El amante del pantano de Nil (libro 1)

Las sirenas de alcatraz III

 

El día terminó, las horas han avanzado y la madrugada ha llegado, Fernando, se dirige al lago alcatraz, lleva su arma y unas granadas, está decidido a encontrar a la criatura que acecha en las profundidades del lago y se dispone a subir a un bote y no piensa regresar con las manos vacías, por otro lado, Ginebra y Beatriz caminan entre la maleza y se dirigen a buscar un bote.

—No puedo creer que estoy a punto de entrar a un lago repleto de criaturas espeluznantes —exclama Beatriz, entre chillidos.

—Lamento hacerte pasar por esto, yo también tengo un poco de miedo —Ginebra habla con la voz entrecortada pues, efectivamente, está temerosa.

—¿Un poco de miedo? Yo estoy horrorizada, ¡me quiero orinar en los pantalones! así que si te llega un mal olor no me juzgues, seguramente habré vaciado el tanque del miedo.

—¿Qué? No dejaré que vacíes el tanque ni nada parecido, nos cuidaremos la una a la otra, además… ¿solo atacan a los hombres no?

—Si tienen hambre no se detendrán a averiguar el género, ¡ay! Gini, ni siquiera estos kilos de pescados bastarán para entretenerlas.

—Solo buscamos a Fernando y nos vamos, sé que esta por aquí, en algún lado…

—En cuanto lo encontremos regresamos, ¿oíste? Aun si no lo vemos, prométeme que vamos a regresar.

—Lo prometo Bety.

Ginebra y Beatriz han encontrado un bote y se suben dispuestas a encontrar a Fernando, Ginebra va remando mientras que Beatriz sostiene una lampara de aceite, sus manos están temblando y no precisamente de frio, el hecho de imaginar que esos monstruos están en las profundidades, la hace vibrar de miedo.

—Bety, trata de no apuntar la luz a mis ojos me estas encandilando —dice Ginebra, mientras se talla los ojos con el brazo.

—Lo siento, pero seamos realistas, tú eres un costal de huesos, no te ves nada apetitosa, si yo fuera una sirena no te comería, pareces enferma, anémica no sé ¡pero mírame a mí! Estoy llena de curvas ¡tengo un enorme trasero! Hay carne por todos lados, soy muy apetitosa, si fuera ellas también me comería —exclama Beatriz mientras lagrimea.

 

—En cuanto estemos más adentro comenzaremos a llamar su atención, prepararé el pescado —dice Ginebra, decidida.

—Eso no será suficiente, tenemos que hablar su mismo idioma. —Beatriz mira fijamente a Ginebra.

—¿Su mismo idioma?

—Una de nosotras debe cantar, te sugiero que seas tú, yo canto horrible.

—¿Qué clase de canción debo cantar? —pregunta Ginebra nerviosa.

—La más dulce que te sepas, una romántica o talvez una canción de cuna.

—Creo que memoricé una, cuando era pequeña mi abuela me cantaba la canción de las camelias.

—Esa es linda.

—Ok, entonces será la canción de mi abuela.

Ginebra y Beatriz se adentran más en las aguas oscuras de aquel lago, es como remar en penumbras, Fernando, por su parte, espera en la quietud, su arma está cargada y cualquier ruido extraño recibirá uno de sus disparos, el héroe de Valle de cobre no le tiene miedo a nada hay una parte de él que desea desesperada mente acabar con las extrañas criaturas del lago.

—¿Estás lista? —Pregunta Beatriz a Ginebra con voz suabe.

—Sí, comenzaré a cantar.

La dulce voz de Ginebra comienza a entonar la famosa canción de cuna, Beatriz se sorprende al escuchar la suabe voz de su amiga, una voz relajada que nada tenía que envidiarles a las sirenas.

<<Duerme mi amor, en los brazos de algodón en el jardín de camelias que está en mi corazón, duerme ya, pronto a descansar, en el jardín de camelias tu paz encontraras.>>

El aire comienza a soplar con fuerza y las ondas del agua mesen el bote de un lado a otro, Ginebra se llena de temor y se calla.

—¿Qué está pasando? —pregunta Ginebra, temblorosa.

—¡No te detengas ya vienen!

Ginebra traga saliva y vuelve a entonar la canción de cuna, se escuchan unos extraños sonidos los cuales provienen del agua, no son ranas, no son lagartos, no existe un pez que emita sonidos tan espeluznantes, unas afiladas garras arañan el bote, Beatriz está temblando y con sus manos inquietas se dispone a alumbrar a aquellos ojos brillantes que se clavan en ella, se trata de una horrible criatura de piel grisácea y escamosa, sus colmillos afilados son como los de las pirañas un largo y escurrido cabello fino y delgado se le pega a su rostro horripilante, es un monstruo de las profundidades, una sirena de alcatraz. Beatriz deja caer la lampara pues el pavor se ha apoderado de ella.

—Dios mío…

Por otro lado, Ginebra está paralizada, esas criaturas son abominables, tiene las bolsas de pescado en cada mano y las aprieta con fuerza.

—Ginebra… arroja el pescado a…antes de que decidan devorarnos a nosotras primero —dice Beatriz mientras tartamudea.

De repente el bote comienza a moverse agitadamente, sus corazones se aceleran y una extraña sensación invade sus cuerpos, están petrificadas, son rodeadas por sirenas hambrientas, las cuales emiten un escalofriante sonido, como si se comunicaran entre ellas.

—¿Qué estas esperando? ¡nos están rodeando!

Ginebra, rompe las bolsas con desesperación y arroja los pescados, pero las sirenas ni se inmutan los pescados les caen en las narices y no les hacen caso, clavan su mirada en Beatriz y en Ginebra, ellas les han llamado la atención.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no se comen el pescado? —pregunta Ginebra temblorosa.

—No te muevas… ya nos echaron el ojo, te lo dije… a ti te dejaran ir, a mí me devoraran hasta los huesos, talvez esta sea la ultima vez que nos veamos querida amiga —exclama Beatriz llorosa.

—No digas eso amiga … dijiste que las sirenas le tienen miedo al fuego, tienes un arma, dispara al aire para ahuyentarlas, tenemos que salir con vida, debemos impedir que se lleven a Fernando.

—¿Cómo demonios sabemos que ese amigo tuyo realmente está aquí? —Beatriz llora desesperada.




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