CAPÍTULO XXXVII
El amanecer ha llegado, Ginebra, pasó la noche con Alejandro, disfrutó de las caricias de su ardiente vampiro, sus ojos se abren lentamente, la luz del día la ha despertado, su cuerpo desnudo está envuelto en una sábana blanca, y a un lado de ella hay un ramo de rosas con
una pequeña carta que dice: Buenos días hermosa humana. Ginebra, sonríe y pone la carta en su pecho para después oler una de las rosas que su amado Alejandro, le dejó.
—Qué difícil será ocultar éste amor al mundo, es muy grande para esconderlo, jamás me imaginé que te amaría tanto. —Dice Ginebra, entre suspiros.
La bella humana se convirtió en la novia de un vampiro, su amor por David, quedó en el pasado, su corazón tiene un nuevo dueño y no es humano.
Ginebra, se dirige felizmente al pueblo, su semblante es diferente, se ve tan radiante, tan hermosa, sus ojos brillan como el ámbar, después de mucho tiempo vuelve a sonreír.
Alejandro, le regaló un vestido azul y un brazalete de oro blanco, le dio las llaves de su nueva casa, un lugar perfectamente acondicionado y bien ubicado, Ginebra, entra a su
habitación y ve su cama adornada con otra rosa y una tarjeta la cual decía:
<<La próxima vez que nos veamos, usa ésto.>>
Un hermoso vestido rojo acompañado de una lencería negra está frente a ella.
—Espero que la próxima vez sea pronto. —Ginebra, sonríe enamorada. El hambre resuena en su estomago y decide ir al mercado a comprar comida.
—Aún cuando el día está nublado, siento que es hermoso.
La gente del pueblo la miran asombrados, Ginebra, sonríe, se ve preciosa y arreglada, su corazón marchito ha vuelto a aparecer.
—¿Ella es Ginebra, Borgues? —Pregunta una joven asombrada.
—Sí, ¿se ve diferente verdad? —Dice la mujer mientras la observa.
—Escuché que vivirá sola, lejos de su familia.
—Y hace bien, pobre mujer, parece que por fin a salido de la depresión, me alegro por ella.
—Alejarse de esa familia le hará bien, se ve más feliz sin ellos.
—Si, ojalá se encuentre un buen hombre y se case pronto, con la cara que tiene no le será complicado.
—Bueno de su cara no me quejo, pero es demasiado delgada, no tiene busto.
—Jajaja qué grosera eres, por cierto, ¿escuchaste que el hijo del alcalde regresó?
—¡Sí! ¡Dicen que es guapísimo!
—Ojalá no vea a las hermanas Borgues, las dos siguen solteras. —Suspira la mujer desanimada.
—Con su reputación no creo que se les acerque.
—Tienes razón, talvez tengamos suerte, por lo menos tú y yo si tenemos curvas y una buena reputación jajaja. —Dicen las jóvenes entre risas.
Cerca de aquellas mujeres unos comerciantes hablan de los extraños acontecimientos en el pueblo.
—¿Oye, escuchaste los rumores? —Pregunta el hombre temeroso.
—¿Cuáles?
—Están desapareciendo cosas en el pueblo, a Raquel le robaron su Joyería, a Roberto le desaparecieron dos cajas de licor y escuché que a la esposa del herrero le robaron a su bebe
recién nacido, estaba ordeñando a una de las cabras y en cuanto escuchó el llanto del bebé corrió a ver que le pasaba y cuando entró al cuarto su hijo ya no estaba.
—¡Qué terrible! ¿Quién habrá sido el responsable? —La mujer se llena de miedo.
—No se sabe, pero el loco dice que fueron los demonios de la mina.
—¿Qué? Ese pobre hombre perdió la cabeza hace muchos años.
—Pues no se cansa de gritarlo en la plaza.
—Deberían arrestarlo, asustará a los niños.
—Seamos cuidadosos, no vayan a robarnos a nosotros también.
—Hay no, Dios nos libre. —Dice la mujer afligida.
Mientras tanto, Ginebra, está comprando fruta, escoge unas manzanas y disfruta de su olor mientras sonríe.
—Qué rico huelen, llevaré todas estas.
Fernando, lleva toda la mañana recorriendo el pueblo con su padre, pero se detiene a observar a la hermosa chica de las manzanas, al poner más atención se da cuenta de que se trata de Ginebra.
—Disculpe ¿puede agregar una manzana más? —Ginebra, quiere hacer un pastel.
Fernando, se dirige a Ginebra y se coloca aun lado de ella en silenciosamente para sorprenderla.
—¿Crees que estén dulces? —Pregunta el joven con una hermosa sonrisa.
—¿Fernando?
—Me alegra que recuerdes mi nombre.
—Lo lamento, creo que olvide tu paraguas, te compraré otro lo prometo. —Dice Ginebra apenada.
—No te preocupes, no necesito el paraguas. —A Fernando, le enternece la forma de ser de Ginebra.
—Ya sé, ¿por qué no te quedas con estas manzanas? Así quedamos a mano. —Ginebra le sonríe.
—Pero son tuyas.
—Yo me quedaré con la mitad.
—No tienes que dármelas, pero las aceptare con gusto. por cierto, ¿te gustaría ir…?
Fernando, es interrumpido por los reclamos de la muchedumbre, varios pueblerinos se han reunido en la plaza para exigirle al alcalde que descubra al causante de las desapariciones
de sus pertenencias y de los bebés de pecho, pues ahora se reporta otro niño desaparecido.
—Lo siento Ginebra, tengo que irme. —Fernando, se va dejando atrás a su nueva amiga.
—¿Qué estará pasando?
Ginebra, se acerca y la gente está enojada, los padres de las criaturas desaparecidas están
inconsolables y una de las madres se desmaya en plena manifestación.
—¡Por favor guarden la calma! —Fernando, trata de tranquilizarlos.
—¡Queremos hablar con el alcalde! Los ladrones están sueltos y no solo nuestras cosas desaparecen, sino que también nuestros hijos ¡tienen que encontrar a los culpables! ¡castíguenlos y enciérrenlos de por vida! —Grita el pueblo enardecido.
—¡No podremos escucharlos si siguen gritando así! —Insiste Fernando, tratando de poner orden.
—¡Atrapen a los responsables!
El alcalde Bernardo, por fin interviene.
—Pueblo de Valle de Cobre, no soy ajeno a sus necesidades, estoy haciendo todo lo posible por atrapar a los responsables, la policía está trabajando para encontrar a los culpables, sean pacientes por favor. —Bernardo, teme por el alboroto de la gente.
—¿Pacientes? ¡Asesinaron al jefe de policía! ¡encontraron su cuerpo con el cráneo destrozado! Además, nuestros hijos están desaparecidos. No nos diga que seamos pacientes ¡no se burle de nosotros!
Ginebra, está sorprendida con la agresividad de la gente y reflexiona sobre lo sucedido.
—¿Qué esta sucediendo? Alejandro, no esta en Valle de Cobre, prometió que pasaría desapercibido para que nadie sospeche de su existencia y si no es él… ¿entonces quien es el responsable de las desapariciones de los bebés?
Unos gritos llaman la atención de Ginebra y de la gente reunida ahí, se trata de un vagabundo al cual apodaron “Pedro el loco”
—¡Son los demonios de la mina! ¡ellos robaron sus cosas y a sus bebés! ¡fueron esas criaturas arrugadas y de aspecto demoniaco!
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Editado: 04.09.2022