CAPÍTULO 4
Aquella mañana fría y nublada no era del todo gris, pues ligeros rayos de luz que se colaban de entre las nubes llegaron hasta el rostro de Ginebra, despertándola.
—Hoy iré a definir el banquete de la boda con David, la verdad estoy muy feliz de poder pasar tiempo con él, de un año para acá lo he sentido un tanto diferente, ausente, me imagino que es por su trabajo, ya que es la mano derecha de su padre, pero a partir de mañana con nuestra boda, las cosas cambiaran y por fin compartiré mi vida con él.
Ginebra lleva puesto un vestido de colores claros entallado a su cuerpo, lo cual hace resaltar su bella y esbelta figura, su cabello ondulado y sus zapatillas la hacen ver como una dama.
—Si tan solo tuviera el cuerpo que tiene Victoria. —Ginebra se observaba en el espejo antes de salir de su habitación. —David ya debe estar aquí, espero impresionarlo con mi vestido, aunque no sé si fue una buena elección, parece que caerá una tormenta, bueno, no
importa, sé que le agradará verme.
Ginebra baja las escaleras, llena de emoción y nerviosismo, su padre la espera abajo y la recibe con amor, diciéndole lo hermosa que luce, su madre ahí presente solo la mira con recelo.
—¿Dónde está David? —Extrañado su padre le responde.
—Estaba aquí hace menos de una hora, ¿Dónde se ha metido ese muchacho? Por cierto, Victoria tampoco está, ¿la haz visto, querida?
—No tengo la menor idea. ¿Por qué no mandas a Ginebra a la bodega, que se fije si su hermana está ahí?
—No es necesario, dudo que este en la bodega.
—No estaría de más cerciorarse, además podría traer un vino para ofrecerle a su novio.
—Yo iré por el vino, amor, no quiero que Ginebra se ensucie.
—¡Deja que valla ella!
—Está bien, yo iré, no te preocupes papá. Traeré un buen vino.
De repente una de las sirvientas de la casa trata de impedir que Ginebra se acerque a la bodega.
—Espere mi niña, yo le traigo el vino. —dice la sirvienta mientras la mira angustiada.
—No te preocupes Karla, no me voy a ensuciar.
—¡Apártate de su camino mujer!, ¿no ves que estás estorbando?
—Pero… —Verónica detuvo a la sirvienta tomándola por el brazo.
Ginebra se dirige a la bodega, una sonrisa adorna su bello rostro, antes de entrar escucha extraños ruidos, abre las puertas y se da cuenta que el sonido proveniente de la bodega era
el de dos amantes entregados a su pasión.
Los ojos de Ginebra se abren de par en par, la sonrisa de su rostro se borra al instante, un nudo en su garganta oprime su pecho y siente que el aliento se le escapa. Eran David y Victoria haciendo el amor, su prometido y su propia hermana la han traicionado.
—Ella ya lo sabe. —le dice Victoria a David sin ningún rastro de decencia.
—¿Qué? —Entonces el agitado David voltea y ve a Ginebra.
Todas las palabras de amor que un día David le recitó, se desvanecieron, dejando en su lugar un amargo vacío.
—Espera Ginebra, no es lo que crees, yo no…
—¿Cómo pudiste?
Ginebra sale corriendo y victoria va detrás de ella para terminar de herirla.
—¡David es el padre del hijo que estoy esperando!
—¿Qué? ¿de qué hijo estás hablando? —David confundido le exige una explicación a Victoria, mientras trata de alcanzar a Ginebra. —¡Espera, puedo explicarlo! Ella no significa nada.
—¡No me toques! ¿no significa nada? es mi hermana maldito imbécil y está esperando un hijo tuyo.
Víctor escucha el bullicio he interfiere.
—¿Qué está pasando aquí?
—Es mejor así, que ella misma se dé cuenta que David y Victoria son quienes realmente deben casarse.
—¡Que estupideces estas diciendo Verónica!
—Estoy esperando un hijo de David. —dice victoria al tiempo en que se refugia con su madre.
—¿Qué?
—¡Ya tuve suficiente de esto!
—No… ¡espera!
—¡Ginebra no te vayas!
—¡Déjala ir, ni se te ocurra detenerla!
Ginebra sale corriendo de ese lugar, su mente esta confundida, no para de llorar, se aviva en ella un intenso deseo de morir, lo único que quiere es alejarse de ellos, ¿Cómo se supera una traición así? ¿Cómo se sana una herida tan profunda? Eso es algo que ni siquiera ella sabe con certeza.
—¡Ésto es una pesadilla! ¡no puede ser verdad! Tengo esas imágenes clavadas en mi cabeza, martillándome cada vez más fuerte. ¿Desde cuándo me engañan? ¿Cómo no lo vi venir? ¡soy una estúpida! ¡una completa idiota! No quiero volver a verlos nunca más, a ninguno de ellos, ¿mi madre lo sabía? Seguramente por eso me mando a la bodega, ¿Cómo pudo hacerme algo así? No vale la pena seguir viviendo, no podré soportar el dolor.
Llena de dolor se dirige al pantano de Nil, corre con todas sus fuerzas y sin titubear se adentra a las profundidades del pantano. Una fuerte y densa lluvia se desata, Ginebra no para de llorar, esta mojada, siente frio, pero nada de eso le importa, el dolor que siente la está atrapando.
—Iré a esa mansión y le ofreceré mi vida a ese vampiro, y si no quiere tomarla, le rogare que lo haga.
La tormenta continúa y por más que avanza no ve la famosa mansión del vampiro, de modo que decide ir más profundo todavía, hasta que a lo lejos logra percibir algo, se trata de
aquella mansión, la cual se ve casi intacta, se acerca hasta llegar a la entrada y abre las puertas de par en par, respira hondo y lanza un fuerte grito.
—¡Monstruo de Nil! ¿¡donde estas!? He venido hasta ti, no pondré resistencia, puedes beber mi sangre, ¡es tuya! Solo tómala y mátame. Vine aquí para suicidarme, toma mi vida.
¡Monstruo de Nil!
Al no recibir respuesta alguna cae de rodillas mientras la lluvia la sigue empapando.
—¡Maldición, no existen los monstruos! Excepto ellos dos… monstruo de Nil, dije que puedes comerme, ¿Qué no me escuchas?
Un escalofrió recorre todo su cuerpo, un aura amenazadora se ha hecho presente.
—¿Quién se atreve a perturbar mi sueño? —El miedo paraliza a Ginebra… —¿Has sido tú quien vulgarmente irrumpe en mi propiedad? ¿te gusta ofrecerte como alimento barato?
—En ese momento aquella entidad desconocida descubre el cuello de Ginebra mientras le acaricia la piel. —¿estas segura de que quieres que alguien como yo te coma? ¿crees que
será rápido? ¿crees que no te dolerá? ¿acaso piensas que no jugare contigo antes de asesinarte?
—No… no me importa… puedes comerme ahora si así lo deseas, no pondré resistencia.
—Lo dices como si pudieras defenderte. ¿A qué se debe este acto suicida? Eres la primera visita que tengo en años, y la primera que voluntariamente se entrega a mí, ¿tan miserable es tu vida?
—Te aseguro que no me dolerá tanto como la traición de ello.
—¿De qué traición me hablas joven humana? ¿Por qué no me miras a los ojos?
—Tienes razón, debes ver el rostro de tus victimas antes de comerlas.
Al darse la vuelta Ginebra se encuentra con un hombre increíblemente hermoso de piel pálida, un varón de cabellos rubios y largos, de ojos escarlata.
—Sorprendente, no solo llega comida fresca a mi puerta, sino que aun después de verme a los ojos sigues viva.
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Editado: 04.09.2022