El amante del pantano de Nil (libro 1)

SECRETO A VOCES.

  
CAPÍTULO 2

A la mañana siguiente, mientras todos estaban a la mesa desayunando, Ginebra se acerca y besa a su padre en la frente. 
—¡Buenos días a todos! Hola papá ¿Cómo estás?  
—Ginebra, ¡buenos días! Estoy muy bien ahora que te veo. 
—¿Saben si David se retrasó? Habíamos quedado de desayunar juntos. 
—Al parecer sigue con las investigaciones sobre los asesinatos. Don José encontró a gran parte de su ganado muerto ésta mañana. 
—¡No puede ser! ¿Qué pudo haber atacado a su ganado? 
—No lo saben con certeza, la policía sigue investigando. David vendrá más tarde a casa. 
—Tienes razón, debe estar muy ocupado. Iré al pueblo a comprar un vestido. 
Victoria había presenciado esa charla sin decir ni una sola palabra, simplemente miraba despectivamente a su hermana.

—Lo que deberías hacer es bajar de peso, no comprar vestidos. Serás una novia gorda y corpulenta si no te cuidas. —Ginebra al escuchar las palabras de Victoria, deja en la mesa la rebanada de pan que había tomado. 
—Sí, tienes razón. 
—¿Por qué no acompañas a tu hermana? 
—¡Tengo planes más importantes que ser su niñera! 
—Seguramente no perderás tanto tiempo como cuando te maquillas y peinas todo el día, ¿no lo crees?  
—¡Ya fue suficiente! —Furiosa, Victoria azota los platos y se marcha. 
—¡No le hables así a mi papá! —Ginebra trata de detener a su hermana. 
—Déjala, es un manojo de hormonas. 
—Aun así, no tiene derecho a hablarte de ese modo. 
—Pensándolo bien, hija, no vallas al pueblo, me da pendiente con todos esos incidentes ocurriendo por ahí. 
—No te preocupes, preferiría encontrarme con un lobo que soportar el carácter explosivo de Victoria. 
—Está bien, vuelve en un par de horas para que David te encuentre en casa. 
—Así lo hare, gracias papá. 
—Por cierto, te ves hermosa con ese vestido azul que llevas puesto. —dice Víctor al tiempo en que despide a su hija. 
—Es mi color favorito. 
—Si David no tiene más cuidado, algún caballero va a buscar la oportunidad de cortejarte. 
—Yo no tengo ojos para nadie más.  
Mientras Ginebra va camino al pueblo, no deja de pensar en la quietud que define a Valle de cobre. 
—Ahora que lo pienso, este pueblo es demasiado tranquilo, tanto que resulta aburrido.  
Jamás pasa nada interesante, lo más extraordinario que ha ocurrido fue la desaparición de hortalizas, pero descubrieron que se trataba de un vagabundo, sin embargo, ahora pasa esto, y aun cuando es aterrador pensar en la idea de un animal salvaje o un asesino, es como si por primera vez el mundo supiera que Valle de cobre existe, aunque no sé por qué pasa esto  
justo en vísperas de mi boda, es inquietante, me deja un mal presentimiento. 
Ginebra llega por fin al pueblo y compra varias cosas para su boda, cuando a lo lejos unas mujeres la observan y comienzan a murmurar sobre ella.

—¿No es ella Ginebra, la hija de Víctor Borgues? 
—Sí, es muy linda. 
—Pobre chica. 
—¿Por qué dices eso? 
—¿No has escuchado los rumores? 
—No, ¿De qué hablas? 
—Solo espero que no se muera de tristeza cuando lo descubra. 
Ginebra se percata de las miradas y se incomoda. 
—¿De qué estarán hablando esas dos? Seguramente Victoria tiene razón, debo estar engordando. No sé qué pasa, he reducido mis alimentos a solo una porción al día. Aun me  
es difícil creer que estoy a tan solo tres días de casarme, ¿me pregunto si David querrá tener hijos pronto? Anhelo el día en que nuestros hijos corran por el viñedo. —Ginebra sonríe al  
imaginar tal escenario, de pronto una de las mujeres la intercepta. 
—Eres Ginebra Borgues, ¿cierto?  
—Sí, ¿Qué se te ofrece? 
—Deberías darte una vuelta de vez en cuando en la mansión de los Landez. 
—¿Por qué lo haría? 
—Solo es un consejo, niña. 
Desconcertada Ginebra sigue su camino. 
—¿A qué viene ese comentario? Seguramente quiere saber cómo murieron los trabajadores de David, para anunciarlo a todo el pueblo. Será mejor que me valla a casa. 
El viento comienza a soplar otra vez, y Ginebra decide regresar por unas calles entrelazadas para acortar camino, entonces tiene un encuentro inesperado. 
El callejón de la condesa es estrecho y oscuro, pero Ginebra opta por tomar ese camino para llegar más rápido a su casa, en eso Ginebra tropieza con algo y cae encima de un bulto. 
—¡Dios, lo siento mucho! ¿se encuentra bien?  
Al abrir los ojos se da cuenta de que ha caído sobre un cadáver, frio, tieso, pálido y de ojos unidos. 
—¡Un… un muerto!  
La fuerte impresión sobrepasa a Ginebra y ella se paraliza, extrañamente siente la  
respiración de alguien en su cuello, pero en cuestión de segundos esta presencia desaparece.

Ginebra grita envuelta en pánico y corre mientras se cubre justo donde sintió aquella respiración. Corre y sigue corriendo. 
—¡No puedo creer que haya tropezado con un cadáver! ¿y que fue esa sensación en mi cuello? Como si algo estuviera respirando sobre mí, totalmente absurdo, esto no puede estar  
pasando. 
Ginebra había estado corriendo por mucho tiempo, tanto que no se dio cuenta de hacia donde se dirigía, y cuando reacciono le sorprendió ver donde se encontraba. 
—¿Qué? ¿Cómo rayos llegué hasta el pantano?  
A lo lejos se ve el pantano y un gran letrero advierte sobre lo peligroso que es adentrarse en él. El corazón de Ginebra late con fuerza, de tal manera que siente que se le saldrá por la garganta, su piel se eriza y huye de ahí lo más pronto posible. 
—No me puedo sacar esa imagen de la cabeza, tengo su rostro grabado, ese hombre estaba tan pálido como si algo le hubiera drenado toda la sangre, sus ojos estaban llenos de miedo, y esa sensación en mi cuello, no, estoy segura de que no lo imagine. 
Ginebra por fin llega a su casa y no encuentra a nadie, han dado ya las seis de la tarde y todo esta oscuro. 
—¿Tan tarde es? Parece que mi familia no está. 
De pronto Ginebra escucha el quejido de alguien, se trata de Victoria que está vomitando en el baño. 
—¿Victoria, estas bien? 
—¿Qué haces aquí? 
—Vengo regresando del pueblo, ¿Qué te sucede? 
—No es de tu incumbencia, 
—Déjame ayudarte. 
Ginebra toma de la cintura a Victoria y siente su vientre abultado.  
—¡Quítame las manos de encima! —grita molesta mientras le lanza un golpe a Ginebra. 
—¿Qué te pasa? llevas varios días llorando y no haz comido nada. 
—No te metas en mi vida, Ginebra. 
—Dime la verdad, ¿estas embarazada? 
—Esa estúpida me dijo que con un té bastaría, ¡maldita curandera! 
—¿Es de ese soldado? ¿Cómo se atrevió a dejarte estando embarazada? ¿mis padres lo saben?




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