El Amadeus M

II

Aquella imagen se había desvanecido cuando parpadeó rápida y continuamente, seguido de tallarse los ojos con las muñecas. Así consiguió ver a la señorita Baker de manera normal, y, aunque podía haber sido una alucinación disparatada de su imaginación, no dejaba de inquietarle ni de lejos. 
 《¿Acaso había sido demasiado fuerte el comentario para una mujer que acaba de salir de la casa de sus padres y va descubriendo el verdadero mundo?》,pensó, aunque realmente dudaba que fuera cercano si quiera este pensamiento. Ella ya había leído y escuchado terror antes, en la noche encendía la radio solo para oír relatos de horror. Y leyendas sabía con un puño de sobra, quizá fueron nervios que la estaban comiendo mientras ella no se daba cuenta. Ahí dudó de si se había enamorado del joven Tomás. A quien no quería llamarle más Tommy para que él no tomara más confianza de la necesaria durante el viaje. 
 Decidió, para relajar sus nervios y sentar cabeza, pasarse junto a sus cosas para los asientos de delante, aquellos en los que tenías un bonito respaldo  en el cual descansar, y no el final frío del vagón. —Señorita…— decía ella a un lado de la señora de la tercer edad sentada en la fila a la que deseaba entrar  

—¡Jobs! ¡Señorita Jobs! — refunfuñó la señora. 

—¿Me permite sentarme a un lado, en el asiento vacío? 

—¡Yo fui una mujer hecha a la antigua!— seguía peleando mientras Ivana comenzó a abrirse paso levantando sus cosas para llegar al asiento de la ventana, —Cuando yo fui niña, las mujeres tenían prohibido salir sin su esposo, ¡a menos que fueran viudas!— alegó. —Que es mi caso. Agregó en voz baja y levantando la mano 

—¿En qué año nació?— preguntó Ivana mientras veía el modo de acomodar sus cosas sin pedirle a la señorita Jobs que moviera las de ella 

—¡1898!, ¡cuando España se independizó! —. Casi gritando y con enorme orgullo, —Tengo 79 años, y no hay cosa que una colegiala como tú pueda venir a enseñarme sobre la vida, ¿entiendes? — alzándose.  

—¿Sabe cuánto falta para llegar? 

Ms Jobs soltó una carcajada: —¿En este en 8/4?, falta una eternidad, nena, es como si duraras aquí toda tu muerte. Contempla ahí, por la ventana, escuincla— dijo señalando con su dedo indica un extremo que marcaba el final de un césped verde y frondoso. —Aquí acaba la zona árida, comienza la nieve. Cuando era niña le llamábamos “Chestnut Mountain”, no sé si aún sea así.  

 Decía la señorita Jobs mientras Ivana bostezaba, aquel silbido adormecedor del viento corriendo a un lado del tren le causaba sueño. No quería dejar a la señora hablando sola, pero le comenzaba a dar pesadez sostener su cabeza despierta, y se recargó en la ventana, que, el vidrio comenzaba a enfriarse; así que todo el calor del cuerpo se le fue quitando, sacó un suéter gris de su mochila y se lo puso. —Perdóneme señorita Jobs. Dijo mientras se acurrucaba. 

 —¡En mis tiempos, dejar a una señora de la tercer edad hablando sola…!— seguía refutando mientras Ivana se quedó dormido. En aquél momento soñó que comenzaba a escribir en su nueva ciudad, “Besos en una guerra civil” había sido su primer historia publicada, con poco más que dos mil ejemplares vendidos en seis meses, después escribió “El frío acero de los barrotes de una cárcel” duplicando el número de ventas. Había conocido a su pareja, un cineasta, guionista y director de ballet clásico. Había tenido un hijo, llamado Teodoro por su similitud con Dostoievski. 
 Lástima entera que aquello solamente había sido no más que un simple sueño hecho por su deseosa y excitada imaginación, el futuro le abrumaba y le emocionaba. Como cuando probáis algo tan amargo que vuelves a probarlo para saber si sí te gustó.  
 Aproximadamente una hora después, despertó, vio a la mayoría de pasajeros dormidos y tapados, excepto los niños del frente, quienes seguían jugando piedra, papel o tijera. Ella quitó las lagañas de sus ojos y volteó a la ventana, donde veía que pasaban por un barranco enorme lleno de hielo, desde luego que le aterrorizó la idea de que el tren pudiera resbalar, o salirse del rumbo de las vías para ir a parar enterrados en la nieve sin posibilidad de salir. Pero sabía que si le habían ofrecido ese tren, es porque ya había sido corroborado que era seguro, o eso quiso pensar ella. 
 Conforme avanzaron no cayeron por el barranco, ni mucho menos. Pero comenzó a ver como se comenzó a empañar el lugar donde ella estaba recargando su cabeza para ver por el vidrio. Quiso limpiar, pero volvió a empañarse, como cuando alguien echa aliento caliente a un vidrio frío. 《Estúpido tren》, dijo enojada. Quiso limpiar una vez más, pero esta vez vio el rostro de alguien mirándole desde la ventana. Claramente no podía ser una persona común, se encontraban en una montaña, pero si no era eso, ¿qué había sido?. 
 《Creo que me estoy mareando, quizá a eso se deban tantas cosas que estoy viendo. Dudo esto sea normal, ningún pasajero me ha contado nada más que una leyenda bastante tonta》, pensó, tomando en cuenta que en ocasiones sus niveles de azúcares bajaban. Pensó que sería una buena idea ir al baño a lavarse la cara, así que abrió paso entre las piernas de la señorita Jobs para pasar al baño.  
 Se dirigió hacia allá, pero justo antes de poder pasar hacia la puerta (que se encontraba en ese mismo vagón), se encontraban los niños de overol jugando piedra, papel y tijera. —Disculpen, niños. Creo que me siento mal, ¿podrían dejarme pasar a usar el agua del lavamanos? — dijo ella. Pero ambos seguían jugando inertes. Ella no quiso ser grosera, no sabía dónde estaba la madre de esos niños, así que no quiso meterse en problemas y caminó al otro vagón.  
 Ya dentro del otro vagón, se dirigió a la puerta y al llegar a ella, se asomó a donde llevaban a todos los animales de granja. Dentro, vio una rata, del tamaño de un mapache, con ojos enormes volteó a verla desde la orilla, en su mano llevaba un ojo, y asomándose más dentro de la gabina, vio a Tommy con un montón de ratas mordisqueándole enteramente la cara y el cuerpo. Ella desmayó y solamente pudo escuchar el masticar de las ratas, mientras sus patas haciendo el escandalo movedizo que se hacía de alimañas cuando era de noche y entrabas a un lugar donde se encontraba lleno de ellas. Escuchó incluso algunas pasar al borde de su cara, cabello y hasta cree que olió una, aunque después perdió el conocimiento y quedó profundamente inconsciente.  

 



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En el texto hay: misterio, suspenso, tren

Editado: 01.07.2019

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