"El Alpha "

❤Capitulo 29❤

Aimee llegó ante Seth. Estaba rodeado por cientos de Devoradores y no hacía gesto alguno de
importarle. En cambio, al verla, reaccionó sonriendo y haciendo una leve reverencia. Ella no pudo
más que fruncir el ceño tratando de comprender lo que estaba sucediendo.
—Queridita Aimee, ¿podrías hacer el gran favor de adelantarte un poco para que te pueda ver?
No lo hizo por obedecerle sino porque no tenía más opciones. O lo hacía o sabía bien que él iba a
encargarse de que sucediera.
Los Devoradores le abrieron paso y se colocó a un par de metros de distancia del dios.
—¿A qué has venido?
—A verte. Tienes toda mi atención.
La diosa no comprendía nada. Aquel hombre acababa de perder el juicio delante de toda su raza.
Tras él, ella pudo reconocer el rostro de Chase. No miró hacia allí para que Seth no notara que no
le estaba prestando la atención adecuada. No quería que fuera hacia el Devorador dispuesto a
matarlo solo por una mirada.
—¿Qué podrías querer de mí? —preguntó.
Dos grandes raíces de árbol surgieron del suelo y ella se alejó rápidamente evitando que la
alcanzaran. Materializó una de sus grandes espadas, cortándolas a la mitad en el siguiente ataque.
Un par de Devoradores controladores del fuego las quemaron reduciéndolas a cenizas.
Una gran barrera cayó alrededor de Aimee y ella no pudo más que negar con horror. Chase no
podía defenderla o se iba a convertir en el objetivo principal de su enemigo.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Pero a quién tenemos aquí?
La voz de Seth mostró diversión, estaba disfrutando con todo aquello.
Caminó hasta Aimee y algunos de los presentes se lanzaron a atacarlo. Él los lanzó por los aires
con un ligero movimiento de mano y dejó caer sobre ellos una barrera que se cerró en el suelo.
Quedaron encerrados en algo más fuerte y blindado que el mejor hierro humano.
El dios acarició la barrera que Chase había montado sobre su objetivo y la empujó levemente. La
risa que soltó a continuación hizo que todos sus cabellos se erizasen.
—Chase siempre es tan previsible. ¿Cuántas veces has tratado de proteger a alguien con esta
magia barata?
El Devorador no cayó en provocaciones, se mantuvo firme y no medió palabra alguna. Aimee
agradeció al cielo que lo hiciera.
—Voy a enseñarte lo que es un buen escudo.
Colocó la palma de la mano sobre el de Chase y al cerrarla se quebró en mil pedazos provocando
que Chase gritara y se encogiera de dolor. Era un ataque directo hacia él y tuvieron que sujetarlo
para evitar que chocara contra el suelo.
Aimee tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse impasible y no reaccionar.
Había querido gritar y blasfemar, pero se contuvo. No podía mostrar debilidades ante alguien como
él, que sabía aprovecharlas al máximo.
Ella era su objetivo, pero no comprendía los motivos.
—Tenemos que hablar, querida.
—Tú dirás —lo instó a darse prisa.
Él miró a todos los presentes.
—¿Nadie se preguntó por qué os dejaba un precioso premio en aquel sótano? Era una obra de
arte exquisita.
Seth contempló a Doc unos segundos. Él estaba tratando de tirar abajo el escudo como tantos
otros Devoradores.
No había nada que hacer, la magia de aquel ser era mucho mayor que la de todos los
Devoradores presentes.
—¡Tú sí te lo preguntaste! —exclamó Seth señalando a doctor—. Pero no diste con la explicación
adecuada.
El dios caminó en círculos buscando a los Devoradores que más le interesaban y sonrió al
tenerlos a casi todos allí.
—La verdad, Doc, que debo decir que prometes mucho. Estás en mi lista de favoritos y escalando
puntos.
Hizo un leve movimiento de mano y mostró una imagen de Leah reflejada en el aire, durante unos
angustiosos segundos. No se la veía herida, pero tampoco podían saber si era algo reciente o ya
había fallecido.
—Comprendo por qué te quería tanto la humana. Eres fuerte, capaz y pasas desapercibido entre
los demás. Estás bajo el radar y tratas de no llamar la atención, pero he sabido verte y me pareces
un candidato perfecto para mi ejército. ¿Qué me dices?
—Que cambies de graduación de gafas porque te estás quedando miope.
No hubo rastro de enfado en el rostro de Seth. Siguió luciendo una sonrisa ganadora y eso
resultaba perturbador.
—¿Os ha contado la historia de Douglas?
Su atención cayó en un nuevo Devorador: Nick. Asintió al verlo y se acercó todo lo que pudo a él.
—Apuesto que a ti sí. Sabía que te morías por tener cerca a un dios y usé a una para llegar hasta
ti.
Aimee contuvo la respiración. Comenzaba a creer que había sido un peón y eso no era buena
señal. No había visto venir el posible juego que Seth había montado alrededor.
Había tomado los Devoradores principales de aquella base y había montado un plan para
hacerles caer a todos. No lo había visto venir, pero tampoco ahora lo hacía. Solo esperaba ser
capaz de poder contenerle. 

 

Todos los espectros corrían arriba y abajo. Leah podía sentirlos alborotados y eso no era buena
señal. Ellos gritaban, gruñían y se comunicaban entre ellos. Los vio correr ante su jaula yendo,
viniendo y cargando armas.
Su corazón se detuvo en seco. Estaban atacando la base.
De entre todos los que pasaron pudo reconocer al espectro que había estado cuidando de ella.
Leah corrió a la puerta y gritó.
—¡Eh, tú! ¿Qué está pasando?
Él se detuvo y caminó lentamente hasta quedar ante ella. Era una de esas bestias al son de su
señor, pero al mismo tiempo era diferente a todos.
—Tú ya lo sabes —contestó.
Su voz sonó irreal, como una mezcla de voces en su garganta. Fue tan espectral que todas las
alarmas de su cuerpo saltaron, era peligroso y debía alejarse. De todas formas, ¿a dónde? Era
prisionera en una jaula de dos metros por dos metros de largo.
—Esa gente son lo que fuisteis una vez. No merecen morir.
Un par de espectros le golpearon el hombro instándole a moverse. Finalmente, gruñó y nadie más
volvió a intentarlo. Dudó mirando a sus compañeros, es como si una parte de él tirara de su cuerpo
y otra lo mantuviera inmóvil.
Esa era la llamada de su amo. Los controlaba a placer, aunque con este en particular había una
leve resistencia.
—Lo sé —confesó.
—¿Y por qué lo haces? ¿No podéis plantarle cara a Seth?
Pronunciar su nombre hizo que muchos profesaran un chillido estridente que provocó que se
tapase los oídos. Había sido doloroso y recordaría no decir su nombre nunca jamás. Les alteraba
volviéndolos más inestables.
—Debo hacer lo que me dice.
Él seguía allí, inmóvil, luchando contra su dueño como sabiendo que lo que hacía estaba mal. Era
loable.
—Por favor, son la gente a la que quiero.
—Si no lo hago habrá consecuencias.
Leah cabeceó un poco sobre eso.
—¿Cuáles? ¿Morir? ¿No es eso lo que buscáis todos? ¿Libraros de ese hombre y descansar en
paz?
Casi pudo ser capaz de verle sonreír. La luz era tenue, pero mostraba rasgos de su rostro aún sin
pudrirse como lucían otros. No estaba tan consumido por el lado oscuro como muchos de sus
compañeros.
—Mi vida dejó de importarme hace mucho —confesó el espectro.
—¿Y qué es lo que temes?
El Devorador se aferró con los puños a los barrotes de su jaula. Instintivamente, Leah retrocedió
unos pasos a modo de protección ya que pudo sentir la rabia que burbujeaba en las venas de aquel
ser.—
Te matará si no hago lo que digo.
La sorpresa la golpeó fuertemente. No esperaba que alguien pudiera preocuparse en aquel lugar.
Recortó la distancia que los separaba y depositó sus manos sobre las oscuras del espectro. Este
no se retiró, tampoco gruñó o la atacó. Siguió allí, inmóvil, con la mirada fija en ella. Nunca antes lo
había tenido tan cerca.
Se atrevió a mirarlo al rostro y frunció el ceño como si le resultase familiar.
Con cautela, subió las manos a su cara y acunó su rostro como si sus manos fueran capaces de
reconocer al ser que tenía ante sí. Él había sufrido cambios en su aspecto recientemente, pero era
inconfundible. Era irrepetible y lo había tocado tantas veces que lo recordaba centímetro a
centímetro.
—¿Dominick? —preguntó al borde de las lágrimas.
Cuando lo vio asentir su corazón se rompió en mil pedazos. Allí estaba la persona que amaba, de
una forma que no esperaba.
—¿Cómo es posible? —lloró desgarradoramente.
Él alargó el brazo y acarició su barbilla. Leah cerró los ojos dejando que las lágrimas manchasen
su rostro. No podía ser, aquel no podía ser su final. Se negaba a aceptar que el destino fuese tan
cruel.
—Te vi morir antes de desaparecer y eso sirvió para provocar el cambio.
Seth había conseguido su objetivo. De una forma u otra iba a tener a Dominick en sus filas.
Leah sintió náuseas y pudo controlarlas.
Notó el tirón de Seth en el cuerpo de Dominick, como lo instaba a marcharse con el resto
acudiendo a su llamada. No obstante, él gruñó y se mantuvo inmóvil mostrando una resistencia
sorprendente.
—No tiene el control total sobre mí —le confesó—. Por eso te trajo, para controlarme.
Leah se estremeció. Ese era el motivo por el cual no había muerto durante su cautiverio. La había
encerrado allí y tirado la llave para doblegar a Dominick a su voluntad.
Vio como él comenzaba a marcharse y la desesperación se aferró a su corazón. Golpeó la puerta
de su jaula, tratando de salir y detenerlo.
—¡No puedes hacerlo! —gritó furiosa.
Él se encogió de hombros y ella casi aulló mirando al cielo.
—No puedes elegirme por encima de Camile. ¿Me oyes?
Eso lo detuvo en seco. Durante unos segundos se mantuvo inmóvil como si tratase de
comprender lo que estaba diciendo. Entonces se dio cuenta que él no recordaba parte de su vida
anterior, su vida se estaba borrando en su mente y únicamente se aferraba al recuerdo de su mujer.
—Tienes una hija, Dominick, y está en esa maldita base. No puedes ir a matarla —suplicó casi
masticando las palabras.
Las lágrimas apenas la dejaban hablar o respirar. El dolor era tan lacerante que no tenía idea de
cómo había logrado estar en pie.
Él caminó hasta ella e inclinó la cabeza. No recordaba a la pequeña, pero la creía.
—No sé quién es.
—Es una niña preciosa que te adoraba. No puedes elegirme por encima de ella.
—Te matará si no obedezco.
Leah negó con la cabeza.
—No me importa lo que me haga. Lo acepto.
Y era totalmente sincera al decirlo. Tomaba la muerte como su amiga si eso ponía a salvo a su
pequeña.
—Te torturará.
—¿Crees que eso puede disuadirme? Nada es más importante que ella. Ni yo, ni ninguno de
nuestros amigos, ni siquiera tú. Por favor, quédate aquí conmigo.
Dominick miró a su alrededor, ya no quedaba ninguno de sus compañeros. Todos se habían
marchado a una guerra que su señor había convocado.
—Ellos ya están allí.
—Lo sé —contestó Leah dejando que el dolor fuera lo suficientemente fuerte como para
doblegarla y hacerla caer al suelo de rodillas.
Allí gritó presa de la rabia. No podía permitir que sus amigos murieran y deseó que pudieran con
él, aunque fuera una posibilidad remota.
Un nuevo tirón, esta vez más contundente, hizo que Dominick gruñera. Él estaba deseoso de
mostrarle al mundo su nuevo juguete. Leah lo tomó de las piernas y se abrazó a su cuerpo a pesar
de los barrotes que se interponían en su camino.
—Ellos merecen el sacrificio. Si no es por Camile hazlo por alguno de ellos. No puedes haberlos
olvidado a todos. Doc, Hannah, Brie, Chase, Ryan, Dane… —enumeró dejándose a muchos por el
camino.
No podía mencionarlos a todos sin sentir dolor. No podía pensar o imaginar lo que estaba
ocurriendo mientras ella estaba allí.
—¿Estás segura? —preguntó.
Leah asintió.
—Aceptaré lo que venga, pero, por favor, no vayas. Quédate conmigo, Dominick.
—Él protege esta jaula con un hechizo. No puedo liberarte, aunque quiera.
No importaba. Leah tomaba lo que el mundo le tuviera preparado. Si su destino era que Seth la
matara iba a tomarlo con gusto si eso significaba que Camile seguiera con vida. No deseaba que
Dominick fuera uno de los atacantes de su propia casa.
Sencillamente nada podía prepararla para eso.
—Quédate aquí conmigo hasta que venga a matarme.
Eso sí podía hacerlo.
Dominick suspiró y se sentó ignorando las llamadas insistentes de Seth. Estaba dispuesto a
luchar contra él si Leah se lo pedía.
—Ojalá pudiera hacer más por ti.
Leah no pudo mediar palabra. Luchar contra aquel dios ya era toda una proeza.
—Con que aguantes aquí todo lo que puedas me doy por satisfecha. 




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