El amante del pantano de Nil (libro 1)

DAÑO COLATERAL.

CAPÍTULO 20 



Un ambiente tenso se apodera del lugar; Verónica se ha quedado callada ante la reprensión  
de su esposo. 
—Con su permiso, debo retirarme. —Gerardo se va incomodo del lugar. 
—Lo acompaño a la puerta.  
—Gracias señor Bardos. 
—Descansa Victoria, espero te esfuerces por el bien de tu hijo. —Víctor sale de la  
habitación dejando solas a verónica y a victoria,  
—¿En qué demonios estabas pensando idiota? —Pregunta Verónica furiosa. —¡Si ese bebé  
se muere, te quedas en la calle y nosotros también! 
—No hice nada malo, solo bebí un poco y ya, no es para tanto. 
—¿Un poco? ¿eres tonta o qué? ¡Te la pasas bebiendo todo el día! 
—¿No me entiendes? ¡no puedo dormir! Todo el tiempo pienso en David, no dejo de mirar  
su cuerpo tendido en el suelo, cubierto de sangre… ¡si no tomo me vuelvo loca! 
—¡Pues te aguantas niña tonta! ¡Si pierdes a ese mocoso te olvidas de todos estos lujos! 
—¡Yo no quiero este bebé! 
—¡No se trata de lo que quieras o no!, ¿Acaso quieres vernos a tu padre y a mi mendigar en  
las calles? Con la reputación que te has hecho, ¿quién te va a querer? ¡Tú y tu hermana nos  
han deshonrado de la manera más vil que existe!, escúchame bien, ni se te ocurra perder a  
ese bastardo, a no ser que estes dispuesta a venderte en una esquina por un pedazo de pan. 
Verónica besa la frente de Victoria y se va, dejándola llena de estrés y ansiedad. 
—Maldita sea, ¡más te vale no morirte mocoso! No querrás que tu madre viva en la  
miseria… 
Mientras Verónica sale de la habitación, sorprende a Clara escuchando tras la puerta y la  
toma del brazo maltratándola. 
—¿Por qué me jalonea? 
—¿Te gusta escuchar las conversaciones de tus patrones? ¿he? —Pregunta Verónica  
mientras la abofetea. 
—¡No es lo que cree! ¡Mi deber es estar cerca de la señora Victoria para vigilar que no  
tome!, son ordenes del señor Bardos… —Clara está temblando. 
—Se que escuchaste todo lo que hablamos, si me entero de que abriste la boca, me  
encargare de desollarte yo misma, ¿entendiste? 
—Si…

—¿Si que idiota? 
—¡No diré nada! ¡lo juro! 
—Largo de aquí. —Verónica la empuja con fuerza y se va dejando amenazada a Clara para  
después reunirse con Víctor y regresar a su casa. 
—¿Por qué tardaste tanto? 
—Fui al baño, ¿también por eso me vas a regañar? 
—Deberíamos rezar por esa criatura, que Dios lo libre de nacer con alguna discapacidad…  
—Mejor aún, si nace enfermo podremos chantajear a Bardos y mantener nuestra economía  
asegurada. —Dice Verónica sin una pisca de decencia. 
—¿Quién diablos eres? Te desconozco —Víctor está en shock al ver la frialdad de su  
esposa. 
Por otro lado, los rayos del sol ruborizan las mejillas de Ginebra, se dirige al pueblo a  
comprar algo ropa, las miradas y el cuchicheo de la gente la incomodan, hace tres meses de  
la muerte de David y para ella, valle de cobre se ha convertido en el lugar más desolado que  
existe. 
—Intento con todas mis fuerzas superarte, pero todo me recuerda a ti, mi corazón me sigue  
preguntando en donde estas, escucho a las personas hablar de mi a mis espaldas, me tienen  
lastima y al mismo tiempo se burlan de mí, seguimos siendo el foco de atención para el  
pueblo, uno de sus entretenimientos. —Ginebra se dirige a un puesto de frutas y mientras se  
distrae, choca con un rostro familiar. 
—Hay lo siento no fue mi intención, yo… 
—¡Señorita Ginebra! 
—¡Karla! 
—¡Que alegría me da verla! Su padre la extraña mucho ¿Por qué no regresa a la casa? Ya  
no es lo mismo sin usted. 
—No es tan fácil… —Ginebra agacha la mirada, su semblante entristece. 
—Si quiere puede venir cuando la señora Verónica no este, yo le puedo avisar cuando… 
—¡Karla! —Verónica aparece de repente. —¿Por qué no me dijiste que mi hija estaba  
aquí? 
—Perdón señora, iba a avisarle enseguida… 
—Largo de aquí, quiero estar a solas con mi hija. 
—Si señora. 
—¿Te dignas a hablarle a una criada, pero no le diriges la palabra a tu madre? 
—No tengo nada que hablar contigo. –Ginebra se da la vuelta, pero Verónica se lo impide.

—¿Adónde crees que vas? 
—¡Suéltame mamá!, no quiero hablar contigo. 
—Con tú padre podrás ser irrespetuosa, ¡pero conmigo no idiota! 
—¡Tú no mereces mi respeto! —Grita Ginebra mirándola a los ojos. 
—¡Cállate! —Verónica abofetea a su hija y se la lleva a un lugar menos transitado.  
—¡Que me sueltes! ¡me estas lastimando! 
—Deja de lloriquear y comportarte como una victima ¡ya es hora de que madures! Tú padre  
te consintió demasiado, pero la vida es dura Ginebra, así que deja de hacer berrinches y  
regresa a la casa.  
—No voy a regresar con ustedes, ya se los dije. 
—¡Por tu culpa Victoria esta postrada en una cama!  
—¿Qué? 
—Tú hermana tuvo una amenaza de aborto, le has causado tanto daño, que su salud se  
complico y no solo eso, su bebé está debatiéndose entre la vida y la muerte. —Verónica  
intenta culpar a Ginebra y no le importa verla angustiada. 
—No puede ser…  
—No puede creer que su propia hermana haya querido fugarse con su esposo, ¿no tienes  
vergüenza? 
—¿Cómo sabes eso? 
—Los rumores corren rápido en este pueblo. 
—¿Cómo puedes seguir creyendo que es mi culpa? ¡Eres mi madre! ¿Por qué no me  
defendiste? ¿Por qué no me apoyaste? Sigues defendiendo su engaño… —Verónica le  
apunta con el dedo y le pica la frente mientras le habla prepotentemente. 
—Metete esto en la cabeza, todo es tú culpa, si algo le pasa a Victoria o a su bebé, tu serás  
la responsable, tú tienes la culpa de que David este muerto, ah y una cosa más, deja de  
ensuciar nuestro apellido, termina de una vez por todas con ese tal Alejandro, me pregunto  
cuanto le tuviste que pagar para que fingiera ser tu amante, un hombre como él no se fijaría  
en una tonta como tú. —Verónica mira despectivamente a su hija. —no tienes nada bueno  
que ofrecer. 
—Déjame en paz… ¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo? —Ginebra se suelta a llorar. 
—Por que ya es hora de que alguien te saque de tú estúpido mundo colorido y por favor,  
vístete de forma decente, te ves gorda y desalineada, estas horrible. —Verónica se va  
dejando a Ginebra llorando. 
—Alguien como tú no debería ser madre. —Dice Ginebra impotente. —Eres la mujer mas  
vil que conozco, siempre te has encargado de pisotearme con tus palabras…




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