"El Alpha "

❤Capitulo 8❤

—¡Olivia, estás preciosa! —exclamó Ellin viéndola bajar por las escaleras.
Ella negó con la cabeza, no lo era, pero aceptaba el cumplido. Sabía bien que la hermana de
Lachlan buscaba hacerla sentir mejor y lo agradecía, al menos era la primera que la dejaba tomar
aire fresco.
—Veo que al final no has elegido el vestido —comentó la loba.
—Me siento mejor con pantalón.
“Para salir corriendo de ser necesario”, pensó Olivia.
No quería decírselo en voz alta ya que ella estaba siendo muy amable, no deseaba ser grosera.
Tenía un nudo en el estómago, salir era su máximo deseo y, a su vez, su mayor temor. No iba a
los brazos seguros de Leah sino a una fiesta donde todos serian desconocidos, pero, a su vez,
todos sabrían quién era ella.
—Perfecto.
Ellin sonrió y Olivia se fijó en el precioso vestido beige que llevaba. Aquella mujer era elegante de
una forma que le salía completamente natural, era hermosa.
La loba abrió la puerta y miró atrás buscándola. Por suerte fue paciente con ella, ya que no la
atosigó para salir. Esperó unos segundos hasta que hizo un pequeño carraspeo, nada fuerte, todo
de forma muy ligera.
Olivia respiró profundamente y la siguió. Una vez atravesó el marco supo que ya no había marcha
atrás, acababa de iniciar un viaje distinto al de todos aquellos meses. La hermana de Lachlan
deseaba cambiar la estrategia de tenerla en una burbuja a exponerla a toda la manada.
—Si sigues así vas a comenzar a hiperventilar, debes tratar de relajarte.
La voz de Ellin la atrajo de nuevo a la realidad; parpadeó tratando de mantener el contacto visual
a la vez que pensaba en lo ocurrido y trató de relajarse.
—Creo que Lachlan va a enfadarse por esto.
—¿Y eso que importa? A veces hay que saltarse las normas. ¿Nunca lo has hecho?
Por supuesto que sí, pero las consecuencias habían sido letales.
Los recuerdos se agolparon en su cabeza y fue incapaz de retenerlos, la asolaron haciéndole
revivir aquello por lo que había luchado por liberar. Casi sentía que nunca iba a ser capaz de
librarse de ese lastre que había sido su cautiverio.
—¡Entra en la jaula! —gritó uno de los guardas que la había arrastrado desde el ring.
—¡Que te follen! —gruñó ella.
Las heridas ardían de tal forma que deseaba que quitaran las manos sobre su piel. Sabía que
entrando eso iba a ocurrir, pero no iba a rendirse.
Ya no sabía los días que llevaba ahí, ya apenas recordaba a Leah salvo algún resquicio de su
voz. No había nada por lo que seguir viviendo, aquello no era vida y no había indicio de que fuera a
cambiar a mejor.
—Olivia, entra, por favor —suplicó Cody.
Él siempre la calmaba, siempre había conseguido que ella hiciera cuanto quisiera. Era su piedra
en ese angosto mar. No obstante, aquel día había despertado con el deseo de desobedecer y nadie
iba a arrebatarle eso.
Furiosa lanzó un cabezazo a uno de los guardias que la trataban de enjaular, el hombre aulló
terriblemente y se llevó las manos a la cabeza a causa del dolor. Eso provocó algo que hasta ese
momento había ocurrido. Siempre siendo sumisa y no había sentido aquella experiencia.
Escuchó el sonido de la táser y, tras unas punzadas en su piel, una corriente eléctrica la atravesó
de forma tan fugaz y dolorosa que únicamente pudo gritar. Aquel ataque acentuó el dolor de sus
heridas y, lo que es peor, la enfureció todavía más.
Se llevó las manos a la base del cuello y se arrancó los dos punzones de la pistola. Una segunda
descarga la atravesó, pero el dolor ya no fue tan intenso y únicamente consiguió que su ira fuera en
aumento.
Sonrió, sabiendo por el gesto del guardia, que su loba se había mostrado. Ella, la que odiaba por
el dolor que le causaba, aunque al mismo tiempo la protegía, ahora estaba de su lado y casi podía
imaginar en controlarla.
—Vamos, hazlo otra vez. —Lo instó.
Sabía que no era buena idea.
Sencillamente se había cansado de aguantar los golpes del destino y había decidido plantar cara
al vendaval.
—¡Entra en la puta jaula!
Olivia sintió como sus caninos se alargaban, no tenía fuerzas para convertirse de nuevo, pero
podía usarlos para defenderse.
—No —contestó tajantemente.
El guardia al que había golpeado se alejó corriendo de allí. Olivia, de reojo, miró atrás y vio que
traían a la loba con la que la entrenaban. La usaban a ella para que aprendiera a transformarse, la
instaban a golpearla hasta el borde de la muerte para que su loba interior tomara el control de la
situación.
El guardia la tomó de la nuca y la apuntó con su arma en la cabeza. Ya no era la táser; el tono de
la conversación se había elevado.
—Entra en la jaula, perra, o me cargo a esta.
Olivia estaba en un mal día, en uno en el que creía que los lobos de aquel sótano eran
indispensables. Que a pesar de las palizas velaban por su vida.
Con todo el valor que cabía en su pecho negó con la cabeza como única señal negativa a las
órdenes recibidas.
El disparo la dejó sin aliento. La bala atravesó la cabeza de la loba provocando que se
desplomara a peso muerto contra el suelo. Sus sesos se esparcían por todos lados y la sangre
salpicó la pared más cercana.
Había muerto por su culpa.
Una mujer había fallecido por comportarse como una niña pequeña.
Aprovechando el shock la metieron a empujones en la jaula. Ya no hubo palabras de consuelo
algunas; había arrebatado una vida sin necesidad de apretar el gatillo.
Y esa noche se enroscó sobre su manta hecha girones y lloró como si el mundo fuera a inundarse
por el camino.
—Olivia, ¿todo bien? —Ellin la regresó a la realidad nuevamente.
—Sí, estaba recordando algo —contestó tratando de despejar su mente.
Ellin rodeó su cintura con un brazo y la apretó contra ella, la loba era muy fuerte, tanto que la hizo
sentirse débil a pesar de todo lo que la habían entrenado.
—Estás a salvo, grandota. No voy a dejar que te pase nada.
—¿Grandota?
Ella rio.
—A mis niños les llamo peques, no cabes en esa categoría.
Olivia asintió aceptando el apodo cariñoso.
—¿Estás casada?
Ellin asintió enérgicamente y sus ojos se iluminaron de ilusión al instante.
—Mi marido Howard es un lobo un poco obtuso, pero es el amor de mi vida. Y tengo dos hijos,
niño y niña que son mis ojos queridos, mis luces.
Ese sentimiento que transmitió fue tan hermoso que sintió que su corazón se derretía. Eso,
seguramente, era lo que Leah sentía al tener a Dominick y Camile en su vida. Debía ser hermoso
tener una familia, algo que ella jamás había tenido salvo la compañía de Leah.
Justo por ese motivo deseaba volver a tener a su hermana cerca, porque era lo único parecido a
ese sentimiento que los demás sentían y no podía alcanzar. En su corazón existía el temor de no
ser amada jamás, tal vez no se lo merecía.
—Entonces no deberías perder el tiempo conmigo.
La loba se detuvo en seco y la mirada que le dedicó la dejó helada; tuvo la sensación de que
acababa de pisar una mina y que iba a detonar al menor movimiento.
—No lo estoy perdiendo, eres de los nuestros y necesitabas compañía. Mi familia puede
sobrevivir sin mí unas horas.
Olivia asintió aceptando que aquella familia era toda igual. No podía ganarlos en lo que a
cabezonería se refería y era divertido. Siempre había creído que la persona más obtusa del mundo
era Leah, pero ahora conocía unos cuantos más que podrían competir con ella directamente.
Caminar por aquellas calles en el atardecer hizo que se vieran hermosas, con ese color
anaranjado bañando las casas y los jardines impolutamente cuidados. Aquel lugar estaba
pulcramente atendido que parecía casi idílico.
No obstante, algo hizo que su humor cambiase al instante. Los primeros pasos en el exterior
habían sido al lado de Ellin, con calma y sin preocuparse en lo que ocurriría cuando el resto de
lobos la viesen. Y, ¡oh si lo hicieron!, salieron de sus casas para mirarla con auténtico estupor.
Todos sabían quién era y lo que le había pasado.
No pudo evitarlo y se detuvo a contemplar una pareja de mediana edad que la miraba sin apenas
parpadear desde el porche de su casa. Olivia gruñó fuertemente antes de que Ellin le diera un ligero
tirón en el brazo.
—Eso no es propio de una señorita —le chistó.
A Olivia no le importó. Odiaba ese gesto de lástima con la que posaban su vista sobre ella. No era
una muñeca desvalida y no necesitaba ese sentimiento.
—No quiero que me miren así —respondió lentamente, como mordiendo las palabras.
—No puedes evitarlo, todos sienten enormemente lo que has vivido —contestó Ellin con
contundencia.
La híbrida la miró molesta y ésta se encogió de hombros.
—Eres la primera hembra que rescatamos en esas condiciones. Siempre han obrevivido los
machos, pero vosotras soléis morir antes del rescate. Es una sorpresa para todos y una bendición
tenerte entre nosotros. Todos sienten lo ocurrido y ese hombre que te mira no es más que un
excautivo de un juego similar al de tu captor. Él sobrevivió casi seis años bajo esas peleas clandestinas.
Justo en ese momento se sintió la peor persona del mundo. El pobre hombre había sobrevivido a
algo mucho más terrible que su secuestro.
—Lo siento mucho —se disculpó abochornada.
El lobo sonrió y restó importancia agitando una mano.
—Es normal todo lo que sientes. Tómate tu tiempo.
Su voz fue tan dulce como una caricia, casi un bálsamo para las heridas de su alma. Al fin y al
cabo, que él estuviera bien significaba que, tal vez, había luz al final del túnel. Que podía mejorar y
sentirse algo mejor.
Algún día, posiblemente.
Ellin la instó a seguir caminando y lo hizo sin rechistar. Los ojos sobre ella ya no molestaban tanto
y en parte era porque muchos querían su recuperación. Se habían jugado la vida al ir a rescatarlos
a cambio de nada.
—¿Habrá mucha gente en la fiesta? —preguntó algo temblorosa.
—Corriendo la voz de que vas seguramente se presente casi todo el mundo, pero no debe
afectarte. Vas a demostrarles que eres fuerte, que estás mejor y que puedes salir al mundo sin
miedo a nada.
Aquella mujer se estaba convirtiendo en su nueva heroína, tan fuerte y capaz de todo que casi
comenzaba a verla invencible.
—Aunque, si no te ves capaz podemos volver a casa.
Olivia negó con la cabeza fervientemente.
—Eso jamás. Quería salir y estoy fuera, ahora vamos a ver si puedo con esto.
La sonrisa de orgullo que lució Ellin la llenó de fuerza para aguantar lo que fuera.
El camino hasta el local fue lento y muchos lobos se unieron, algunos se presentaron y otros
simplemente asintieron con la cabeza a modo de saludo. Sorprendentemente, todos mostraban su
alegría por tenerla allí y eso le costaba de entender. Era una desconocida en aquel lugar y no
importaba, la habían aceptado como si hubiera nacido en aquella misma calle.
—Esto es extraño… —susurró Olivia mirando a su alrededor.
—Es una manada, querida. Somos así.
Aquel término sonaba tan ilógico, pero al mismo tiempo cercano, como si ella pudiera formar
parte de una comunidad. En el mundo había estado sola y solo conocía el calor del amor de Leah,
no obstante, ella estaba con los Devoradores y, para ser sinceros, no encajaba allí.
No podía ser una carga para su hermana.
Giraron la calle a la derecha y se topó de bruces con una plaza grande iluminada con decenas de
farolillos. Era un lugar idílico, totalmente rectangular, haciendo que las casas rodearan aquel lugar.
La arquitectura era antigua, los arcos que había bajo cada balcón hacía que hubiera un pequeño
refugio bajo cada hogar.
Olivia elevó la mirada y vio la gran carpa que tapaba parte de la plaza, de un blanco impoluto. Era
casi romántico. A sus pies había un escenario donde los músicos se daban prisa en acabar de
montar su número.
Bajo los arcos habían colocado muchas mesas, todas adornadas con una vela que hacía aquello
todavía más acogedor. El lugar era hermoso y lo habían preparado para serlo, algo único e
irrepetible.
Lo más curioso fue la temática elegida: la de un hospital. Todo estaba adornado de forma que
parecía que estaban pasando consulta con algún doctor. Las camillas que hacían de mesas y los
biombos que las separaban le provocó una sonrisa. Era una temática original y extraña para una
fiesta.
Aunque, lo peor era que estaba atestado de gente y muchos habían comenzado a cuchichear
sobre su llegada.
—Así pues, esta es la hermosa Olivia. 




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