El amante del pantano de Nil (libro 1)

LOS DEMONIOS DE LA MINA II

CAPÍTULO XXXIX 
La luna llena alumbra los rostros de aquellos enanos de ojos endemoniados, todos hablan al mismo tiempo, su voz es molesta y tétrica. 
—Una apuesta jaja —Dijo uno de los duendes mientras asomaba sus dientes afilados. 
—Lo que sea… —Repitió otro emocionado. 
—Queremos a la mujer —Los duendes señalaron al mismo tiempo a Ginebra. 
—Muy bien, si ganan tendrán a la chica. —Dijo Beatriz, con seriedad. 
—¿Qué? —Ginebra, se estremece, sería una pesadilla caer en las garras de esas criaturas infernales. 
—Pero si nosotras ganamos… se irán de aquí — Habló Beatriz, con valentía. 
—Aceptamos. 
—Si, aceptamos —Dijeron las criaturas entre risas. 
Ginebra y Beatriz, comienzan a jugar con las horribles criaturas, Fernando, por su parte, sigue adentrándose cada vez más a la mina, en su camino va encontrando botellas de whisky por doquier y varias colillas de cigarro, incluso había ropa de mujer. 
—¿Qué es esto? No cabe duda de que se trata de ladrones —De pronto, Fernando, es sorprendido por el llanto de un bebé y se dirige con rapidez a rescatarlo. 
Mientras tanto, Beatriz, va perdiendo el juego y los duendes festejan con brincos y alaridos.  
—¿Beatriz que haces? —Pregunta Ginebra, confundida al ver a su amiga jugar de pésima manera. 
—Descuida, todo está bajo control —Le dice Beatriz, confiada. 
Los enanos beben alcohol desesperados, esperan ansiosos reclamar su premio. 
—Están perdiendo —Dicen los duendes a carcajadas. 
—Sí, perdiendo jajaja. 
—La mujer será nuestra —Miran a Ginebra, de manera perversa y maliciosa. 
—Como ya les dije antes hombrecitos, quien gane, pedirá lo que sea. 
El juego continua y ésta vez los papeles se invierten, Beatriz, termina ganando el juego, es una bruja, nadie le gana en ese tipo de juegos, ni siquiera esas criaturas sobrenaturales. 
—Vaya, sí que les hemos ganado, así que tendrán que irse de este pueblo. —Dice Beatriz, con firmeza.

—¡Bien hecho Beatriz! —Ginebra, felicita a su amiga y la abraza. 
Los dientes de los enanos comienzan a rechinar, están furiosos de haber perdido. 
—No… ¡Hiciste trampa! —Gritan rabiosos. 
—¡Eres una bruja! ¡Podemos oler tu magia! 
—¡Eres una tramposa! ¡repite el juego! —Decían iracundos. 
—¡No hice trampa enanos! Fui más astuta y gané…  
—¡Maldita bruja! ¡van a pagar por esto! 
Los duendes comienzan a correr alrededor de ellas y comienzan a cortarlas con sus garras  
afiladas, pero Ginebra y Beatriz, les lanzan agua bendita, causándoles severas quemaduras  
en la piel, ahuyentándolos así por un momento, pero uno de ellos toma a Ginebra, del pie y la arrastra introduciéndola al bosque, mientras que Beatriz, aleja a los demás con el agua  
sagrada. 
—¡Ginebra! —Grita Beatriz, impotente. 
Por otro lado, Fernando, ha llegado al lugar de donde provenían aquellos llantos y a lo lejos ve a un bebé que estáa siendo molestado por un duende, el cual lo rodea para devorar su pequeño cuerpo. 
—¡Qué demonios!
Fernando, se llena de rabia y detona su arma para asustar a la criatura, pero esta se abalanza contra él y lo comienza a arañar, Fernando, logra quitárselo de encima y lo mata de un  
disparo en la cabeza, de repente, otros dos enanos le salen al encuentro y lo hieren con cortes en los brazos, pero Fernando, se quita su collar en forma de cruz y se lo encaja en el  
ojo a uno de ellos y este se infla y se le revientan los intestinos, mientras que el otro recibe dos disparos y muere. 
—Malditos monstruos —Dice Fernando, mientras se limpia la sangre del rostro. 
Beatriz, por su parte ha terminado de ahuyentar a los duendes que la acosaban, obligándolos a abandonar el pueblo. 
—Estúpidos enanos pervertidos… —Dice Beatriz, exhausta. 
Ginebra, corre mientras uno de los duendes la persigue se le ha acabado el agua bendita y busca la manera de ganar tiempo mientras encuentra la manera de deshacerse de él, está sangrando del brazo, esa cosa la araño violentamente causándole cortes en el cuerpo y  
mientras corre con todas sus fuerzas, uno de los duendes la hace tropezar provocando que Ginebra, caiga en un pequeño barranco haciéndola rodar quedando tendida en el suelo. La  
horrible criatura se dispone a brincar encima de ella para desvestirla, pero de repente algo se lo lleva y lo despedaza, se trata de Leonardo, el sirviente de Alejandro. Varios duendes llegan he intentan morder a Ginebra, pero de entre los arboles unos ojos rojos se asoman en la oscuridad y con voz amenazante se dirige a ellos. 
—¿Como se atreven a tocar a mi mujer? —Pregunta el vampiro furioso. 
—Alejandro… Ginebra, mira a su amado salir de las penumbras, estáa frenético. 
Los duendes se arrinconan y comienzan a temblar. 
—¡Les hice una pregunta! —Grita Alejandro, con autoridad —Malditos enanos mal olientes. 
—Leonardo, carga a Ginebra y la lleva a un lugar seguro. 
—No tenga miedo, no voy a lastimar a la novia de mi amo, aunque usted sea una humana.  
—Leonardo, la mira sin expresión alguna. 
—¿Qué pasara con Alejandro? —Pregunta Ginebra, preocupada. 
—Esas criaturas no son rivales para mi rey. 
Los duendes corren con toda rapidez, pero es inútil, Alejandro, es más rápido y uno a uno les da cacería, terminando así con su vida. 
Por otro lado, Beatriz, se dispone a buscar a Ginebra, pero se esconde al ver a un hombre salir de la mina con algo en brazos. 
—¿Quién es él?...  
Ginebra, está a salvo gracias a Leonardo y Alejandro, su corazón se alivia al verlo llegar y corre a sus brazos. 
—¡Alejandro! Gracias al cielo estas bien. 
—Humana —Alejandro, corresponde a sus abrazos con ternura. 
—¿Cómo supiste que estaba en peligro? —Pregunta Ginebra, mientras lo mira a los ojos. 
—Tu olor me trajo aquí. —Alejandro, le acaricia el cabello. 
—Ya revisé su brazo señor, estará bien, solo le quedará una pequeña cicatriz. —Dice Leonardo, con seriedad. 
—¿Te duele mucho belleza? —Pregunta el vampiro con su voz gruesa. 
—No, estoy bien, estoy feliz de verte otra vez. —Ginebra, contempla la hermosura de Alejandro, la luz de la luna le sienta bien. 
—Debes regresar a casa. 
—Quiero quedarme a tu lado —Dice Ginebra, enamorada.




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