El amante del pantano de Nil (libro 1)

El espanta pájaros

 

La gente del pueblo quedó consternada por la aparición repentina de estos misteriosos cuervos,

los cuales ennegrecieron el cielo como la densa oscuridad, por otro lado, Beatriz y Leonardo,

decidieron hacerse cargo de aquel espíritu maligno y regresarlo al lugar que pertenece.

—Señorita Ginebra, debería irse a descansar, se ve muy soñolienta.

—¿Y qué hay de ustedes? —responde Ginebra apenada.

—No te preocupes por nosotros, en un rato no habrá mucha gente podremos salir desapercibidos

si nos apresuramos. —Beatriz le da una palmada en la espalda.

—No me refiero a eso, ¿estarán bien si me voy? No van a matarse ni nada raro ¿o sí?

—Vaya tranquila, he lidiado con monstruos peores en el pasado.

—¿Qué dijiste vampiro? —pregunta furiosa la bruja.

—No sabía que las brujas eran sordas además de ruidosas.

—¡Ay, eres un! ....

—Por favor traten de llevarse bien, sé que aquel espíritu no es rival para ustedes, así que sé que

llegaran sanos y salvos por la mañana. —Ginebra los abraza con ternura.

—Tú también cuídate Giny.

Ginebra se despide de ellos y se va a su casa y justo a la mitad del camino Santiago el trabajador

de Fernando la intercepta.

—¡Señorita Ginebra! —Grita el joven con todas sus fuerzas.

—¿Sí? —Ginebra se sorprende al ver a aquel hombre.

—Perdón por asustarla, el joven Fernando me ha pedido que le entregue esto con urgencia.

—¿Qué es?

—Dice que es para esta noche.

—Pero yo…

—Que tenga buena suerte. —Santiago, se retira con prisa sin siquiera dejarla pronunciar una

palabra más.

Ginebra esconde la invitación en su pecho y se apresura a llegar a casa y una vez ahí se sienta

sobre la cama y abre la carta con cuidado sorprendida por su contenido.

 

—¿Qué es esto? ¿Una cena? ¿De qué quiere hablar conmigo? ¿Habrá cambiado de parecer? Si

voy quizás pueda persuadirlo y convencerlo de que Alejandro no es su enemigo… esta talvez sea

mi única oportunidad…

Ginebra se prepara para esta noche, intentará convencer a Fernando de su error, por otro lado, el

héroe de Valle de cobre se ha mudado a su nuevo hogar, una lujosa mansión la cual parece el

castillo de un rey, Fernando le ha pedido a su cocinero que prepare un delicioso manjar en honor

a Ginebra, se ha puesto su mejor traje, perfumando su cuerpo con la loción más cara, está

decidido a embelesar a la mujer del vampiro, las horas se han ido volando y de pronto el reloj ya

marcaba las nueve de la noche y uno de sus choferes ha ido en busca de su invitada.

—Buenas noches señorita, el joven Fernando me ha mandado por usted. —dice el hombre con

formalidad.

—Gracias. —responde Ginebra con una sonrisa nerviosa.

Después de un recorrido lleno de preguntas sin respuestas, Ginebra ha llegado a su destino.

—Bienvenida señorita Ginebra, permítame su abrigo, el señor la espera en el comedor.

Tras el hecho de que Alejandro le rompiera el brazo a Fernando, Ginebra no pudo evitar sentir

culpa y recordó que aquella misteriosa perla que ahora poseía tenía la capacidad de sanar

cualquier dolencia y decidió raspar un poco para así obtener una pequeña cantidad de polvo

curativo el cual lo coloco en un panqueé para que una vez que Fernando lo comiera su brazo

pudiera mejorar, aunque sea un poco, así que nerviosa lleva su obsequio entre manos mientras

una sirvienta la acompaña al comedor, a lo lejos está Fernando tan atractivo y dominante, no

aparta la mirada de ella, así como los lobos no dejan de mirar a los corderos del rebaño, Ginebra

lleva puesto un vestido violeta, tiene el cabello recogido adornado con un hermoso prendedor, se

ve muy hermosa.

—Bienvenida Ginebra, por un momento creí que no aceptarías mi repentina invitación.

—¿Por qué no lo haría? Somos amigos, al menos para mí aun lo somos.

—Por favor toma asiento. —Fernando sonríe con amabilidad.

—Gracias…

—Lo lamento.

—¿Qué? —Ginebra está desconcertada.

—Supe que mi madre fue a abofetearte a la casa de don Víctor, quiero que sepas que no apruebo

su comportamiento, le prohibí terminantemente que se acercara a ti a no ser que sea para

ofrecerte una disculpa por su reprobable actitud.

—No te preocupes, tú no tienes la culpa de lo que pasó entre nosotras. —Ginebra evita el

contacto visual y mira sus manos mientras juega con ellas.

—No permitiré que vuelva a ponerte una mano encima. —Fernando le agarra el mentón y

observa su mejilla.

—Se ve que fue muy agresiva.

—Definitivamente no estuvo bien lo que hizo, sé que solo quiere protegerte, pero… yo no soy tu

enemiga.

—¿Tienes hambre? Mandé que prepararan langosta y carne en su jugo, también hay pato asado,

elige lo que más te apetezca.

—Antes de cenar, quisiera darte un presente en señal de nuestra amistad —dice Ginebra con voz

suave. —Es un panque especial. —añade con timidez.

—Qué extraña forma de disculparte, tu no deberías hacerlo, pero lo acepto por que viene de ti.

—¿Por qué no lo pruebas? Es de nuez y canela.

Fernando le da una mordida al panqueé y Ginebra lo mira con atención.

—Es delicioso ¿Por qué miras tanto mi brazo?

—¿No sientes nada raro?

— Sí, siento que me tienes miedo.

—No me refería a eso… si no al sabor y claro que no te tengo miedo es solo que no hemos

estado muy bien.

—Ya veo. —Fernando la mira extrañado.

—Solo quería saber si distinguías la diferencia de sabores es todo.

—¿Por qué no cenamos?

—Sí.

La cena esta lista y los sirvientes comienzan a servir el vino.

—Yo no deseo vino, por el momento no estoy bebiendo alcohol. —dice Ginebra con una ligera




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