"El Alpha "

❤Capitulo 37❤

Lachlan no estaba nervioso, estaba muerto de miedo.
Lo había preparado todo a conciencia. No se le había escapado detalle alguno, lo había estado
preparando durante semanas y al fin había llegado el gran día.
Se miró al espejo por última vez y respiró profundamente.
—Sé valiente, Caperucita sexy, que hoy es tu día —se animó a sí mismo.
Ellin estaba tardando demasiado, le había pedido que se llevase a Olivia bajo algún pretexto y se
había puesto manos a la obra. Debía reconocer que no había estado más nervioso en toda su vida.
Miró por la ventana y no vio a nadie. Iba a matar a su hermana. Le había pedido que la distrajera
no que la tuviera todo el día en la calle.
Al fin las risas de sus sobrinos le indicaron que estaban regresando. Lachlan dio un par de saltitos
a causa de los nervios y trató por todos los medios controlarse. No podía desmayarse en un
momento tan importante.
Ellin le hizo una llamada perdida al móvil para avisarle que estaban allí. Sí, estaba saliendo todo a
pedir de boca. Solo faltaba que Olivia entrase en su hogar.
¿Por qué había elegido la casa de ella en vez de la suya? Porque su casa había sido invadida
desde hacía meses por su hermana, al ser más grande se había instalado y no tenía intenciones de
marcharse.
Tampoco es que pudiera quejarse porque en la de su pareja estaban viviendo muy
cómodamente.
Bien, había llegado el momento y no había marcha atrás.
Olivia entró en la casa y pudo sentir como se quedaba sin aliento al ver lo que le había preparado.
La casa estaba repleta de pétalos de rosas rojas que se extendían por el suelo formando un
camino que seguir.
Ella dudó un poco y miró a su cuñada antes de iniciar el viaje.
Caminó con paso temblorosa hasta el primer mensaje que estaba pegado sobre el televisor y lo
leyó en voz alta:
—La primera imagen que vi de ti fue en una jaula, totalmente demacrada y golpeada. Supe que
eras diferente, pero no cuánto cambiarías mi vida.
Siguió hasta su segunda parada, esta vez sobre el sofá.
—Tus inicios aquí no fueron fáciles y me hicieron falta un par de redecoraciones de tu habitación
para darme cuenta de lo equivocado que estaba.
Ella ya estaba emocionada y leía con voz temblorosa.
Caminó hasta el siguiente mensaje, esta vez los pétalos la guiaron hasta la base de la escalera.
—Te quería solo para mí y no era capaz de darme cuenta.
Subió después de tropezarse con un peldaño. Lachlan podía sentirla desde el piso superior y tuvo
que reprimir el impulso de salir corriendo a por ella.
Tomó el último mensaje en la puerta de la habitación que compartían.
—He pensado mucho últimamente en qué sería de mí si no estuvieras en mi vida y he llegado a
la conclusión de que desaparecería. Lo eres todo para mí, tú, la única en el mundo que puede
entender mi gran humor.
Rio levemente.
Abrió la puerta y Lachlan se armó de valor para hacer lo que llevaba días ensayando frente al
espejo.
Toda la habitación estaba repleta de flores y velas. Le había llenado el suelo, la cama y hasta las
había colgado de las cortinas. Además, había encargado un traje a medida totalmente rojo que le
quedaba como un guante.
La camisa era blanca y la corbata granate, haciendo una combinación única que Olivia supo
entender.
Llegó hasta él con las lágrimas de emoción manchándole el rostro. Ellin y su familia la seguían; la
pobre de su hermana tenía la cara negra de tanto llorar, el maquillaje se extendía por todo su rostro.
Lachlan tomó una respiración y comenzó:
—Hola, lobita. Hace un tiempo dejemos claro que yo no era tú príncipe así que he decidido vestir
mis mejores galas como Caperucita. Como sabía que iba a estar mi hermana me he guardado la
ropa de encaje sexy para un momento más íntimo.
Olivia sonrió tratando de dejar de llorar.
Había llegado el momento y el corazón le iba a explotar.
El gran Alfa puso una rodilla en el suelo y la miró a los ojos. Olivia jadeó en busca de aire y negó
con la cabeza.
—No pretendo ser el príncipe que te mereces, pero quiero ser la mejor versión de mí mismo para
cuidarte el resto de mis días. Sabes que no soy dado a los discursos y no pretendo darte uno.
Tembló buscando en el interior de su chaqueta hasta sacar una pequeña cajita.
—Solo sé que me amas con todos los defectos que puedo llegar a tener, que soportas mi humor y
mis ronquidos por las noches. No creo que se pueda pedir más en la vida, solo que te quedes
conmigo todo el tiempo que puedas, a poder ser hasta que seamos viejos, decrépitos y muramos de
la mano.
—¿Tanto quieres que te ame?
Lachlan asintió.
—Hasta cuando mi polla no me funcione y tengas que sujetármela para mear.
Ellin tapó los oídos a su hijo Remi y el Alfa se tapó la boca con una mano. Eran los nervios que no
le dejaban pensar.
Miró nuevamente a Olivia, ella temblaba como una hoja y lloraba sin parar. Él solo deseó que
fuera de alegría o iba a sufrir un infarto.
—Olivia, ¿quieres casarte conmigo?
Abrió la cajita mostrándole algo que la dejó perpleja unos segundos. No era el anillo típico que
todos estaban esperando; era un colgante en forma de cestita. Lo miró sin palabras y se quedó
paralizada.
—Para que siempre sepas que Caperucita vino a visitarte y a traerte pastitas.
Olivia no pudo contener más la emoción, se tiró al suelo de rodillas y lo abrazó al mismo tiempo
que lloraba y reía. Algo extraño de escuchar, pero que encendió su corazón.
Lachlan le devolvió el abrazo y la sostuvo entre los suyos hasta que Olivia se separó unos
centímetros.
—Bueno, pues no es que quiera meter prisa, pero yo aquí sigo con la rodilla hincada y sin
respuesta. Quiero pensar que lloras de emoción y no de pena, pero me gustaría que me dieras una
respuesta.
Olivia asintió antes de gritar mil veces:
—Sí, quiero.
La emoción se extendió por toda la casa y los vítores fueron tan fuertes que supo que había
muchos lobos de su manada dentro y fuera atentos a lo que estaba ocurriendo.
—No me puedo creer que se lo hayas contado a la gente —le reprochó a Ellin.
—Fue sin querer, sabes que cuando me pongo nerviosa me cuesta mucho mantener los secretos
—se excusó ella.
Toda la manada sabía ahora que Olivia iba a ser su mujer. Sí, ella, su compañera de vida.
—Pues siento decirte que has dicho que sí y eso significa que me vas a tener que soportar toda la
vida.
Olivia lo besó y tomó el colgante.
—¿Podrías ponérmelo? —preguntó.
—Por supuesto.
Una vez lo tuvo expuesto en el cuello lo lució con orgullo. Estaban comprometidos e iban a tener
una gran boda.
—Por favor, ese día no vayas con el traje rojo —pidió Olivia mofándose.
—¿Por qué? Si a mí todos los colores me quedan bien.
Su loba lo tomó por la cintura y lo besó fuertemente. Sí, ahora estaba comprometido para el resto
de sus días.  




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