El amante del pantano de Nil (libro 1)

REVELACIONES

El corazón de Ginebra se estremece al escuchar la voz de Fernando, la intriga se apodera de ella

¿Qué pasará ahora que Alejandro y Fernando se han encontrado? Por otro lado, Beatriz ha

escuchado la temible voz del rey vampiro y temblorosa se acerca pues estaba llegando apenas al

lugar y se desconcierta al ver a su amiga del brazo de aquel chupasangre.

—Creí que te habías ido de Valle de cobre para siempre Alejandro… —dice Beatriz temerosa.

Fernando ata cabos en su mente, el hombre del que tanto había escuchado hablar, el ex novio de

Ginebra el cual la había abandonado, ese tal Alejandro es nada más y nada menos que el vampiro

que tiene frente a él, Beatriz mira el arma de Fernando y no aparta la vista de él.

—Será mejor que bajes tu arma, estas apuntándole a un rey. —exclama la bruja con seriedad.

—Yo solo veo a un demonio que debe ser aniquilado. —responde Fernando valeroso.

Ginebra le suplica a Fernando con la mirada, pero él no le presta atención sus ojos están puestos

en aquel supuesto rey.

—Fernando escúchame… baja el arma, Alejandro no es el monstruo que tú crees… —Ginebra le

habla con desesperación.

—No te metas en esto Ginebra, te ha engañado las criaturas como él solo se aprovechan de los

humanos, créeme su especie no es más que una abominación del infierno.

Ginebra se pone enfrente de Alejandro y extiende los brazos y clavando la mirada en Fernando le

dice sin titubear.

—No le harás ningún daño.

—¡Ginebra! ¿Qué estas…? —Fernando no puede creer que Ginebra defienda a un demonio.

—¡Maldición! ¿Por qué no nos calmamos? Hagamos de cuenta que jamás nos vimos. —propone

nerviosa Beatriz.

Alejandro hace a un lado a Ginebra y le da un beso en la frente y mira fijamente a Beatriz.

—Oye bruja.

—He… ¿sí?

—Llévate a mi novia de aquí, después las alcanzo, necesito poner la basura en su lugar.

—¡Alejandro espera!

—Ginebra no te metas en esto, es mejor que nos vallamos de aquí —Beatriz se lleva a su amiga a

la fuerza.

—¡Por favor Alejandro! ¡no lo lastimes! —insiste Ginebra entre lágrimas.

Ginebra y Beatriz se alejan, Alejandro y Fernando están frente a frente.

 

—Así que tú eres el infeliz que asesina gente en el pueblo.

—Y tú él bastardo que hirió a esas sirenas.

—Yo acabaré con todos los monstruos que amenacen la paz de Valle de cobre, empezando

contigo.

Fernando le dispara varias veces a Alejandro y uno de los tiros le ha dado en la cabeza, pero este

se sorprende al ver que sigue de pie.

—Maldición…

Alejandro se abalanza contra Fernando y lo toma de la ropa azotándolo contra un árbol.

—Las bestias como tú no deberían existir, pagaras por tus crímenes a este pueblo, lamentaras

haber engañado a la inocente Ginebra. —Fernando se queja de dolor y aun así no tiene miedo del

vampiro.

—Y tú lamentaras haberle levantado la mano al rey de los vampiros.

Alejandro le rompe el brazo a Fernando y este a pesar de no tener la misma fuerza y llevar la

desventaja, trata de apuñalarlo y logra enterrarle el cuchillo en el cuello mientras le sostiene la

mirada.

—Buscaré la manera de asesinarte, me aferrare a la vida y me vengare de ti.

Alejandro se acerca más a Fernando y le susurra al oído,

—Una sabandija como tú no es rival para mí, eres insignificante, más insignificante que un

insecto, pero te hare un pequeño favor, veras que soy un rey misericordioso, te dejare algo que

hará que me recuerdes todos los días de tu miserable vida, así te animaras a cumplir tu promesa

de asesinarme algún día… a ver si puedes.

Alejandro lo sujeta con fuerza y lo garra del cabello mientras el tirón deja al descubierto el cuello

de su adversario.

—Maldito vampiro…

Fernando le escupe en señal de desprecio mientras que Alejandro le muerde el cuello

succionando su sangre para después escupírsela en la ropa.

—Tu sangre sabe a basura. —exclama Alejandro, con una cara de desprecio.

—¡Infeliz! ¡tú le dejaste esas marcas a Ginebra!

—¿Y eso a ti en que te afecta?

Por otro lado, Ginebra ha salido corriendo de donde se encontraba, Beatriz va detrás de ella para

lograr detenerla.

—¡Flacucha! ¿Qué rayos tienes en los pies? ¡corres más rápido que un conejo!

Ginebra sigue corriendo y Beatriz se queda atrás vomitando.

—¡Lo siento Bety! Tengo que evitar que alguien salga herido.

 

Ginebra sigue corriendo y a lo lejos mira a Alejandro y a Fernando manchados de sangre.

—No…

Ginebra se llena de angustia y Fernando se tapa el cuello con la mano mientras que Alejandro se

dispone a atacarlo sacando sus afiladas garras.

—No te atrevas a contenerte, uno de los dos tendrá que morir y no seré yo, si no te mata mi

mano lo hará la luz del sol.

—¡Humano inservible no quedara rastro de tu insolencia!

—¡Ya basta! —Ginebra interfiere y se pone en medio de ellos. —¡miren como han quedado! ¡ya

fue suficiente! Alejandro por favor no lo mates… vámonos de aquí, llévame contigo.

Ginebra le quita el cuchillo del cuello a Alejandro y mira con tristeza a Fernando.

—Ginebra… ¿Cómo puedes estar con él? —le pregunta Fernando dolido.

—Lo amo muchísimo —responde Ginebra entre lágrimas.

—Tienes suerte sabandija, la próxima vez no te perdonare la vida, eso si mi mayordomo no te

mata primero, está rogándome para que lo deje venir a destriparte, es muy leal a mí.

—Alejandro por favor…

Beatriz llega con el alma en un hilo y arrastrando los pies del cansancio.

—Gi… Ginebra… —Susurra mientras cae de rodillas.

De repente una fuerte ráfaga de viento le pasa por un lado a la bruja haciéndola caer de lado




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