El amante del pantano de Nil (libro 1)

LA LLEGADA DEL HÉROE

CAPÍTULO 34
Un carro negro se aproxima a Valle de Cobre, se trata de Fernando de la cruz, hijo único del alcalde Bernardo, la otra familia influyente del pueblo. Sus padres lo habían enviado a un internado en el extranjero, se fue cuando solo tenía cinco años, veía a sus padres dos veces  
al año, querían que Fernando, fuera un hombre de bien y Valle de cobre no podría brindarle las oportunidades que aquel país le ofrecía, lo consideraban como un pueblo viejo condenado al abandono y con todo el dolor de su corazón lo mandaron lejos, con el paso  
del tiempo Fernando, decidió convertirse en soldado, doce años de su vida sirvió en el ejército, fue condecorado y reconocido por su valentía y merito militar, estuvo muchas veces al borde del peligro. Cuando Fernando, tenía veintitrés años,  él y sus compañeros fueron enviados al pueblo de santa Mónica, le habían reportado a su superior algunos casos de desapariciones, especialmente de hombres, los reportes de las  
desapariciones eran de viajeros y de los pueblerinos que salían del pueblo a trabajar, estos reportes habían aumentado y su deber era vigilar la entrada del pueblo y atrapar a los  
responsables. Un rumor recorrió el campamento militar, era acerca de hermosas mujeres que se sentaban afuera del pueblo, su belleza seducía a cualquier hombre que las viera, llenándolos de lujuria y falsos sentimientos de amor, pero una vez que el sol se ocultaba estas mujeres  
se convertían en monstruosos, espíritus que devoraban el alma de los hombres que seducían.  
Eran los espíritus de aquellas mujeres despechadas, asesinadas en manos de su abusador, mujeres cullos cuerpos fueron ultrajados y dejados en el camino y no tuvieron una santa sepultura, a estos espíritus desdichados se les conocía como Banshees, almas en pena.  
Pero esito no lo sabían los soldados que fueron enviados a la misión, no querían que estos se llenaran de miedo, lo único que quería su superior era que dieran fin a esos rumores fantasiosos, atrapando a los verdaderos criminales. Fernando y sus compañeros hicieron su  
campamento a las afueras de Santa Mónica, el día era demasiado aburrido, así que comenzaron a beber y a divertirse, cuando de pronto, tres hermosas mujeres llegaron al  
campamento, preciosas damas de piel blanca y cabellos largos, todas dispuestas a complacerlos, los soldados no pudieron rechazar sus propuestas y se acostaron con ellas, Fernando decidió ir a vigilar la entrada del pueblo, pues en ese entonces tenía una relación  
con una chica que conoció en el internado así que se fue rechazando su invitación. Los soldados seguían divirtiéndose con las mujeres y entonces el sol se ocultó, unos gritos  
desgarradores llegaron hasta Fernando y se dirigió a toda prisa a socorrer a sus compañeros, una vez que llegó al campamento, sus ojos vieron a tres espectros infernales, los cuales  
estaban devorando a sus amigos mientras estos gritaban horrorizados. Las balas no las herían y fue ahí donde comprendió que no eran humanas, Fernando, recordó que su amigo  
Felipe, era un sacerdote excomulgado, así que corrió como pudo y buscó desesperadamente el agua bendita, empapó sus balas con esa agua sagrada y comenzó a dispararles haciéndoles enormes agujeros que irradiaban una fuerte luz, terminando así de ahuyentarlas.  
Poco después cayó inconsciente a causa de una herida que le habían hecho en la pierna, con la impresión y la adrenalina no se había dado cuenta que estaba herido, cuando despertó se sorprendió al percatarse que se encontraba en la enfermería de la base militar, estaba vendado, al mirar a su alrededor se da cuenta que su amigo Felipe, está en una de las camillas, tenia las piernas  
amputadas, fue el único hombre que Fernando, pudo salvar , gracias a eso fue condecorado con la medalla de valor y merito militar, ese día Felipe, enloqueció y fue internado en un centro psiquiátrico. Fernando, quería pensar que todo lo que había pasado había sido solo un  
sueño, pero la herida de su pierna no le dejó creer esa mentira. Pasaron los años y decidió enterrar ese suceso en su memoria. El tiempo ha pasado y Fernando, hoy tiene veintisiete  
años, regresa a Valle de Cobre para vivir una vida tranquila y ayudar a su padre en sus negocios. 
—Creí que Valle de Cobre estaría soleado, ¿siempre tiene este aire tétrico? —Pregunta el joven Fernando, con un rostro apacible. 
—Lamento decirle que siempre son días lluviosos en Valle de Cobre, no por nada tiene la fama de estar maldito. — Dice el anciano con aspecto sombrío. 
—Solo espero encontrar la tranquilidad que estoy buscando. 
El chofer lo mira de reojo, sabe qué, en este pueblo encontrará todo menos paz. Fernando, recarga la cabeza y desvía la mirada hacia la ventana, la lluvia comienza a caer de manera ligera, a lo lejos una mujer atrae su atención, se dirige al pantano y la llovizna la ha  
empapado. 
—¿Qué es lo que está haciendo? ¿no le importa mojarse? —Dice Fernando, mientras la sigue con la mirada. —¡Guillermo, para el carro! 
—¿Sucede algo señor? —Pregunta el chofer confundido. 
—Hay una chica en medio de la nada, creo que se perdió. 
—No sé si sea buena idea pararse y preguntar. 
—No me tardo, veré si necesita ayuda. Fernando, sale del carro decidido. 
—Es igual a su padre… —Suspira Guillermo, resignado. 
Ginebra, sigue caminando, no le importa empaparse, solo quiere llegar a la mansión de Nil. 
—¡Señorita! ¡espere! —Fernando, baja la colina y se dirige a Ginebra, se dispone a abrir un paraguas para cubrirla de la lluvia y ella se sorprende al sentir que alguien le toca el hombro y voltea con rapidez con la esperanza de que sea aquel vampiro. 
—Alejandro… —El rostro de Ginebra, parece decepcionado. 
—¿Necesitas que te lleve? —Pregunta el agradable joven mientras sostiene el paraguas.  
Fernando, era un hombre alto y fornido de facciones finas pero varoniles, parecía un héroe de Guerra, su piel era bronceada y sus cabellos color negro azabache, a sus ojos los adornaban unas largas pestañas, eran dos obsidianas, pero su mejor atributo era su sonrisa.




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