"El Alpha "

❤Capitulo 22 ❤

Seis meses después de la desaparición de Dominick.

 

Olivia se levantó cuando el despertador sonó. Lo paró y se metió en la ducha como cada mañana.
Cuando estuvo vestida bajó al piso de abajo en busca de un café bien cargado.
Habían pasado muchas cosas en ese medio año. Ahora ella tenía casa propia en la manada y
estaba junto a Luke aprendiendo a patrullar para proteger las tierras de aquellos lobos que habían
decidido darle cobijo.
Luke había vuelto al día siguiente de la base con los ánimos totalmente por los suelos, Ryan le
había dicho que podían ser amigos, pero que no estaba interesado de la forma que él esperaba.
Obviamente, lo había aceptado, pero había dolido más que nada.
Ella se había independizado de Lachlan a las pocas semanas. Su relación pasó de estar caliente
como el infierno a frío como el Ártico. Habían tenido una dura conversación en la que le había
dejado claro que no quería saber nada de ella en los tres meses que quedaban de celo. Que no
quería aprovecharse de la situación y que su cargo como Alfa pasaría a votación.
Se había saltado un principio clave de su manada y muchos lobos se enfadaron al saberlo. Por
suerte, en las votaciones salió que podía seguir siendo el Alfa. A ella no le hubiera gustado que
hubiera perdido el puesto.
¿Qué ocurrió a los tres meses cuando el celo pasó?
Salvo que Lachlan ordenó retirar la guardia que tenía puesta en la puerta día y noche, nada.
Siguieron viéndose a distancia y mediando un triste hola y adiós si se cruzaban en la calle.
Todo había cambiado demasiado.
Miró el móvil y marcó el número de Leah. Como no podía ser de otra forma, saltó el contestador y
provocó un suspiro de dolor en la loba.
No había vuelto a saber de ella desde ese momento tan terrible en el hospital. Incluso había ido a
suplicar en la puerta de la base que la dejasen verla y no se lo permitieron. Leah había ordenado
explícitamente que tenía prohibida la entrada.
Y los Devoradores habían respetado esa decisión a regañadientes.
Tomó una manzana y la lavó. Se la comió a mordiscos mientras también se calzaba, se ponía la
chaqueta y se dirigía hacia la casa de Luke.
El lobo pelirrojo estaba en la puerta de su casa mirando el reloj. Apenas se retrasaba dos minutos
de la hora acordada, pero sabía bien que eso iba a provocar que la castigasen con una serie de
sentadillas antes de comenzar a trabajar.
—Llegas tarde —inquirió.
Ella asintió.
—¿Vas a patearme el culo por ello?
—Algún día. Hoy me has pillado de buen humor.
Siempre estaba de buen humor o eso fingía para evitar que el resto se compadeciese de su vida.
Había sido el mecanismo de defensa para sobrevivir a todo aquello.
Vieron pasar a Aurah junto a una loba despampanante en dirección a casa de Lachlan. Todos se
saludaron y siguieron su camino.
No era nada oficial, pero los rumores decían que era la novia del Alfa. Que había sido la forma de
borrarla de su piel.
Ojalá ella pudiera hacerlo de esa forma tan fácil, él seguía en su corazón a pesar de lo mucho
que se regañaba a solas. Con el paso del tiempo se había dado cuenta que se había enamorado
del estúpido lobo y que había perdido el corazón, nuevamente, en una relación que no había
llegado a nada.
Con Cody no había tenido ocasión de amar por su muerte prematura y con Lachlan no la habían
dejado. Él la había rechazado mucho antes de poder decirlo en voz alta, así no había hecho falta
desdecirse.
—¿Todo bien? —preguntó Luke.
Él la miró y supo que la comprendía. Olivia hizo una mueca a modo de respuesta. No sabía bien
qué contestar a eso.
Luke la rodeó con su brazo y la apretó contra su cuerpo. Apoyó la barbilla en su cabeza después
de depositarle un casto beso en la coronilla.
—Tranquila, ya llegará el adecuado y podrás olvidarlo.
—¿Cómo tú al Devorador?
La separó y se abrió de brazos.
—Por supuesto. No podemos quedarnos como dos viudas afligidas mientras otros pasan página.
Vamos a ser felices, eso debe convertirse en la mayor meta de nuestras metas.
Olivia asintió, tenía toda la razón. Él si sabía cómo animarla cuando hacía falta y lo agradeció
enormemente.
—No sonrías tanto, a la que lleguemos al claro del bosque quiero quince sentadillas.
Ella hizo un pequeño mohín.
—No todo podía ser bonito.
                                                               ***
Las puertas de la base se abrieron dejando pasar a Aimee. Pixie bajó a toda prisa para darle la
bienvenida. Había estado fuera cerca de diez días buscando la nueva base de Seth. El dichoso dios
parecía haberse evaporado junto a todos sus lacayos y estaba siendo imposible encontrarle.
—Vienes con las manos vacías —dijo Pixie.
—Muy a mi pesar —gruñó cansada.
Pixie hizo una señal para que cerrasen la puerta y corrió al lado de Aimee. Ella caminaba muy
rápido y costaba seguirle el ritmo.
—¿Todo bien por aquí?
—Más o menos igual que siempre excepto por el parto de Andrea. Casi tuvieron que asistirla en
medio del jardín totalmente dilatada y con un Keylan fuera de control.
Rio.
Aquel Devorador había sido la mano derecha de Dominick. Un hombre peligroso si se tocaban las
teclas adecuadas, pero que con Andrea era un tierno corderito.
—¿Y el bebé?
—Completamente sano. —Sonrió satisfecha—. Jack pronto podrá jugar con su hermano Thomas.
Aimee puso los ojos en blanco. Ese nombre traía recuerdos a su mente tan sombríos como el
mismísimo Infierno, pero prefirió tomarlo como excusa para cambiar. Ahora ese nombre haría que
se acordase de un pequeño adorable y dulce.
—¿Dane bien?
—Sí, hemos tenido unas mini vacaciones donde no hemos parado de disfrutar.
La diosa enarcó una ceja.
—No solo de ese modo, también hemos viajado y hemos ido a un par de Spas. Ojalá la vida
siempre pudiera ser así.
Pero no lo era. Se había convertido en negra, oscura y peligrosa. Y con Seth sobrevolando sus
cabezas no sabían qué día podía ser el último antes de que la guerra estallara.
—¿Qué me dices de Nick?
—Esperando noticias de otras bases y de merodeadores que envió a tu partida. Como todos
traigan la misma información que tú se va a desanimar.
Era algo que debía soportar. El dios no era de los que se ponía en medio de una plaza a gritar
que iba a ser el próximo destructor del mundo.
—¿Leah y Doc? —preguntó queriéndose poner al día de todo en pocos minutos.
—Cada día entrenan más. Camile pasa mucho tiempo con Hannah y Brie mientras ambos se
entrenan como leones. Le he visto heridas tan grandes que no sé cómo nadie le para los pies a ese
doctor. Va a matarla en un entrenamiento si sigue siendo tan duro.
Nadie podía detenerle, no cuando Leah había tomado la decisión de ser la mujer más feroz del
planeta.
Dados los meses que hacía que Dominick había desaparecido, toda esperanza se había
evaporado. La muerte del exlíder era un secreto a voces que nadie se atrevía a decir en voz alta en
presencia de la viuda.
Y Leah se había propuesto vengar al amor de su vida. Estaba convencida de acabar con el dios o
con tantos espectros como fuera posible. Era muy loable, pero mucho se temía que la ayuda de una
humana no iba a ser suficiente con lo que se les venía encima.
—¿Y Chase?
Pixie sonrió maliciosamente.
—Nos lo llevemos de fiesta una noche y no nos pudo seguir el ritmo. Acabó dormido sobre una
mesa mientras Hannah y Brie cantaban a pleno pulmón en el Karaoke.
Sonrió al imaginarse al gran Devorador doblado por una combinación de cansancio y alcohol. No
era propio de alguien tan serio como él.
—¿Y el novato?
—Ryan sigue en su línea. Entrena, trabaja y duerme. Hemos tratado de sacarlo de esa rutina,
pero nos ha sido imposible. No sé qué más podemos hacer con él.
Aimee asintió muy atenta a las palabras de Pixie.
—Imagino que no ha habido nuevos ataques ni aquí ni en la manada.
Asintió.
—Nada de nada. Calma absoluta —respondió.
Eso podía ser bueno o todo lo contrario. No se atrevió a vaticinar cuándo sería el día decisivo.
Puede que faltaran meses, años, décadas… Como podían faltar horas. Nadie podía prever el
siguiente movimiento del dios. Ni siquiera ella misma.
Pixie se despidió y se marchó a su casa. Había acabado su turno e iba a descansar, cosa muy
merecida. Conocía bien a la híbrida y no solo porque la hubiera tocado, sabía bien lo duro y en serio
que se tomaba su trabajo.
Aimee fue hacia el edificio de mujeres. Necesitaba ducharse y quitarse el olor que se había
pegado a su piel. El viaje no había sido tan agradable como podía parecer en un principio. Había
visitado los bajos fondos de Australia en busca de alguien que tuviera una pista de Seth.
El no encontrar ni rastro no le había gustado nada.
Estaba llegando al edificio cuando vislumbró los cabellos rubios de uno de los Devoradores
mencionados anteriormente. Este, al verla, fue en su busca.
Aimee agradeció que no fuera Nick, porque así tardaría un poco más en decirle que no había
encontrado ni a Seth, ni a los espectros. Necesitaba una ducha antes de poder encarar algo
semejante.
—¿Me has visto o te han llamado los de la garita de la entrada?
Chase sonrió chivándose así de sus compañeros. Alguno de ellos le había avisado de su regreso
y él había corrido a verla.
—Siento decepcionarte, pero vengo con las manos vacías y eso que me he trabajado bien los
interrogatorios.
No iba a dar detalles de las torturas que había realizado para obtener ese tipo de información.
Nadie tenía que saber lo que era capaz de hacer buscando a ese gusano.
Ya no quedaba marca sobre su cuerpo que mostrara las torturas a las que había sido sometida,
pero en su memoria no iba a desaparecer jamás el recuerdo. Si se concentraba casi podía sentir el
cuchillo oxidado que había empleado para cortarle sus tan preciadas alas.
—Tranquila, has hecho todo lo posible.
La voz del Devorador la atrajo de vuelta a la realidad. Parpadeó mirándolo con detenimiento y se
fijó en la vena que palpitaba en su cuello.
Sin poder evitarlo notó el hambre golpear con fuerza, sus colmillos se alargaron y cerró la boca
tratando de no descubrirse. No quería que creyera que lo veía como a un jugoso solomillo al que
morder.
—¿Algo importante que deba saber?
Chase negó con la cabeza.
—En ese caso me voy a tomar una merecidísima ducha. La necesito antes de tener la reunión
con Nick.
Y se metió en el edificio, pero antes de cruzar la puerta se detuvo y le dedicó una última mirada a
aquel hombre:
—Me alegro de verte.
Él sonrió y asintió.
—Yo también.




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