.
Olivia negó la cabeza.
El bufó levemente, un sonido que se entremezcló con su lobo interior y provocó que tuviera un
leve escalofrío solo de sentirlo.
—Es chocolate. Me lo dieron una vez cuando recibí una de mis peores palizas —explicó
sonriente.
Fue en ese momento en el que se percató de sus ojos, eran de un color suave que no pudo
vislumbrar bajo aquellas luces tenues. Su mirada era intensa y cálida a la vez provocando que
sintiera el deseo de sentirse abrazada.
—Me comí un trozo y descubrí que nos ayuda un poco en el cambio. Tenía guardado lo que me
quedó para una urgencia, pero te hace falta más a ti que a mí.
—¿Y eso por qué? —preguntó Olivia.
Cody sonrió, ambos sabían la respuesta, pero el cuerpo de ella se estaba relajando con su voz.
Era casi como un cántico suave que la instaba a relajarse.
—Debes superar el cambio y pelear, de lo contrario te desecharán como un coche viejo.
La crudeza de sus palabras la privaron de aire unos segundos. Trató de contener la respiración y
el miedo provocó un nudo en su garganta. Fue justo en ese momento que las palabras de aliento de
Cody la relajaron. Finalmente logró contener el aire en sus pulmones unos segundos antes de
dejarlos ir de forma pausada.
—¿Cuánto llevas aquí? —Olivia no estuvo segura de querer saber la respuesta.
Cody se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? He perdido la cuenta. Llevo setenta y ocho peleas, supongo que es mucho
tiempo.
Y tanto que lo era.
—¿A quién proteges?
—A Alma, mi mujer.
El corazón se le encogió al instante. Quedó levemente paralizada antes de poder siquiera
parpadear. Él protegía a su esposa y aquello dolía. Estaba entregando su vida por amor y eso hizo
que quisiera gritarle al mundo lo injusto que era aquel momento.
—Lo siento.
Fue lo único capaz de decir con concordancia.
Cody ladeó una media sonrisa.
—No importa. Lo soportaré.
Olivia sintió rabia al verle con esa actitud, se había resignado a su cautiverio y al estilo de vida
que eso conllevaba. No quiso seguir contemplándolo y cerró los ojos fuertemente. No podía estar el
resto de sus días allí, no lo deseaba.
—¿Cómo os captaron? —preguntó Olivia aún con los ojos cerrados.
Rápidamente alzó una mano y negó con un dedo.
—Olvídalo, no quiero saberlo.
Seguramente su historia se parecía a la de ella y Leah o no, el resultado era el mismo: estaban
allí encerrados para pelear a muerte con gente que pagaba para enfrentarse a un lobo.
—Yo encontré a Sam. Habíamos abalado a sus padres con la compra de una parcela y no habían
pagado, al final el banco nos lo quitó todo. Estábamos desesperados. Y luego acabé aquí
encerrado.
El silencio les abrazó unos segundos.
—Cuando hablo con ella la escucho feliz. Cree que estoy trabajando en el extranjero y que, en
cuanto pueda, reuniré el dinero suficiente como para ir a verla. Por el momento me cree.
El dolor de su corazón fue tan grande que no pudo más que llevarse las manos al pecho y
apretar. Olivia no sintió alivio al hacerlo, pero mantuvo las manos apretadas unos minutos más.
Aquel tal Sam era una bestia sin sentimientos que se aprovechaba de las desgracias ajenas.
—Estira un poco el brazo, creo que puedo llegar —le pidió Cody.
Olivia obedeció sin tener muy claro los porqués.
Al momento sintió como le cedía su preciado trozo de chocolate entre sus dedos. El contacto fue
ínfimo, pero lo suficiente como para encender su corazón. Aquel hombre la estaba cuidando muy a
pesar de que no la conocía.
—¿Has visto desechar a muchos? —preguntó Olivia.
Cody asintió.
—Al último que ocupó tu jaula lo sacaron con una grúa después de una semana en el ring
descomponiéndose. Estaba tan hinchado que ya apenas se podía reconocer.
Olivia sintió la bilis subir por su garganta capaz de quemarla viva por dentro.
—Te lo compensaré —contestó levantando un poco la mano para referirse a la ofrenda que él le
había dado.
—Sobrevive en el ring, esa será mi recompensa.
Olivia regresó a la realidad entre lágrimas y jadeos. Cada vez que lo recordaba resultaba más
doloroso. Fue en ese momento en el que se alzó como un resorte y cogió el escritorio de su
habitación. Dejó de pensar y actuó, lo lanzó contra la ventana y esta se quebró en mil pedazos.
El aire golpeó sus mejillas.
Todos decían que ahora era libre, pero no era más que una burda mentira. Era cautiva de su
propio cuerpo y de un grupo de personas que decían llamarse manada. No había cambiado su
confinamiento, solo sus captores.




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