El amante del pantano de Nil (libro 1)

PEDAZOS.

CAPÍTULO 16

El cielo nublado y una tarde lluviosa adornan un funeral, Valle de cobre está de luto, ropas  
negras, rosas blancas, velos tapando el rostro de las mujeres del pueblo y el llanto desgarrador de una viuda desconsolada frente a la tumba que será el eterno descanso de David Landez.
—¡David! ¡no! ¿Quién pudo hacerte esto? ¿Quién fue capaz de quitarme a mi esposo?  
¿Cómo pudieron quitarle su padre a mi hijo? 
—Levántate Victoria, tienes que guardar la compostura, no es momento de derrumbarse  
¡piensa en tu hijo! —Dice Bardos molesto por el espectáculo que está haciendo su nuera. 
—¡No me moveré de aquí! ¡Entiérrenme con el! ¡No quiero vivir sin mi esposo! 
—¡Llévensela de aquí! No le hace bien estar aquí. 
—Sí señor, por favor acompáñenos, la llevaremos a descansar. 
—¡Suéltenme no me toquen! ¡David! —Victoria finge un desmayo. 
—¡Señora Victoria! 
—¡Dios mío! ¡llamen a un doctor! No la dejen salir de su habitación hasta que se calme. 
—Como ordene señor. 
Bardos está desecho, pero mantiene la cordura, a pesar de su desprecio por Victoria, está dispuesto a hacerse cargo de ella y de su nieto.  
—Lamento mucho tu perdida amigo mío, sé cuánto amabas a tu hijo, tu mano derecha. Mi  
familia y yo estamos contigo, si podemos ayudarte en algo o si algún día quieres hablar, sabes que cuentas conmigo —el alcalde Bernardo le da un fuerte abrazo. 
—Mi corazón está destrozado, no sé si algún día podré recuperarme por completo. 
—Estoy seguro de que Leonora lo espera con los brazos abiertos en el paraíso. 
—Eso es lo único que me da paz. 
—Señor Bardos, ¿me permite un momento? Sebastián, el jefe de la policía lo interrumpe. 
—dígame. 
—Solo quiero decirle que encontraremos al asesino de su hijo, no descansaremos hasta encontrarlo, todo el peso de la ley caerá sobre él. 
—¡Eso no me basta! El día en el que encuentren a ese maldito, quiero que lo ejecuten de inmediato, exijo su muerte cuando lo encuentren. 
—Espero que pronto se le haga justicia. 
El tiempo transcurre y poco a poco las personas se van y la tumba de David se queda vacía,  
unos pies descalzos y llenos de lodo llegan hasta el pie de esa cruz, se trata de una joven con los ojos hinchados de tanto llorar, una mujer con el corazón hecho pedazos, Ginebra Borgues se deja caer de rodillas ante la tumba de su amado y llora a voz en cuello, su llanto le rompe el corazón a los árboles que bailan tristes con el viento y la lluvia.

—Dios, ¿Por qué te lo llevaste? Me duele tanto haberlo perdido, ¿Por qué tuvo que morir así? Hubiese preferido que se quedara con ella a perderlo para siempre. Mi querido David, la  
vida no nos dejo estar juntos, no quiso verme vestida de blanco, se negó hacerme tu esposa, te entregó al sepulcro como si nada, el destino se reusó a vernos felices, me ha cobrado caro el haberme enamorado de ti. 
Han pasado las horas, Ginebra está acostada sobre la tumba de David, se ha quedado dormida, con la esperanza de estar más cerca de él, con el deseo de no despertar y quedarse a su lado para siempre y en un triste suspiro deja escapar su nombre. 
—David... 
Una silueta masculina se acerca, se trata de Alejandro, empapado de pies a cabeza, su  
camisa blanca se le ha pegado al cuerpo, se dirige a Ginebra y la carga entre sus brazos con delicadeza llevándosela de ahí, esto lo ha hecho cada día, desde que David murió, Ginebra regresa al mismo lugar a lamentarse hasta que se queda dormida de tanto llorar y Alejandro la trae de regreso sacándola del lugar que tanto la lastima. 
—¿David? — Alejandro la lleva en sus brazo y Ginebra lo confunde por un segundo con su querido David. 
—¡Alejandro! ¡Eres tú! No es necesario que vengas todo el tiempo por mí… 
—Tienes que detenerte, debes parar con esto. 
—Estoy bien, no es asunto tuyo. 
—Necesitas comer algo, estas muy delgada. 
—Ya te dije que estoy bien ¡déjame en paz! —Alejandro para en seco y la baja de sus brazos. 
—¿Enserio quieres morirte? ¡Te estas dejando morir de hambre! 
—Yo… 
—¡Sigue así y en unos días habrás logrado tu cometido! Él no va a regresar, se ha ido para  
siempre, por más que te castigues tu novio no va a volver a la vida. 
—¡Cállate! —Los ojos de Alejandro se abren de par en par, Ginebra le ha faltado el respeto. 
—¡Por eso la vida se aprovecha de ti! eres débil y fácil de pisotear una… —Ginebra le da  
una bofetada. 
—¡Déjame lamentarme el tiempo que se me de la gana! ¡Un monstruo como tú no sabe de dolor! 
—Será  mejor que te lamentes en otro lado y espero que antes de ponerle una mano encima a tu señor lo pienses dos veces, todos los que me han querido echar mano, han perecido.  
—Alejandro se va dejando sola a Ginebra. 
—¿Qué diablos te importa si muero? Puedo hacer con mi vida lo que yo quiera, nadie va a decidir por mí.

—¿Señorita Borgues? — Ginebra es sorprendida por unos policías. 
—Sí, soy yo, ¿Qué es lo que quieren? 
—Tiene que venir con nosotros. 
—¿Qué? ¿Pero por qué? 
—Está bajo arresto, se le acusa del asesinato de David Landez. 
—¡Esto es un error! ¡yo no he hecho nada! 
—¡No lo haga más difícil! 
—¡Suéltenme! ¡no me toquen! ¡quítenme las manos de encima! 
—¡No se resista! ¡no queremos lastimarla! 
—¡Auxilio! ¡ayúdenme! — En ese momento uno de los policías le golpea la cabeza con el arma provocando que Ginebra se desplome y antes de perder el conocimiento ve a lo lejos a victoria, quien la ha ido a acusar de homicidio. 
—Victoria… —Ginebra se desmaya. 
—Buen trabajo, lleven a esta criminal a donde pertenece, ella es la culpable de la muerte de  
mi esposo.

 




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