Ivana Aronofsky era una mujer nacida en el viejo 1950. Hija de una pareja de campo. Tenían su propia granja, eran grandes distribuidores de nueces, sin embargo nunca salieron de la pobreza en la que cotidianamente habían vivido durante veintisiete años, hasta que Ivana decidió abandonar su nido en vista de que nunca había llegado nadie a pedirle matrimonio 《Tampoco necesito un hombre, sólo me quitaría tiempo para escribir, y quizá hasta me reprimiría.》 Alegaba ella.
A su corta edad, y con poco más que sus ahorros de diez años atrás, decidió irse de su pueblo natal a buscar posibilidades de ser escritora, en alguna obra de teatro de pequeños escenarios se conformaba. Aunque, buscaba también la posibilidad de publicar su primer novela, que estaba casi por terminar, la cual le había llevado dos años escribir; “Besos en una guerra civil”. Ella se encontraba con miedo de dejar la vieja casa de sus padres, podía comenzar a vivir de lo que le gustaba o morir del intento con Led Zeppelin de fondo, cualquiera de las dos podía ocurrir. Junto a sus cachivaches que cargaba, su libreta y pluma a la mano, y, su mochila con ropa y cobijas, se largó a la estación de trenes.
Estando allí, se sintió viviendo el sueño americano, largarte a hacer lo que te gusta y vivir muy bien en base a eso. Rodeada de gente ocupada en lo suyo para poner atención a su entorno, ancianos leyendo el itinerario, 《los Yankees de Nueva York campeones 》 alardeaban.
Estando ya siendo atendida, le preguntó vendedor de los billetes de tren: —¿A qué hora puedo tomar uno a San Francisco?, perdone
—San Francisco, sí; son veinte dólares— respondió con amargo y prisa por irse
—¿Trece?, ¿cuál es el boleto más económico a San Francisco? —. Él la miró levantando la ceja derecha y moviendo los labios en mueca de desagrado
—Puedes tomar el tranvía “8/4” que sale dentro de tres horas. Lleva consigo pasajeros, animales, leña y envíos, son nueve dólares, el viaje dura dos horas más, ¿está bien?
—Sí, por favor…— respondió con entusiasmo y sacando de la bolsa sus nueve dólares de boleto. —Si yo fuera tú, no me habría ido en ese tren—, dijo un viejo muy delgado agarrándole, y, apretándole del brazo. Ella solamente jaloneó e hizo una expresión de asco. “Viejo decrepito” rezongó. Yendo a sentarse a anotar en una hoja crepé la última carta para sus padres en un tiempo, en ella inició con un “Queridos madre y padre” y acabó en cuánto les extrañaría, un poco falso, a decir verdad, pero si en algún momento necesitaba monetización para un proyecto, estaba segura de que aquellas nueces no se lo iban a negar.
Pasaron las dos horas más lento de lo habitual, quizá demasiado más lento de lo habitual, casi no había gente e la estación. Y la que estaba hablaba sobre retirarse a cierta hora para ir a cenar y de ahí a un hotel. Eran turistas como ella imaginaba.
Se llegó la hora y ella fue a preguntar por el tren, sobre la hora a la que iba a llegar; pero, no había nadie en la caseta de venta, “vaya servicio de mierda” pensó, pero después de eso, llegó el tren “8/4” con dos minutos de retraso.
Era un tren verde oscuro, con más metal que pintura, por lo viejo, y cargaba consigo la cabina del conductor (que era cerrada totalmente, con el frente puntiagudo y metálico, junto a una gran chimenea de vapor encima, detrás de él estaban las dos cabinas de civiles, el siguiente vagón estaba cerrado pero asumía que era el de los animales, y el último era de troncos para leña. —¡Momento, momento! Por favor— gritó al tren mientras tomaba sus maletas para subirse a él.
Subiendo por las escaleras de al lado de la cabina de pasajeros, buscó con la mirada a quien usualmente recogía los boletos, pero no había nadie, así que subió. 《Lo guardaré, si llegan a pedírmelo dentro, simplemente lo muestro》 pensó. Y abordó al tren “8/4”, que en realidad llevaba el nombre de “El Amadeus M.”.
Que decir de él, al subir lucía como un tren normal mostrado en las películas antiguas, y, para variar no había mucha gente a bordo. “Perfecto, así podré escribir o leer en el transcurso” imaginaba ella sin pensar en el movimiento que hacía el tren en zonas donde había mucha turbulencia en el camino. En la fila de delante, se encontraba de lado derecho un hombre leyendo a Julio Verne, sentado a la orilla de la hilera de dos que tenía diseñada el vagón, de lado izquierdo había dos niños vestidos ambos con un overol, camisa a rayas y una gorra de color amarillo.
En la segunda fila, de lado derecho, se encontraba una señora con un vestido de grandes plumas extravagantes que me volteó la mirada apenas me vio, a mi izquierda estaba una vieja bebiendo de un enorme recipiente de agua de arándanos rojos. Quise dejar de ponerle atención a la gente y pasé hasta el fondo del tren agachando la mirada para evitar llamar la atención. Cuando por fin me senté, el tren echó vapor para marcharnos. “¿Qué libro habrá sido ese de Verne que estaba leyendo?, espero que La Isla Misteriosa era mi favorito” pensó ella al sentarse y poner sus cosas en el suelo mientras el tren se ponía en marcha. Del baño de al lado salió una madre con su hijo de nueve u once meses —Mi hija, mi adorada hija— repetía con voz de bebé, dándole de besos a la bebé: —Hola, me llamo Srta. Baker, y no sabría que sería de mi hija sin mí, le amo tanto— le dijo un poco apresurada a Ivana. —Es un gusto, Señorita Baker. Me llamo Ivana…— decía pero le interrumpió los llantos dela bebé. —Lo siento, iré a dormirla— decía sonriente de par a par.
“Un poco extraño” pensó, o quizá no estaba acostumbrada a lidiar con el resto de personal del mundo real, es decir, toda su vida estuvo metida en un sembradío enorme, solamente viendo animales y frutos, ¿qué se esperaba, no?. De la cabina de atrás, salió un joven de cabello lacio, dientes amarillentos, con camisa lisa y overol desabrochado. —Hola, me llamo Tomás, me dicen Tommy. ¿Cuál es tu nombre? — me dijo sentándose a un lado de mí.
Amigablemente le respondí —Ivana Aronofsky, vengo del norte—
—Me parece estupendo. ¿Qué eres, escritora o algo así?
—Me estoy encaminando a eso—, respondió
—¿Qué edad tienes? —, preguntó sonriendo con los labios
—veintisiete años. Nací en el 50.
—justo la edad a la que murió Kurt Cobain
—¿Quién? — preguntó extrañada por nunca haber oído ese nombre
—No, no. Nada. Olvídalo. Ten buen viaje, estaré en la cabina de atrás acarreando por si me necesitas.
—Adiós— se despidió de él mientras se encaminaba a los vagones de atrás. Ella estaba llena de curiosidad por ver el segundo vagón de pasajeros, pero esperó unos segundos para que Tommy no pensara que le estaba siguiendo. Y, como no le dijeron nada al entrar de que estuviera prohibido cambiar de vagón mientras el tren estaba en movimiento; ella comenzó a caminar después de asegurar sus cosas a un tubo de metal.
Al otro lado, estaban dos mesas redondas, vacías, con cuatro sillas, y, de lado izquierdo tres hileras para dos personas, una en frente de la otra. En la primera, había una pareja atortolada dándose de besos, en la segunda, estaba una estudiante que tenía pinta de ser japonesa, pero resultaba un poco extraño estuviera viajando en tren con el uniforme de su escuela. En la tercera no había nadie, sino una canasta con pétalos de rosas marchitas, un canasto entero lleno de puros pétalos. Ivana se asomó a la ventana y vio arboles abedules a los costados, con hermosas hojas de un color verde muy vivo.
Asomó la cabeza al vagón que se encontraba detrás, pero vio un montón de animales y a Tommy recogiendo papeles sucios y acomodando gallinas unas atrás de la otra. Sin muchos rodeos volvió a donde ya se había sentado por primera vez, para asegurar que no le robaran las cosas.
El viaje continuó y continuó, lo que ella podría jurar que ya había sido poco más de una hora, quiso ir a reclamar, pero se detuvo porque a pesar de todo, estaba en el tren más económico, mas sin embargo, se comenzó a detener, dentro de un bosque de entre montañas, se detuvo y quedó así diez segundos hasta que Ivana se paró a echar un ojo. Ningún otro pasajero se había parado, todos seguían sentados, el viejo leyendo, la vieja de las plumas con la cara volteada, los niños jugando a la piedra, papel y tijera, la señorita Baker arrullando a la bebé; todos estaban normal en su asiento. Y, con justa razón, por mucho que quiso chismotear Ivana, no vio nada. Sólo se había detenido sin más.
Tocó a la puerta del conductor, pero no abría nadie, se asomó y solo lo vio sentado de espaldas, ella tocó dos o tres veces más, pero nunca volteó, después de eso, volvió a arrancar el tren. “Vaya servicio de mierda”, pensó, pero volvió a sentarse. Ella aún no se desesperaba, pero le resultaba aburrido que no podía leer ni podía escribir porque el movimiento constante del tren era muy molesto, sin hablar de que a veces el sonido era insoportable, tanto que estaba a punto de provocarle un dolor de cabeza. Gracias a Dios había robado un par de tabletas de la cajonera de mamá, sino, no traería ni un solo medicamento.
—¿Qué tal va tu viaje?— preguntó Tommy, empapado de sudor, quien descansaba sentado a un lado
—Bien. Aunque estoy empezando a cansarme. ¿Sabes cuánto más falta?
—Es el más lento, es mejor no contar el tiempo sino va más despacio
—Tienes razón. ¿Quieres una toalla para secar el sudor?
—Eres muy amable, pero ahorita vuelvo a trabajar, no la necesito. ¿No te daba miedo subir a este tren?
—¿Miedo por qué? — pregunté frunciendo el seño
—Dicen, y es sólo un dicho; que hace mucho tiempo, este tren se encontró con una madre que se le topó en su camino. La arrolló desgraciadamente
—¿Cuál era su nombre?
—No sé— dijo riendo —son leyendas, pocas veces les ponen nombre, creo que sólo tenía un apellido, pero no recuerdo cuál era.
Y calló por diez segundos, en lo que se levantaba del asiento: —“Baker”, creo—. Dijo retirándose.
Ivana volteó a ver a la señorita Baker que se encontraba dentro del vagón, ésta, que se encontraba arrullando a su bebé; volteó a verla lentamente con una sonrisa casi de oreja a oreja y unos ojos completamente abiertos sin parpadeo alguno, la bebé lloraba y ella lo mecía.